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No llegué a aparecer por la librería en los dos días siguientes. Prefería darle a Amelia el espacio que seguramente necesitaba y, a cambio, tras haber pasado gran parte del miércoles en la cama, el jueves lo pasé entero con Catalina y Ciriaco, disfrutando de mis hermanos pequeños, yendo a la piscina por la mañana, después al cine y consintiéndoles cualquier capricho que se les pasara por la cabeza. La más pequeña no quiso separarse de mí en ningún momento y, a pesar de que se la veía muy feliz por hacer tantos planes juntos, tonta no era y de vez en cuando preguntaba por la morena e incluso me abrazaba sin venir a cuento sabiendo que lo necesitaba más que nada

Aquel día, además, había quedado con María para cenar en un restaurante mexicano cerca del barrio al que siempre nos había gustado ir. Dejé a los enanos viendo dibujos en el salón, para que así estuvieran algo distraídos y no se quisieran venir conmigo, cogí mis cosas y quedé con mis padres en que aquella noche no dormiría en casa. Ellos no habían llegado a preguntar nada, pero sabía que sospechaban que algo ocurría viendo que llevaba dos días sin mencionar a Amelia ni estar con ella.

Salí a la calle y me puse las gafas de sol aprovechando los últimos rayos que caían aquella tarde. Saludé a mi abuelo que estaba atendiendo un par de mesas en la terraza, ayudado por Marisol, y me fui hacia el King's donde había quedado con mi hermana. Bajé las escaleras hasta llegar a la barra donde me esperaba hablando con alguno de los clientes y de repente llegaron a mi cabeza las imágenes del día que me di mi primer beso con la morena y cómo bajábamos por allí intentando disimular, pero sin ganas de separarnos ni por un segundo.

- Hola – saludó María quitándome de mi ensoñación - ¿cómo estás? – preguntó mientras se arrimaba un poco más a la barra para dejar un beso sobre mi mejilla

- Bien, los enanos no me han dejado parar

- Menudos dos – sonrió – voy al despacho a recoger los guiones que he dejado ahí y nos vamos

Asentí y vi cómo desaparecía rápidamente por la puerta que estaba allí al lado. Saludé a Miguel, uno de sus empleados, y que también fue mi compañero cada vez que echaba una mano aquí, y se quedó un rato hablando conmigo, aprovechando que no había mucho jaleo.

- ¡Estoy! – soltó mi hermana cerrando la puerta – Miguel te encargas tú de cerrar, ¿vale? Que ya sabes que de Gustavo no me fío nada – el chico asintió riéndose y nos deseó que nos lo pasáramos bien

Salimos de nuevo a la calle y mi hermana aprovechó que me tenía ya a solas para abrazarme y dejar varios besos sobre mi pelo. A pesar de tener tres hermanas mayores, María siempre había sido la más protectora conmigo y sabía que ella, más que ninguna otra, estaba sintiendo esta situación

- ¿Reservaste en el mexicano?

- Sí, de hecho – miré la hora en mi reloj de pulsera – como no nos demos un poco de prisa no vamos a llegar a la hora

El restaurante no quedaba muy lejos de allí, apenas diez minutos, pero era justo el tiempo que nos quedaba para que llegase la hora de nuestra reserva. Una camarera salió enseguida a nuestro encuentro y nos indicó nuestra mesa, que quedaba justo enfrente de una de las ventanas desde las que se podía ver la pequeña plaza en la que se encontraba y que siempre estaba decorada con algún tipo de temática para alegrar la vista de todos los vecinos que caminaran por allí. Nos dejaron un par de cartas, pero no nos hicieron ni falta. Pedimos un par de tacos para cada una, nachos para compartir y quesadilla, mientras otro de los camareros nos dejaba ya enfrente de nosotras dos cervezas para acompañar todo aquello.

- Bueno, ahora ya en serio – soltó mi hermana después de beber por primera vez de su cerveza - ¿cómo estás?

- Mal, María, mal, ¿cómo quieres que esté? – cuestioné mostrando mi rostro algo triste – la echo mucho de menos y no sé cómo hacer para poder hablar con ella, que me escuche y me perdone

Por tus ramasWhere stories live. Discover now