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Praga era una ciudad fascinante. Tenía un halo bohemio, como de cuento de magia, de misterio que llamaba especialmente la atención. La primera, y única vez, que había venido a esta ciudad fue de viaje de fin de curso con el instituto. Entonces tenía dieciséis años y a pesar de que recorría sus calles medio dormida, recordaba aquel lugar con especial cariño. Por eso, era uno de los viajes a los que me habría hecho ilusión que me acompañase Amelia y así, de alguna manera, celebrar nuestra luna de miel, teniendo en cuenta que con tanto trabajo no habíamos podido organizar nada y, sinceramente, era una de las pocas cosas que me gustaban del hecho de casarse

Lourdes y yo cogimos un taxi para adentrarnos en la ciudad y, después de más de media hora de viaje, llegamos al hotel que nos había asignado la editorial checa con la que habíamos organizado la firma. Cogimos cada una la llave de nuestra habitación y quedamos en cenar juntas a la noche, teniendo en cuenta que aquel día no teníamos ningún tipo de evento al que acudir.

Cogí el móvil para avisar a Amelia de que había llegado bien y, al ver que no daba señal, le mandé un breve mensaje antes de darme una ducha rápida y tirarme en la cama sin intenciones de moverme de allí durante un par de horas. Me puse en el ordenador la típica serie que había visto mil y una veces, pero de la que no me cansaba, y, cuando me quise dar cuenta, unos golpes en la puerta me estaban despertando.

Miré la hora en el móvil y me asusté al comprobar que habían pasado casi tres horas, me coloqué un poco el pelo, pensando en que Lourdes no me viera con aquella cara de zombie y salí directa hacia la puerta para abrir a mi jefa y ver qué era lo que quería.

- ¡Sorpresa! – me quedé inmóvil viendo a Amelia justo enfrente de mí, detrás del marco de la puerta. Me froté los ojos, por si todo era fruto de un sueño y todavía no me había despertado, pero en cuanto se tiró a mis brazos me di cuenta de que era real

- Pero, ¿qué haces aquí? – le pregunté aferrándome aún más a su cuerpo - ¿qué pasa con la librería?, ¿y todo el trabajo que había que hacer?, ¿y todo lo que tenías que estudiar para los ensayos de la película? – pregunté de seguido

- Todo controlado – me tranquilizó – cualquiera diría que antes de salir estabas casi enfadada conmigo por no venir aquí

- Es que no me lo creo – me separé un poco de ella para poder verla bien, me mordí el labio nerviosa y la besé, sintiéndome como una adolescente que se acababa de escapar de casa para quedar con su novia a escondidas.

Cogí su maleta y la invité a que entrara dentro de la habitación. Le enseñé un poco el lugar y dejé que se diera una ducha mientras yo empezaba a arreglarme. Me moría de ganas de que Lourdes conociera más a Amelia.

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Los copos de nieve empezaban a inundar las calles de la ciudad cuando salimos del hotel en dirección al restaurante que había reservado mi jefa. Lourdes en un principio se había negado a venir dejándonos la reserva para las dos, pero después de mi empeño para que se uniera a nosotras terminó acepando. Si algo me llevaba de todos aquellos viajes por Europa era la relación de amistad que estábamos forjando las dos y que no quería perder en absoluto.

Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, desde la que se podía ver la nieve caer, y a algunos niños disfrutar de ella, y pude sentir una caricia de Amelia que me miraba sabiendo las ganas que me entraban de salir afuera y disfrutar como si volviera a ser una niña pequeña.

- Que sepáis que a la cena voy a invitar yo, así que podéis pedir todo lo que queráis – comentó Lourdes mientras ojeábamos la carta en inglés

- Sí, claro – protesté

- Mi pequeño regalo de bodas – respondió encogiéndose de hombros sin valerle de nada lo que le fuéramos a decir – Que sé que no queréis nada, pero ya me encargaré yo de haceros llegar algo, y de parte de la editorial igual

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora