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Nunca fui muy de escuchar a Cepeda, pero después de mi primer día paseando y conociendo un poco más sobre la capital francesa, en mi cabeza no se dejaba de repetir aquello de "París no será la ciudad del amor, mientras vivas en Madrid" y es que no podía tener más verdad. Pasear por los campos elíseos, observar cómo se alumbra la Torre Eiffel desde la ventana de la habitación del hotel, o hacerme una foto desde Notre Dame, tenía poco sentido si no tenía a Amelia a mi lado, robándome besos en cada una de las esquinas de la ciudad, sacándome fotos a escondidas o simplemente dedicándonos cada segundo del viaje, convirtiendo los rincones en algo muy nuestro.

Sabía que era imposible tenerla allí conmigo y que el sábado ya volvería a estar junto a ella, sin querer que se despegara de mi lado, pero, cuando aquella mañana me desperté, un poco cegada por la luz solar que se colaba ya con fuerza por mi habitación, eché tanto de menos sus besos por mi espalda intentando que me levantara de la cama, que no tuve más remedio que coger el móvil y hacer la primera videollamada del día con ella.

- Hola, mi amor – saludé al ver su carita de dormida mientras se sentaba en una de las sillas que teníamos en el comedor

- Hola, cariño, ¿cómo estás? – se interesó mientras daba un pequeño sorbo a su té en aquella taza de Friends que le había regalado un cliente habitual de la librería para agradecerle su amabilidad siempre que le atendía

- Cansada y echándote mucho de menos – respondí con un pequeño puchero que pareció enternecerle

- Pero si te fuiste ayer, cariño. Cuéntame, ¿qué hiciste?

- Poca cosa, dimos un paseo para descubrir un poco la ciudad y cenamos en un restaurante que conocía uno de los chicos. Esta tarde tengo entrevistas y a la noche he quedado para cenar con Lourdes y así conocernos un poco más

- Eso es genial – se alegró – ya sabes que tener buena relación con tu editora te abre muchas más puertas

- ¿Y tú?, ¿hablaste con la representante de María para la prueba?

- No – confesó

- Amelia...

- Necesito estar segura de que la llevo muy bien, ya sabes cómo soy

- Seguro que lo llevas ya perfecto – dije girando los ojos – pero el lunes la llamas sin falta

- Te lo prometo – contestó alargando la e – oye, ¿eso que se ve ahí detrás es la Torre Eiffel? – yo asentí ilusionada y me acerqué con el móvil hasta la ventana para que pudiera verla bien a través de la pantalla

- Ojalá estuvieras aquí

- Sabes que me encantaría, cariño, pero no podía cerrar la librería estos días. Pero bueno, te he dejado una sorpresita en la maleta para que te acuerdes de mí

- ¿Una sorpresita? – ella asintió mordiéndose el labio – miedo me das

- Ya la verás – alzó sus cejas, sabiendo que aquello me ponía un poco mala – te tengo que dejar, cariño, que me tengo que tengo que preparar unas cosas antes de abrir hoy. ¡Hablamos a la hora de comer!

- Vale – dije con pena – Te quiero

- Yo también te quiero

Colgué el móvil y lo dejé sobre la cama mientras me preparaba mentalmente para todo lo que me esperaba aquel día. Me dirigí hacia la maleta para coger el traje que había escogido para llevar durante todas las entrevistas y me acordé de la sorpresa de Amelia que seguramente me había dejado allí escondida. Comencé a rebuscar, tirando toda la ropa encima de aquella enorme cama, hasta que, debajo de la cremallera que cubría parte de la maleta, me di cuenta de que sobresalía algo. Lo abrí y me encontré con una caja con tonos marineros que le había visto a ella por casa, pero en la que no me había molestado en reparar. Quité la tapa y me encontré con un sobrecito y una caja un poco más pequeña donde solo con la imagen que aparecía ya me lo dejaba todo claro.

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora