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No me esperaba tanto jaleo en la librería aquella mañana. A la cantidad de clientes por atender se sumaban las cajas de libros nuevos que acababa de recibir y debía colocar adecuadamente en su lugar exacto y las escasas dos horas que había conseguido dormir la noche anterior después de haber pasado parte de ella en la sala de espera del hospital.

Me había tocado beber café como si no hubiese un mañana y, aún así, cuando me despedí de Marina y salí por la puerta de casa seguía pareciendo un zombie deambulando por las calles de Madrid en busca de una cama donde poder dormir hasta el día siguiente.

Miraba el reloj en cada suspiro que me permitían los clientes deseando que llegaran las dos en punto para poder cerrar e irme a casa a dormir hasta que tuviera que volver a abrir. Terminé de cobrar al último de los clientes que llevaba entre sus manos un ejemplar de Bodas de Sangre, que según él le habían obligado a leer a su hijo y, después de convencerle de que él también debía leer aquella obra maestra de Lorca, pude colgar el cartel de cerrado.

Me metí un momento en el almacén para dejar la lista con los libros que me quedaban todavía por colocar y la lista de los que tenía que me habían pedido aquella mañana y que debía solicitar a los proveedores en los próximos días. 

Cogí mi chaqueta y el bolso y, asegurándome de que apagaba todas las luces y quedaba todo más o menos en orden, salí por la puerta, cerrando esta con llave y pensando en la siesta que me iba a echar en cuanto tuviera el sofá de casa enfrente. Sin embargo, mis planes quedaron truncados al bajar el escalón que tenía en la entrada y asustarme al ver a Luisita esperando apoyada en la pared.

- Ay, ¿te he asustado? – preguntó riéndose al ver la cara que se me había quedado

- Un poco – contesté llevándome las manos al pecho fingiendo - ¿qué haces aquí? ¿está bien tu hermana?

- Sí, está todo bien. Estuve esta mañana con ella, pero ya ha llegado Nacho, su marido, y querían quedarse los dos a solas, ya sabes – rodó los ojos dándome a entender – había venido para invitarte a comer y así agradecerte lo de anoche, pero viendo la cara de cansada que traes, no sé si es buena idea

Me quedé pensativa unos segundos. Estaba agotada, pero verla allí esperándome con sus mejores intenciones y aquella cara que se colaba últimamente en todos mis sueños hizo que cambiara mis planes enseguida

- Acepto, aunque no tienes que agradecerme nada, ya te lo dije anoche

- Ya, pero yo quiero hacerlo – respondió ladeando su cabeza y mordiéndose el labio – además, que así conoces la famosa comida del Asturiano

- Ah bueno, si es por eso no puedo negarme – me reí

- Pero que, si estás cansada, podemos quedar otro día, de verdad que lo entiendo

- Que no, tranquila, además como me eche a dormir soy capaz de no abrir la librería en toda la tarde

- Y no te podrías permitir eso, ¿verdad? – me sonrió

- Imposible, no sé qué sería de todos esos pobres clientes sin su libro, lo mío es una labor de primera necesidad – bromeé provocando que se echara a reír

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El bar estaba bastante lleno cuando llegamos. Luisita entró a preguntar dentro y me ofreció comer en la terraza viendo que se agradecían los rayos de sol primaverales que asomaban ya y que hacían soñar a algunos con el verano.

Me senté en una mesa que estaba algo más solitaria y la rubia apareció poco después riéndose y con una carta de la mano que me entregó nada más llegar a mi altura y sentarse enfrente de mí.

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora