39

2.9K 264 138
                                    

Dejé a Amelia atrás y fui directa a coger las llaves que estaban en una caja, justo enfrente de la puerta. Puse la contraseña que me habían enviado por mensaje y abrí la puerta dándole acceso a la morena que ya me había alcanzado.

- Parece un sueño – murmuró alzando la vista hacia el enorme techo que tenía la entrada y que seguía también hacia el salón donde, al fondo, se podía apreciar una enorme chimenea

Me coloqué detrás de su espalda y rodeé su cintura con mis manos, apoyé mi barbilla en el hueco de su cuello y dejé que siguiera observando todo con mi cuerpo pegado a ella.

- ¿Quieres que veamos el piso de arriba? – pregunté todavía escondida en aquel lugar que tanto me gustaba

- Por favor – dejé un suave beso en su cuello, me separé y le ofrecí mi mano para subir juntas las escaleras hasta la segunda planta.

Había escogido aquella casa rural no solo por el entorno en el que estaba, sino también por la habitación que contenía dentro de ella. Es cierto que llamaba la atención que una casa tan grande apenas tuviese un dormitorio, pero cuando entrabas en él, entendías el motivo. La cama, en la que Amelia y yo podríamos perdernos perfectamente, ocupaba el centro de la estancia. A un lado había un enorme balcón desde el que se podía ver todo el pueblo, pero que gozaba también de la intimidad necesaria que quisiéramos tener, en otro lado; una especie de biombo que separaba todo aquello de un jacuzzi en el que estaba deseando meterme ya con la morena; enfrente, dos sillones, que parecían realmente cómodos, con una mesita y una televisión para que casi ni fuera necesario movernos de la habitación y, por último, una puertecita que daba paso al cuarto de baño donde se encontraba la ducha, en la que entrábamos las dos sin problema alguno y un pequeño escondite que supuse que haría de vestidor.

- Esto es maravilloso – susurró girándose para quedar enfrente de mí - ¿estás segura de que nos podemos permitir todo esto? – preguntó sin creérselo todavía. Yo asentí, enroscando mis brazos alrededor de su cuello para poder besarla

- Es todo lo que mereces

- Tengo mis dudas – pronunció sobre mis labios y yo no pude más que volver a besarla con la intención de disipar sus pensamientos. 

Volvimos al coche para recoger nuestras cosas, lo dejamos todo en la habitación y salimos a un pequeño supermercado que había cerca para coger lo imprescindible para aquellos días y así no tener que preocuparnos de nada más el resto del tiempo que estuviésemos por allí.

La señora del supermercado, al darse cuenta de que estábamos de paso, nos indicó algunos lugares que no debíamos perdernos de la zona por si queríamos verlos y, mientras Amelia se entretenía eligiendo alguna cosa para hacer una cena especial, yo, al ver lo simpática que había sido la mujer con nosotras, aproveché para pedirle un favor para uno de los días que íbamos a estar por ahí.

- Oye, ¿de qué hablabais la mujer y tú tan entusiasmadas? – preguntó Amelia mientras me cogía una de las bolsas

- Cosas nuestras – respondí encogiéndome de hombros

- Sí, será eso – me miró negando con la cabeza sin creerse nada - ¿Habías estado aquí antes? – se interesó

- Sí – asentí con la cabeza y la miré fijamente a los ojos – mi madre, bueno, mis madres, solían pasar las vacaciones de verano en este pueblo. Su abuelo tenía una casita en la zona y les encantaba venir por aquí. Así que cuando yo era pequeña, los fines de semana en los que mis padres se podían escapar, y sobre todo antes de que nacieran los enanos, nos solían traer a mis hermanas mayores y a mí y así desconectábamos un poco de la capital. Nos sentíamos muy libres, porque podíamos salir a la calle y jugar hasta las tantas sin problemas, que no es que en la Plaza no lo hayamos hecho, pero no con la misma libertad. Además, en julio, una de las noches, iluminan el pueblo entero con velas y es una imagen que quedará guardada en mi memoria para siempre

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora