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Las Navidades nunca habían sido unas fechas especiales para mí. Cuando vivía en Zaragoza era un mero trámite en el que solía quedarme por compromiso con mi madre, pero desde que había llegado a Madrid, había puesto mil y una excusas para no tener que presentarme en aquella ciudad, ni tener que verle la cara al que supuestamente era mi padre. Sin embargo, desde que había conocido a Luisita todo cambió. Me había encontrado con una nueva familia que me acogió como a una más desde antes incluso de que supiesen que estaba con su hija, me invitaban a su casa, me incluían en sus planes y me querían como si me conocieran desde pequeña.

Por todo ello, sabía que aquella Nochebuena iba a ser muy diferente, que por una vez en mi vida iba a saber lo que era celebrar aquellas fiestas con una familia y, sobre todo, con alguien que te quiere de la manera en la que a mí me quería Luisita.

La rubia y yo nos habíamos encargado de preparar el postre para la cena. Habíamos optado por una tarta de queso que terminó haciéndola prácticamente ella, viendo lo mal que se me daban a mí estas cosas. Eso sí, cada vez que tuve oportunidad le robé un poco de aquella masa que olía tan bien, y algún que otro beso también.

- ¿Ya estás lista? - me preguntó Luisita desde el marco de la puerta, con el rizador de pestañas en una mano y en la otra el rímel

- Me pongo las botas y estoy - dije terminando de ponerme la chaqueta negra, que simulaba al cuero, y cogiendo ya una de las botas para no tardar demasiado - tú, ¿cómo vas?

- Me pinto los labios y ya - asentí sonriente y dejé que se fuera, permitiéndome antes observar lo guapa que iba con aquella falda que se había comprado la semana pasada y que estrenaba para la ocasión

Terminé de ponerme las botas, me miré en el espejo para ver cómo me quedaban los pantalones de flores con la chaqueta y salí directa hacia el salón para meter en mi bolso lo imprescindible para aquella noche y esperar a Luisita mientras la escuchaba corretear por la otra habitación, seguramente buscando algo que estaba apunto de olvidarse.

Salió poco después, me miró mientras se mordía el labio, se acercó a besarme, giró su cara suspirando y cogió su bolso saliendo directa hacia la calle sin decir nada, pero dejándome todo bien claro solo con aquel gesto

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- ¡Ya está aquí mi yerna favorita! - gritó Marce nada más abrirnos la puerta. Luisita rodó los ojos, algo acostumbrada ya a aquellos gestos que su padre tenía conmigo, y se dirigió hacia el interior donde fue enseguida interceptada por sus hermanos pequeños que vestían ambos con jerséis navideños que seguramente Manolita les habría obligado a llevar.

Yo hablé un rato con Marcelino en la puerta, hasta que le indiqué que debía ir a saludar al resto de la familia y él hacer lo mismo con su hija y con María e Ignacio que también acababan de llegar.

Recibí besos por parte de todos y terminé acercándome hasta la cocina para ayudar a María a coger todo lo necesario para poner la mesa, mientras la rubia, ya reconciliada con su padre, degustaba cada uno de los platos que había allí, dándoles el visto bueno.

- Amelia - demandó Cata nada más verme aparecer de nuevo en el salón - ¿te sientas a mi lado? - preguntó poniendo su mejor cara de niña buena - tú a un lado y Luisi al otro, claro

- Oye, enana, que yo también me quiero sentar al lado de Amelia - comentó la rubia apareciendo por sorpresa con una bandeja llena de canapés

- Pues a ver cómo lo hacemos - dijo la pequeña llevándose las manos a la cabeza - ¡ya está! - soltó de repente - yo me siento aquí - señaló la silla de Pelayo - Y así vosotras quedáis enfrente

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora