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A los días siendo una Gómez siempre le faltaban horas, tenía que levantar a mis hermanos pequeños a la hora y llevarlos después al colegio, pasar por el bar de mi abuelo para ver si necesitaba algo y ahora se había unido a todo esto la publicación de mi libro, aquello que llevaba tanto tiempo soñando y que parecía no iba a llegar nunca.

Me había costado mucho que una de las tantas editoriales que había en Madrid aceptara publicarlo, todas aludían que la Guerra Civil era un tema demasiado explotado, pero ni siquiera se habían parado un momento a leerlo y darle una oportunidad. Ahora deberían estarse tirando de los pelos al ver que a la gente le gustaba y que no era tan común como ellos pensaban.

Desde entonces, había tenido que compaginar mi vida de siempre con entrevistas en diferentes medios y no me terminaba de acostumbrar a ello. Sin embargo, la propuesta de Amelia me había llamado la atención desde el primer momento y, para qué engañarnos, no solo había sido la propuesta, la había visto alguna que otra vez con Marina caminando por la plaza y tenía un aire mágico que la envolvía, daba una sensación de ser la típica persona de la que quieres seguir sabiendo, que nunca te cansarías de escuchar su voz y eso era lo que me había pasado en su casa. Por eso maldecí haberme tenido que ir aquella noche antes de lo que me hubiese gustado.

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Me levanté media hora antes de lo normal y aproveché que todos seguían durmiendo para servirme un café bien cargado y revisar algunos de los correos que me habían llegado el día anterior convocándome para varias reuniones.

- Buenos días, hija – saludó mi madre entrando en el salón – qué madrugadora estás hoy

- Sí, quería aprovechar para terminar unas cosas antes de que se despertaran los demás – contesté sonriendo ante el beso que dejaba en mi mejilla - ¿quieres café?

- Sí, por favor – se sentó a mi lado y revisó el periódico en lo que terminaba de servirle - ¿te encargas tú de llevar a Catalina y Ciriaco al colegio? – preguntó mientras echaba un terrón de azúcar y comenzaba a removerlo – siento mucho tenerte así, ya lo sabes, pero hasta que tu padre y yo no cuadremos los horarios nos es imposible

- Sí – cogí su mano y le resté importancia – ya sabes que no tengo problema

- Ya, hija, pero me da cosa con todo lo que estás consiguiendo ahora y te cargamos de aún más trabajo

- No te preocupes – me levanté – voy a ir despertando a las fierecillas – salí del salón, pero me acordé de algo en ese momento – por cierto – dije llamando su atención – no me esperéis hoy para cenar, voy a una charla en una librería que hay aquí cerca y seguramente me quedaré a cenar con Marina

- Vale, hija, disfruta – sonrió y volvió a centrar su mirada en el café

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La mañana se me había pasado volando con tanto ajetreo. Acababa de recoger a mis hermanos pequeños del colegio, los había dejado en el bar de la familia y me había ido a una reunión con la editorial para planificar mi agenda los próximos días y poder hablar sobre la idea de escribir una nueva novela ahora que había conseguido el tirón entre el público. Sin embargo, mi cabeza había sufrido un bloqueo y ninguna de las ideas que cruzaban mi mente terminaba de convencerme.

Aproveché para comer algo por el centro, pasear por alguna tienda en busca de ropa nueva y quedé para tomar un café con Marina y que me hiciera así la entrevista que teníamos pendiente desde hacía varios días. Y, para qué engañarnos, que me acompañara a la librería y así poder disfrutar del encuentro con Elvira Sastre. Me había costado mucho decidirme a hacerlo, pero las ganas de ver a Amelia de nuevo y de poder escuchar a alguien tan interesante como Elvira habían terminado venciendo.

Por tus ramasWhere stories live. Discover now