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Luisita y yo habíamos querido alargar lo inevitable todo el tiempo que nos fue posible, pero, viendo que los más pequeños empezaban a estar cansados y que Marce no dejaba de mandarnos mensajes por el grupo familiar que teníamos, preguntando cuándo íbamos a llegar, decidimos que era el momento de hacer frente a nuestros actos y presentarnos en casa de los Gómez. Eso sí, con el roscón de Reyes favorito de mi suegro, comprado especialmente para él, a ver si así conseguíamos amansar un poco a la fiera.

Tras los gritos y abrazos de emoción por ver a la mayor de las hermanas, junto con toda su familia, entrar en casa, nos sentamos en torno a la mesa para disfrutar de la cena que había hecho Manolita para celebrar la noche de Reyes y aquel reencuentro que tanta ilusión les había provocado. Cenamos entre risas, anécdotas e historias que nos ponían al día de todo lo que había sucedido en nuestras vidas en los últimos meses, incluido nuestro viaje a Pedraza.

Marce sacó el roscón que le habíamos llevado y que no dejó de agradecerme repitiendo una y otra vez que era su yerna favorita y, justo en el momento en el que alzamos las copas para brindar por todos nosotros, Luisita me apretó la pierna indicando que era ahora o nunca.

- Amelia y yo nos hemos casado – soltó como si fuera la cosa más normal del mundo

- ¿Cómo? – Manolita fue la primera en reaccionar mientras que Marce comenzó a toser y escupir el champán que había bebido segundos antes

- Tú siempre haciendo las cosas a lo grande, Luisi – comentó Manolín que estaba disfrutando como nadie del momento

- Pero, ¿cómo que os habéis casado? – volvió a preguntar la madre de la rubia sin entender nada

- Pues eso mamá, que el viaje a Pedraza no fue solo para desconectar, sino que también le quise dar una sorpresa Amelia

- A Amelia y a todos, charrita – respondió Pelayo volviendo a beber de la copa de champán

- A ver hija, si yo veo muy bien que hayáis querido formalizar lo vuestro, pero, no sé, podríais habernos dicho algo antes, que somos vuestra familia

- Lo sé, pero es que ya sabes que a mí estas cosas no me gustan y solo necesitaba la presencia de Amelia – dijo Luisita cogiendo mi mano y enseñando nuestros anillos – pero bueno, que también hemos decidido que podríamos hacer una comida todos juntos, para celebrarlo con vosotros – sugirió – y tú, papá, ¿qué piensas? – le preguntó viendo que todavía no se había pronunciado

- Ehhh – se quedó un poco pensativo - esto quiere decir que Amelia ya es mi yerna oficialmente, ¿no?

- Sí – respondió Luisita mientras yo asentía tímidamente

- Creo que es el mejor regalo de Reyes que me podrías haber hecho, hija – soltó levantándose rápidamente de la silla para poder abrazarme – por fin una de mis hijas se casa con alguien del Atleti – dijo mientras me dejaba casi sin respiración – eso sí, yo me encargo de hacer la comida. E ir pensando un buen regalo de bodas porque no os pienso dejar sin él - puntualizó

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Finalizadas las Navidades, Marce organizó una comida para todos en el Asturiano en la que no faltó ninguno de los Gómez e incluso Luisita fue capaz de convencer a mi madre para que apareciese por allí y se quedara unos días en nuestro piso aprovechando que mi padre estaba entretenido con su trabajo y no le estaba poniendo ningún problema.

Sin embargo, como la mayoría de cosas buenas, mi madre tuvo que regresar a Zaragoza y no valió de nada que yo le prometiese encontrar un trabajo y un piso para ella y así poder tenerla cerca. La quería muchísimo, pero seguía sin entender esa mentalidad cerrada que hacía que regresara a casa con un señor como su marido que lo único que buscaba era tenerla bajo su control y manipularla a su antojo. Así que Luisita y yo la llevamos hasta la estación, nos despedimos de ella y nos quedamos con haberla podido ver tan feliz durante aquellos días que estuvo en nuestra casa y con que al menos habíamos conseguido convencerla para regalarle un móvil más moderno con el que hacer videollamadas cada vez que nos echásemos de menos.

Por tus ramasWhere stories live. Discover now