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Amelia y yo pasamos la tarde de domingo juntas, paseando por el centro de Madrid y tomando algo en una de las terrazas que adornaban Malasaña. La de rizos me insistió para quedarme a dormir en su casa, pero, por mucho que me costara, terminé declinando la invitación para poder pasar alguna noche con mi familia y no sentir que los tenía un poco abandonados últimamente.

Cuando abrí la puerta de casa, tan solo mi madre y mi abuelo quedaban en el salón. Los dos charlaban sobre uno de tantos cotilleos que había en el barrio y que les llegaban enseguida a través del bar. Me senté un rato con ellos y finalmente terminé yéndome a la habitación para poder descansar de todo el fin de semana y afrontar el lunes con más energía.

Me puse el pijama, me metí dentro de la cama agradeciendo el contacto con mi almohada, a la que tanto había echado de menos, y abrí la conversación de Whatsapp que tenía con Amelia para poder hablar un poco con ella antes de quedarme completamente dormida. La conversación empezó muy tranquila, pero rápidamente pasó del simple tonteo a un tono más caliente. La de rizos decidió pasar a hacer videollamada para poder verme la cara y pedirme ciertas cosas subidas de tono, cuando sentí unos pasos por el pasillo y cómo alguien alcanzaba con algo de dificultad el pomo de mi puerta para poder abrirla. Corté rápidamente la llamada de Amelia y me estaba adecentando un poco cuando Cata asomó su cabecita

- Luisi, ¿estás despierta? – preguntó con una voz un poco quejicosa

- ¿Qué te pasa enana? – Cata se acercó del todo a la cama y la ayudé a tumbarse conmigo

- Me duele la cabeza – toqué rápidamente su frente y noté cómo tenía una temperatura más alta de lo normal.

La pequeña se recostó del todo sobre la cama y yo salí de la habitación directa a coger el termómetro y el jarabe antitérmico para que al menos le bajara la fiebre y pudiese descansar. Comprobé que en el salón ya no quedaba nadie despierto, por lo que decidí no avisar a mi madre y encargarme yo de Cata como había hecho en muchas otras ocasiones.

Regresé a la habitación y me la encontré recostada sobre mi lado con los ojos cerrados debido al daño que le hacía la luz fruto de la fiebre. Me senté a su lado y dejé una caricia sutil sobre su espalda para que se incorporara un poco y pudiera tomarle la temperatura. El termómetro marcó 38.5º por lo que le di el jarabe rápidamente y la insté a que se volviera a tumbar abrazada al osito de peluche que la acompañaba cada noche. Yo dejé todo sobre la mesa, junto con una botella de agua por si fuera necesario en algún momento y me acosté a su lado después de dejar un beso sobre su frente y pasar un brazo sobre su cuerpo para que se sintiera aún más protegida. Poco a poco noté como su respiración se ralentizaba, indicándome que por fin se había quedado profundamente dormida, por lo que yo decidí despedirme de Amelia, a la que tuve que explicar un poco por encima el porqué la había colgado de aquella forma antes, y decidí intentar dormir también.

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La voz de Cata hizo que me despertara rápidamente. La miré preocupada por si necesitaba algo, pero enseguida me di cuenta de que estaba hablando en sueños. Retiré un poco el pelo que tapaba toda su cara y sonreí al ver cómo se aferraba a su osito como si aquello le diera toda la tranquilidad que necesitaba. Toqué su frente y respiré más calmada al ver que la temperatura parecía estar ya más regulada.

La dejé descansando, sabiendo que hoy no iba a ir al colegio, y me fui hacia el salón para poder desayunar junto a mis padres y contarles todo lo que había pasado aquella noche. Mi padre se acercó enseguida a mirar cómo estaba la pequeña, mientras mi madre y yo terminábamos de tomarnos el café y de colocar las tazas para el resto y que así no llegaran tarde a clase.

- Buenos días, enana – me asomé a la habitación de nuevo en lo que los demás terminaban de prepararse y vi cómo Catalina se desperezaba en la cama - ¿estás mejor? – ella asintió y yo me acerqué para ponerle el termómetro

Por tus ramasWhere stories live. Discover now