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Las mañanas soleadas eran mis favoritas desde que había llegado a Madrid hacía ya dos años. Poder ver el cielo despejado, el cielo más azul que nunca y no tener que soportar el cierzo maño que siempre me llevaba despeinada por las calles de mi ciudad natal.

Saqué las llaves del pequeño bolso blanco que llevaba colgado en mi brazo izquierdo, el último regalo que me hizo mi madre antes de tener que dejarla de ver por el bien de las dos. Subí la reja que tapaba la puerta principal del local, abrí la puerta y enseguida pude disfrutar del olor a libro nuevo que inundaba aquella librería que acababa de abrir hacia apenas dos meses.

Dejé las cosas en el perchero que tenía detrás de la mesa y me acerqué bien para ver la lista de cosas que tenía que hacer antes de abrir. Fui tachándolas de una en una mientras reponía los libros más vendidos para que ninguno de los clientes se quedara sin ellos o colocaba los carteles de las promociones para aquel día. Llegué al último y ahí pude comprobar el número de Luisita Gómez. Sabía que tenía que llamarla, pero la vergüenza se apoderaba de mí cada vez que lo veía, así que, una vez más, decidí posponerlo por un rato con la excusa de no querer molestarla desde tan temprano.

Quedaban tan solo cinco minutos para las diez cuando escuché la puerta principal abrirse. Marina apareció segundos después en la sala principal donde estaba yo cargada con una caja de cartón.

- Hola – saludó – acaba de llegar esto al piso y supuse que querrías tenerlo por aquí, ¿dónde te la dejo?

- Ay, no sabes cómo te lo agradezco – respondí yendo hacia ella y quitándole aquel peso para dejarlo en la mesa – me dijeron que llegaba esta tarde, pero se deben haber adelantado

- ¿Son los libros? – preguntó curiosa

- Sí – afirmé mientras cogía las tijeras para abrir la caja

- Parece mentira que aún estando en el siglo XXI sea tan difícil encontrar este tipo de libros

- Ya sabes, hay demasiado ofendido todavía, pero ahora que acabo de abrir y viendo cómo está corriendo la voz me alegro más que nunca de poder ofrecérselos a la gente y que no tenga que recurrir a internet para tenerlos.

- Pues sí – afirmó Marina apoyándose en una de las mesas – por cierto, ¿llamaste a Luisita?

- No – confesé mientras me hacía un poco la tonta cogiendo algunos de los libros

- Amelia... - me miró – pero si con la que me has dado para que te pasara su número ahora estamos con estas

- Ya, Marina, pero es que no sé qué decirle

- Pues que quieres que venga a la librería para dar una charla sobre su libro, así de sencillo

- Ya, pero es que es tan guapa y el libro es tan bueno que me siento como una fan loca. Joder, si es que parezco una quinceañera enamorada de alguien que ni siquiera conoce

- Pues sí que te ha dado fuerte, voy a tener que leerme yo el libro también

- Deberías, porque te recuerdo que tienes que hacerle una entrevista en una semana y que además es tu amiga

- Culpable – sonrió – bueno, me voy para la redacción – dijo incorporándose y acercándose a mí para darme un beso en la mejilla de despedida - ¡llámala! – me gritó ya saliendo por la puerta.

Le di la vuelta al cartel que tenía en la entrada y esperé a que entraran los primeros clientes de la mañana mientras yo me dedicaba a hacer cuentas con música relajante, que invitaba a la lectura, de fondo.

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Marina pasó a por mí para ir a comer a un bar que según ella quedaba bastante cerca de la librería y se comía muy bien. Decidimos sentarnos en una de las mesas de la terraza aprovechando el buen tiempo que hacía y el camarero, un señor algo mayor ya, pero que iba con la mejor de sus sonrisas, salió enseguida a atendernos.

- ¿Llamaste finalmente? – preguntó Marina mientras doblaba la carta

- No, pero en mi defensa diré que he tenido una mañana bastante ajetreada entre la gente y preparar la charla de mañana

- Es verdad, mañana iba Elena Medel, ¿no?

- Sí, la verdad es que estoy encantada de que estén colaborando tanto con un proyecto tan pequeñito

- No solo es importante vender libros y tú tuviste una gran idea decidiendo organizar todas esas charlas para atraer a la gente

- Ya sabes que para mí no solo es una librería, sino un lugar de reunión donde la gente se pueda sentir libre y compartir con otros sus intereses

- Estoy muy orgullosa de ti, amiga – sonrió Marina mientras apretaba mi mano

Otro camarero, esta ve mucho más joven, nos llevó los primeros platos mientras se marchaba con un que aproveche que quedaba prácticamente en el aire. Marina y yo comimos entre risas y confidencias aprovechando aquellas dos horas de descanso que teníamos ambas en nuestros trabajos.

Terminamos y, en agradecimiento por las felicitaciones a lo rica que había estado la comida y la propina que habíamos dejado, el señor mayor decidió invitarnos a dos cafés para poder encarar la tarde con más energía. Se lo agradecimos y justo cuando iba a dar el primer sorbo, noté cómo Marina me daba una patada por debajo de la mesa y me hacía un gesto con la cabeza para que girara la mía hacia la izquierda. Intenté disimular y allí me la encontré

- Vaya, parece que al final te vas a librar de llamarla

- No, ni se te ocurra – solté sabiendo las intenciones de mi amiga

- ¡Luisita! – gritó ella llamando a la persona que iba a entrar justo en e restaurante. Yo me tapé la cara muerta de la vergüenza viendo cómo sonreía al ver a Marina y se acercaba a nosotras. - ¿Qué tal? Cuánto tiempo – dijo mientras se daban dos besos a modo de saludo – Mira, te presento: esta es mi amiga Amelia; Amelia, esta es Luisita

- Encantada – me incorporé un poco y correspondí los dos besos que ella se lanzaba a darme - ¿Qué tal?

- Tú eres la de la librería ¿no? – preguntó tomando asiento entre las dos – llevo esperando tu mensaje toda la semana. ¿Le diste mi número? – le preguntó a una Marina que asentía

- Sí, lo siento, es que he estado muy ocupada y te iba a llamar esta mañana, pero tampoco quería despertarte – me diculpé

- Uy, no te preocupes, me toca madrugar todos los días para llevar a mis hermanos al colegio. Ni el haber escrito un libro me ha dado esa libertad – sonrió – ¿a qué hora cierras la librería?

- A las ocho, ¿por?

- Porque si quieres podemos quedar a esa hora y me cuentas un poco qué es lo que quieres que haga en la charla

- No sé, es que – miré a Marina para que me salvara con alguna excusa de las suyas

- No, a mí no me mires yo he quedado con los del trabajo para tomar algo después, podéis ir hasta al piso si queréis

- Genial – contestó Luisita contenta – pues ¿me paso a esa hora por la librería y vamos viendo?

- Sí, perfecto

- Pues allí nos vemos – dijo levantándose – por cierto, ¿habéis pagado ya los cafés? – preguntó interesada

- Nos ha invitado tu abuelo – miré a Marina dándome cuenta de la encerrona que me había preparado

- Ya sabes lo majo que es – sonrió orgullosa – hasta esta tarde– dijo dirigiéndose a mí mientras desaparecía por la puerta

- Así que vamos al restaurante que está aquí cerca que te han dicho que se come muy bien, ¿no?

- Entiéndeme, te tenía que dar un pequeño empujoncito porque sino no ibas a llamarla nunca

- Y encima te lo tendré que agradecer

- Me conformo con que mañana en el desayuno me lo cuentes todo y aproveches tu cita de hoy

- Mi cita de trabajo

- Sí, pero es una cita al final y al cabo

Por tus ramasOnde as histórias ganham vida. Descobre agora