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El bar que elegí estaba bastante cerca de la librería, así podría llegar más o menos a tiempo a mi encuentro con Amelia. Era un lugar al que la morena y yo habíamos ido alguna que otra vez a la salida del trabajo para tomarnos algo tranquilamente sin gente conocida que nos molestara. No era muy grande, tenía un par de mesas en el interior y alguna en la terraza aprovechando ahora el buen tiempo y su decoración era ya algo antigua.

Pedimos un par de cervezas en la barra y, a pesar de las insistencias de la mayor, exigí que nos quedáramos allí mismo para poder controlar el tiempo.

- Tú dirás – dije una vez me senté en uno de los taburetes y contemplaba la cantidad de cuadros que tenía el dueño del local detrás de la barra

- ¿Cómo estás? – preguntó apoyando su mano sobre la mía – hacía mucho tiempo que no nos veíamos

- Raquel, si hemos venido hasta aquí solo para preguntarme eso, mejor me voy

- No, por favor – me rogó – en realidad te he hecho venir aquí porque te echo de menos, Luisita – rodé los ojos – es verdad – confesó – y sé que lo hice muy mal, que no te traté como merecías y te pido perdón por eso. Para mí era muy difícil todo, sabes que vengo de una familia muy tradicional y decirles que estaba enamorada de una mujer y que quería separarme de mi marido iba a ser una locura.

- Había que mantener la imagen, ¿no? – ironicé – ese era uno de tus problemas, que la imagen era más importante que cualquier otra cosa

- Luisita, por favor – me callé y dejé que continuara hablando – la situación se fue complicando cada vez más y tenía miedo de que llegara el momento de que me dejaras por alguien mejor que yo. Te descuidé, me volví controladora, lo sé, pero cada vez que salía de casa e iba a verte era como si todo mi mundo cambiase porque estaba contigo. Siento mucho todo el daño que te hice, estoy muy arrepentida y sé que en ningún momento debí opinar sobre cómo vestías, con quién ibas ni dejar que estuvieras a mi merced en cada momento, pero tenerte era una forma de sentirme querida

- Me hiciste mucho daño, Raquel – asintió agachando la cabeza – me hiciste una persona muy insegura y que pensaba que no valía para nada. Te aprovechaste de mí, de lo que sentía y me hiciste dejar a un lado mis sueños y creer que no los iba a alcanzar nunca. Me separaste de mis amigos y casi también de mi familia porque ellos intentaban hacerme ver la realidad y yo estaba completamente cegada por ti. No era una relación sana

- Lo sé y no sabes cuánto lo siento – volvió a fijar sus ojos en los míos y por un momento me sentí como aquella Luisita casi adolescente que caía rendida a sus pies cada vez que la veía. Raquel continuó disculpándose y contándome un poco más sobre cómo era su vida ahora que se había divorciado y vivía en Londres. Allí, según decía, era mucho más libre, disfrutaba de su hijo, de sus nuevos amigos y de su sexualidad sin sentirse coaccionada por el qué dirán. 

- Hice mal, pero todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad, ¿no crees? – sus dedos empezaron a recorrer suavemente mi antebrazo provocándome aquel contacto escalofríos por todo mi cuerpo.

- Raquel, no, por favor – conseguí pronunciar viendo sus claras intenciones. Su mano ascendió lentamente hasta coger un mechón de mi pelo que enroscó entre sus dedos mientras me miraba con una sonrisa

- Sé que lo estás deseando, igual que yo – sus dedos pasaron a mi cuello, dejando sutiles caricias por la zona – sigo enamorada de ti, Luisita, nunca he dejado de estarlo – negué con la cabeza y cuando vi sus claras intenciones fui capaz de esquivar el beso y dejar que se perdiera en el aire

- Yo ya no estoy enamorada de ti – confesé mirándola con dureza al ver que había intentado volver a engañarme – por fin he descubierto lo que es el amor de verdad, una persona que me quiere, me cuida y me hace ver lo que valgo. Con ella me siento mucho más fuerte y sería incapaz de hacerle esto. No a ella – miré mi reloj maldiciendo al comprobar lo rápido que había pasado el tiempo en aquel bar. Abrí mi cartera, cogí dinero y se lo dejé al camarero encima de la mesa – me tengo que ir

Por tus ramasWhere stories live. Discover now