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No había casi pegado ojo en toda la noche. Llegué tarde a casa y, una vez me tumbé en la cama, no pude dejar de pensar en todos los sentimientos que habían florecido en mí al pasar todo el día con Amelia y los escalofríos que me recorrían de los pies a la cabeza cada vez que me miraba como solo ella lo hacía.

Di vueltas de un lado para el otro hasta que noté que los primeros rayos de sol del día se empezaban a colar por las rendijas de la persiana. Cogí el móvil para comprobar la hora que era y me sorprendí  al ver que quedaban escasos minutos para las ocho de la mañana. Me incorporé y escuché cómo alguien golpeaba la puerta de mi habitación. Me imaginé enseguida, por la poca fuerza que había en aquellos golpes, quién podía ser y no me equivoqué al comprobar cómo Catalina asomaba su cabeza y sonreía al ver que ya estaba despierta.

La niña vino corriendo hacia mi cama, sin soltar su oso de peluche, y se tiró encima en busca de una guerra de cosquillas como solíamos hacer muchas mañanas. Su risa era contagiosa y al final terminábamos despertando al resto de la familia.

- Venga, enana, vamos a desayunar – me levanté y la cogí en brazos para llevarla hasta la mesa del salón. Casi no podía ya con ella, pero me negaba a pensar en lo rápido que estaba creciendo y en que dentro de poco aquello quedaría en solo una anécdota más del pasado.

Catalina se sentó junto a Ciríaco, que ya estaba con su vaso de leche enfrente y yo ayudé a la pequeña a prepararse el suyo. El ruido de las llaves distrajo a los pequeños que enseguida vieron aparecer a mi hermana María por allí con su brazo en cabestrillo y portando algo en la otra mano que seguramente sería para ellos.

- Pero si está aquí la manca de la familia – bromeé ganándome una mirada de las suyas

- Muy graciosa – María se acercó y me dejó un beso en la mejilla repitiendo el gesto con Catalina y Ciriaco

Nos quedamos un rato más haciéndoles compañía a los pequeños hasta que llegó la hora y mi madre se los llevó al colegio liberándome a mí de la tarea aquel día. Le serví un café a mi hermana y nos sentamos las dos juntas en la mesa mientras nos poníamos un poco al día

- Me ha dicho mamá que últimamente pasas mucho tiempo con una tal Amelia – moví mi cabeza algo molesta sabiendo por dónde iba a ir la conversación – y también que esta noche has llegado muy tarde por estar con ella

- ¿Qué pasa que vuestro nuevo pasatiempo es hablar de mí? Te recuerdo que ya soy suficiente mayorcita

- Joder, Luisi, no hace falta que te pongas a la defensiva, que solo quería saber quién era – replicó ella cogiendo su taza de café

- Lo siento, ¿vale? – agaché mi cabeza

- ¿Es la chica que estuvo cuando el accidente? – preguntó algo más calmada cogiendo mi mano. Yo asentí – Mamá me contó que no se separó de ti ni un momento

- Sí, me llevó al hospital y estuvo allí conmigo todo el tiempo

Me levanté para llevar el café a la cocina y recoger un poco lo que allí quedaba cuando noté que mi hermana me había seguido y dejaba también su taza en el fregadero.

- Pues me parece muy maja, solo con ese gesto – continuó, apoyando su espalda en una de las paredes de aquel lugar

- María, ¿qué quieres? – pregunté sabiendo por donde iban sus intenciones

- ¿Yo? – se señaló a sí misma – nada, qué iba a querer – giró un poco su cara y volvió a la carga – solo que me llama la atención que pases tanto tiempo con esa chica y no me hayas querido decir nada

Por tus ramasWhere stories live. Discover now