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Desde que había empezado mi relación con Amelia el tiempo iba más rápido que de costumbre. Hacía ya casi cuatro meses desde nuestro primer beso, de nuestros paseos por Madrid agarradas de la mano disfrutando de aquella pequeña primavera improvisada que se instalaba en la capital, de las cenas interminables e incluso desde que la casa de la de rizos se convirtiera casi en mi segunda residencia.

El verano se había instalado en la ciudad casi sin imaginarlo. La ropa de verano llenaba nuestros armarios y los helados presidían las entradas de cualquier bar de la zona.

Nuestra relación había ido creciendo en estos pocos meses. Yo seguía viviendo en casa de mis padres, pero la mayoría de las noches las pasaba en la cama de la morena, notando su ausencia cada vez que alguien de mi familia reclamaba mi ausencia y me obligaba a pasar la noche allí. La librería cada vez iba mejor, las charlas con escritoras famosas habían incrementado y Amelia había incorporado también algún encuentro con actrices o directoras de cine que habían llegado hasta el proyecto gracias en parte a mi hermana María y a las que les apetecía también tener un espacio donde contar sus experiencias.

En cuanto a mi libro, las reuniones con la editorial eran cada vez más continuas. En un par de meses tendríamos que empezar una pequeña gira por algunas de las capitales europeas para realizar alguna que otra firma del libro y yo temblaba solo de pensar en que tendría que poner en práctica todas las clases de inglés a las que mis padres creyeron convenientes apuntarme y que ahora mismo pensaba haber olvidado por completo. Había presentado también un pequeño adelanto de lo que iba a ser mi nueva novela y a Lourdes pareció encantarle aquella idea y, sobre la película, justo aquella mañana empezarían los encuentros con la directora.

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El despertador había sonado hacia ya diez minutos, pero me resistía a levantarme de la cama. Había escuchado a Amelia salir ya de la cama y hablar con Marina en el salón, pero decidí hacerme la remolona sabiendo que teníamos tiempo de sobra hasta para tomarnos un café en el Asturiano. Cerré los ojos, me di media vuelta mirando hacia la ventana y sonreí al escuchar cómo se abría la puerta de nuevo.

- Venga, dormilona – Noté los rizos de Amelia caer sobre mi espalda y sus labios recorriendo mi nuca hasta terminar cerca de la comisura de mis labios, con ella tumbada sobre mí

- Cinco minutos más – protesté

- Pero si ya te he dado quince – sus manos comenzaron a acariciar mis costados y enseguida me di cuenta de sus intenciones

- ¡Cosquillas no! 

- ¿Seguro? – sus dedos empezaron a moverse rápidamente por mi cuerpo, mientras no dejaba de repartir besos por toda mi cara, provocando las risas de ambas

- Esto no es justo – me incorporé y ella hizo lo mismo a mi lado – yo quiero quedarme aquí toda la mañana – me crucé de brazos y puse un puchero que Amelia no tardó en besar

- Ya cariño, pero tienes una reunión a la que acudir

- Y ayudarte en la librería

- También, pero sabes que lo otro ahora es más importante – asentí no queriendo entrar en aquella discusión – así que venga – volvió a besar mis labios y se levantó de la cama – te espero en la ducha

El agua fría de la ducha me sirvió para despejarme por completo, eso y tener el cuerpo de Amelia apoyado sobre mi espalda con sus manos recorriendo cada parte de mi anatomía. Salimos envueltas en una toalla cada una y la morena me ayudó a escoger uno de los trajes algo más veraniegos que tenía para ocasiones en las que me tenía que arreglar un poco más. Me decanté por uno blanco con rayas verdes y granates y lo acompañé con un top también blanco

Por tus ramasWhere stories live. Discover now