Sleepinn&Suits casi nos cuesta la vida.

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 Nos escabullimos por el patio trasero, nuestras huellas quedaron incrustadas en la nieve que delató a gritos la huida. Miré hacia atrás por última vez.

—¡Jonás, apresúrate! —Me urgió Petra en mitad de la calle.

Corrimos calle abajo, las ramas secas de los árboles dibujaban sobras lúgubres y tétricas en la grava. Tomamos una calle que no conocía en lo absoluto y ésta desembocó en un pequeño centro comercial donde algunas personas disfrutaban de las últimas horas de la noche, Sobe y Petra aminoraron el paso y copiaron el andar despreocupado de los demás transeúntes. Pero su semblante los destacaba del resto como si fueran fuego en la nieve, observaban cada persona que trascurría a su lado con cautela y los autos eran el centro de sus miradas recelosas. Un niño rió a lo lejos y chilló saliendo rápidamente de una tienda, ambos se sobresaltaron y Sobe murmuró una maldición.

Parecían unos vagabundos dementes e histéricos.

Una luz cálida se filtraba a través de los escaparates. Las pisadas y las voces relajadas o las parejas tomadas de la mano rondaban a nuestro alrededor. Una sirena de policía comenzó a barrer los autos que circulaban por la calle. Rápidamente me coloqué la capucha del abrigo y enterré las manos en los bolsillos, seguramente mis papás ya habían reportado que yo también había desaparecido, estaba a punto de irme de la ciudad pero pensé que ellos se quedarían a esperarnos. Todos los reconocerían como los peores padres de la ciudad que perdieron a sus cuatro hijos en una noche y que el último en desaparecer lo hizo frente a sus narices, pero aun así nos esperarían sin rencores en la nueva casa. Sabía que lo harían. Incluso se me ocurrió algunos apodos que podían ponerle a la casa y a ellos, cada uno me hizo sentir peor que el anterior.

Las sirenas ulularon al pasar a mi lado y tiñeron la cuadra de azul y rojo. El lugar era extraño para mí, todavía no conocía el pueblo, lo que también me hizo sentir peor. En aquel momento me habría puesto triste hasta ganar un millón de dólares.

Algunas personas nos observaban con vistazos furtivos y otros no eran tan discretos. Nadie me miraba así desde que Narel me había puesto un letrero de «Patéame» en la espalda. Petra se volvió en sus pasos. Sus mejillas estaban quemadas por el frío al igual que su nariz, se acercó hacia mí y me susurró.

—Estás muy tenso si el agente está cerca, o esos oficiales tuvieran ganas de buscarte te notarían. Distráete. Piensa en otra cosa —aconsejó.

Ella también se había calado la capucha porque también había escapado de la policía si es que no creían que estaba todavía en «el baño».

—Somos fugitivos de la ley —Le susurré como si temiera que alguien me oyera.

Tal vez temía eso.

—Oh, escapamos de la policía. Mañana me pondré un apodo o una nueva identidad y al día siguiente me tatuaré ¿qué dices, tienes las agallas para hacer eso?

—¿Qué nos tatuaremos?

—Piénsalo y cuando lo sepas me dices.

Asentí distraído.

—De verdad —insistió—. Si no piensas en otra cosa, la culpa te comerá por dentro.

Esbocé una sonrisa que daba lástima, estaba arrepintiéndome de haberme ido, pensando en si debía dar la vuelta y dejarla hablando sola. Sentía que me dividía. Necesitaba abandonar a mis padres para recuperar a mis hermanos, o abandonar a mis hermanos para estar con mis padres en un momento muy difícil para ellos. Las dos respuestas eran igual de horribles. Alejé los pensamientos de mi cabeza y le contesté:

—¿Cómo pensar en que estoy camino a otro país, a un lugar desconocido con personas desconocidas porque tengo el peor superpoder del mundo e hice desaparecer a mis hermanos?

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora