33

3.3K 247 76
                                    

Había pasado exactamente una semana desde que Amelia me pidió que me fuera a vivir con ella al piso que hasta aquel momento había compartido con Marina.

La marcha de nuestra amiga había sido casi inminente, había aprovechado aquellos siete días para estar con todos sus amigos, familia y disfrutar hasta el último segundo que le quedaba en España antes de irse a comenzar una nueva vida junto con Mateo en Nueva York. El King's era el lugar elegido para la despedida final, justo esta misma noche y, sabiendo que iba a pasar su último día durmiendo en casa con su madre, había decidido dejarle a Amelia y Marina libre su última noche como compañeras de piso para que pudiesen despedirse de la mejor manera posible en aquel lugar donde tantos momentos habrían compartido.

Sin embargo, la paciencia no era uno de mis puntos fuertes. No tenía pensado dejar a la morena ni una sola noche libre en aquel piso, por lo que según Marina empaquetaba ya sus últimas cosas, yo hacía lo mismo para poder llevarlas allí y comenzar una nueva etapa dentro de nuestra relación. Me daba pena dejar la casa donde había vivido tantos años con toda mi familia, pero sentía que era el momento de seguir creciendo y que todo ello fuese a ser junto a Amelia me hacía muy feliz.

Tenía un montón de cajas distribuidas por el suelo de mi habitación y algún par de maletas también, la puerta del armario abierta pensando en qué llevarme y qué podía dejar allí de momento y las estanterías llenas de cosas que necesitaba llevarme, a pesar de que no tenía ni idea de dónde poder colocar luego todo aquello.

Empecé a sacar perchas llenas de ropa cuando sentí cómo un cuerpo pequeñito me vigilaba desde la puerta, pero no se animaba a entrar del todo

- Puedes entrar si quieres – Catalina agachó la cabeza un poco avergonzada al verse pillada y se decidió finalmente a pasar. Se sentó en la cama con sus pies colgando, al no llegar todavía al suelo, y se quedó observando cómo seguía sacando toda la ropa que tenía - ¿me ayudas a elegir qué camisetas me llevo? – la pequeña asintió sin decir ninguna palabra, se levantó de la cama, miró fijamente toda la ropa que había y señaló una camiseta que a mí siempre me había gustado mucho – me gusta tu elección, voy a tener que pedirte opinión más a menudo – Cata solo se encogió de hombros y pasó sus pequeñitas manos por sus ojos, frotándoselos y retirando alguna lágrima con aquella acción – eh, enana – me agaché para quedar a su altura sabiendo ya por qué estaba tan callada para lo que ella solía ser y la atraje hacia mis brazos permitiendo que llorara todo lo que necesitara – pero bueno mi vida – me separé un poco, cogí su cara con mis manos y retiré las lágrimas que todavía seguían saliendo de sus ojos mientras dejaba un beso sobre su frente - ¿por qué lloras, cariño? – le pregunté aún sabiendo la respuesta. Cata se encogió entre hipidos y yo la animé a sentarse conmigo en la cama

- No quiero que te vayas – consiguió pronunciar volviendo a hundir su cabeza en mi pecho mientras yo acariciaba los mechones de su pelo

- Mi niña – susurré sin dejar de abrazarla

- Es que ya no te veré tanto ni haremos tantos planes como siempre – siguió contando, dejándome la camiseta que llevaba completamente empapada – y luego seguro que Amelia y tú os casaréis, tendréis hijos y me dejarás de querer – continuó de carrerilla de una manera que se parecía demasiado a cuando era yo la que hablaba nerviosa

- Si que corres tú – susurré - Cata – la separé un poco - ¿me miras, porfa? – le pregunté acariciando su mejilla con mi dedo para que me mostrara aquellos ojos brillantes que tenía en aquel momento – nunca te voy a dejar de querer, quiero que lo tengas muy claro. Eres mi hermana pequeña y eso no va a cambiar nunca por muy lejos que me vaya. Piensa que esto es como cuando se fue María, que ya no está a todas horas por casa, pero siempre viene a vernos y quedamos con ella. Pues ahora igual, yo me voy a casa de Amelia, pero siempre que me necesites vas a poder llamarme, nos vamos a ver y vamos a seguir haciendo muchos planes juntas, ¿si? – la pequeña asintió un poco más convencida – te quiero mucho, enana, y eso no va a cambiar nunca – volví a abrazarla con fuerza, dejando que se quedara en aquella posición, tranquila, todo el rato que necesitara

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora