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Era viernes, pero no un viernes cualquiera, puesto que mi hermana estrenaba película y tanto Amelia como yo estábamos invitadas tanto a la proyección como a la fiesta que habría después en el mismísimo Teatro Barceló.

María ya había sido informada de todo lo que había pasado desde la presentación de mi libro en la Luna de Cartón. Fue aparecer el martes por la mañana en el salón de casa y allí estaba ella, ya con un café sobre la mesa, esperando a que hablara y la pusiera al día. No pudo alegrarse más por nosotras dos, diciendo que tenía claro que aquello iba a pasar y animándome a contárselo ya a nuestros padres. Tuve que frenarla, de hecho, porque ya estaba decidida a preparar una cena para que lo hiciera oficial, sin embargo, yo prefería esperar y darle tiempo a las cosas sabiendo que todavía era muy pronto para contar aquello y que no iba a hacer como ella que presentó a Nacho al día siguiente de comenzar a salir.

Esa mañana, Amelia y yo estábamos en la librería, más relajadas de lo que acostumbrábamos, por lo que decidí sacar el portátil y ponerme a escribir mientras la morena atendía a los pocos clientes que aparecían por allí. Estaba tan concentrada en aquellas palabras que fluían como pocas veces antes lo habían hecho, cuando sentí algo vibrar en mi bolsillo, lo cogí al vuelo, casi tirándolo al suelo, pero salvándolo dignamente, y, al ver que se trataba de mi editora, salí corriendo hacia el almacén para cogerlo.

- Hola Lourdes – saludé

- Hola Luisita, ¿qué tal? – respondió enseguida

- Bien, ¿y tú?

- Muy bien. Mira, sé que es un poco precipitado, pero necesito que vengas a la editorial lo antes posible para tratar unos temas

- Sí, claro – afirmé -  pero... ¿todo bien? – pregunté algo dudosa

- Sí, sí, no te preocupes, tú solo ven cuanto antes

Colgué y me quedé unos segundos mirando a la pared de enfrente, algo pensativa y nerviosa por saber qué querrían hablar conmigo con tanta urgencia.

- ¿Estás bien? – preguntó Amelia asomando su cabeza por la puerta del almacén

- Sí – asentí – era Lourdes, mi editora – dije elevando un poco el móvil – quieren hablar conmigo lo antes posible – dije mirándola - ¿te importa si te dejo sola? Si no voy a la hora de comer

- ¿Qué? No – dijo con rotundidad – ve, hoy no hay casi jaleo y eso es más importante

- ¿Segura?

- Que sí – se acercó a mí y dejó un beso en mis labios – cuéntame todo en cuanto salgas – asentí volviéndola a besar, recogí mis cosas y me fui directa hacia la boca del metro para coger el primer tren que pasara por allí y me dejara cerca de aquel edificio que estaba en pleno centro de Madrid.

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Subí las escaleras del metro y me abracé al bolso que llevaba en aquel momento como si eso fuera a controlar los escalofríos que recorrían mi cuerpo producto de los nervios. Llegué al edificio, me metí en el ascensor y, rápidamente, llegué a la planta en la que se encontraba la oficina de Lourdes. Guillermo, su secretario, salió a atenderme amablemente y me indicó que pasara directamente al despacho donde me estaban esperando.

- Hola, Luisita – me saludó Lourdes con dos besos – siéntate, por favor – me indicó - ¿quieres algo de beber, un café...? – me preguntó

- Un vaso de agua está bien – respondí – estoy tan nerviosa ahora mismo que como me tome un café me puede dar algo – Lourdes rió ante mi comentario y se sentó en la silla que quedaba justo enfrente mientras dejaba una carpeta sobre la mesa

Por tus ramasWhere stories live. Discover now