II. El sector deforestación

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 Afuera nos esperaba Abeto, el hombre de mirada preocupada y números negativos que amenazaban con su vida. Tenía las manos detrás de la espalda como un guardia y una lánguida preocupación en los ojos.

Después de la pequeña conversación donde acordamos hablar frente a todos los habitantes del sector deforestación, Prunus le indicó que nos condujera a la casa desocupada. La casa desocupada no era distinta al resto, tenía dos habitaciones, un desván y una chimenea. Las habitaciones escondían camas de heno, baúles y faroles dispuestos a ser encendidos. Dejé mi mochila en una cama y me dirigí al rincón de la chimenea. Alrededor del fuego un montón de pieles estaban esparcidas por el suelo a modo de sofá, eran blancas, extensas, marrones e incluso de un color bronce tupido. La chimenea despedía una luz cálida y hogareña que hacía bailar a las sombras.

Sobe estaba recostado en una piel frente al fuego, había sacado su chaqueta de aviador de la mochila donde la tenía guardada y la plegó debajo de su nuca como una almohada. Se encontraba roncando mientras Berenice inspeccionaba las paredes de troncos como si nunca hubiera visto algo igual y tal vez así era. Petra se había acomodado junto al fuego y leía uno de mis cómics, los inspeccionaba con el mismo aire que tenía Berenice al ver los troncos. Ya no llevaba el pañuelo que le cubría la cabeza y se había corrido el vestido hasta los muslos para sentarse cruzando las piernas. Levantó la mirada de los dibujos y dijo:

—Jonás, no podemos hacer nada hasta media noche, descansa o báñate, estás cubierto de barro  —apuntó con una sonrisa tímida.

Asentí un poco mareado. Afuera los pájaros trinaban desde los follajes verdosos del bosque que contenían la luz del sol como si fueran brazos que la sostuvieran.

—Voy a explorar —anuncié—. Con suerte encuentre un lago.

Berenice apartó su atención de las rugosas paredes.

—Te acompaño —informó.

La palabra explorar pareció seducirla. Caminamos por el bosque. Ella observaba todo complacida y asombrada, como si el paisaje le hiciera un favor al existir. Las flores silvestres, los árboles altos y rugosos, los senderos angostos y la escasez de zarzas y malezas eran una delicia para ella, me gustó con la admiración que contemplaba el mundo. Incluso parecía deleitarle el crujir de las agujas de pino secas bajo sus pies.

—Creo que este sería tu lugar —le dije cuando un pájaro pasó volando por encima de nuestras cabezas y ella observó su trayecto con una sonrisa.

Abrió su boca para decir algo pero se detuvo y hundió los hombros. Se veía tan desdichada como Abeto que tenía -25 palabras. Me imaginé a Berenice sin el marcador, sería una adolescente meditabunda, soñadora y en algunas ocasiones parlanchina, como esas chicas que no cesan de hablar de sus planes, esperanzas y meditar en situaciones futuras que todavía no sucedieron. Le emocionaría todo lo que no conociese y aceptaría cada reto que se le presentase.

De repente se me ocurrió una idea.

—Berenice ¿Sabes lo que es la clave Morse?

Negó con la cabeza. Emocionado cogí cuatro guijarros del suelo y le di dos a ella. Me senté bajo un árbol frondoso y me imitó. Entonces comencé a explicarle cómo sonaba cada letra. De la "a" (que es un sonido corto seguido de un sonido largo) hasta la "z" (que son dos sonidos largos y dos sonidos cortos). Ella prestó mucha atención a lo que decía y profirió las letras golpeando los guijarros. Tenía buena memoria y emulaba mis movimientos con ligereza. Al cabo de media hora lo tenía.

Tiré mis guijarros y la dejé a ella con los suyos.

—Aprendí esto con mi hermana Ryshia —expliqué poniéndome de pie y limpiándome las manos en el pantalón— cuando ella era pequeña, bueno... más pequeña, tartamudeaba. Una tarde se hecho a llorar porque los niños de su escuela no la entendían, dijo que no hablaría nunca más en su vida, entonces busqué la clave morse en Internet... digo aprendí por ahí —me corregí rápidamente recordando que allí no existía el Internet y carraspeé— en una escuela llamada Internet. A mis padres no les gusto la idea, decían que así nunca sabría afrontar su miedo. Pero... supongo que cada mala acción tiene su lado bueno —admití recordando también lo que dijo Prunus—, porque todos los niños de su escuela le pedían que ella les enseñe a hablar morse. Tuvo más amigos. Con el tiempo aprendió a hablar fluidamente.

—¿Y qué le paso? —preguntó a través de los sonidos.

Comenzamos a caminar, sólo se oía mi voz, los susurrantes golpeteos de las piedras y las crujientes hojas bajo nuestros pies.

—La perdí —admití.

—Yo también perdí a mi hermana —confesó concentrada en las piedras que sostenían sus pálidas manos—. Bueno y a todos los que estaban dentro de la ciudad. Incluso Wat perdió alguien que amaba, por eso está desesperado en volver.

—¿Wat ama a alguien? —ni siquiera sonaba real cuando lo decía.

Ella rió.

—Sí, aunque no la ve desde La Fuente. Él siempre tenía los números negativos porque gastaba todas sus palabras en ella, las guardaba y una vez al mes le contaba una historia. No volvió a hablar desde que la vio, al menos eso me dijo, bueno hasta que aparecí y no tuvo de otra. El trabajó años solo hasta que me enviaron a la granja. En mi papel decía que pasaría el resto de mis días con Walter Tyler en el campo. Cuando llegué no quería ni verlo, pero entonces él me contó una historia.

—Vaya ¿qué contó?

—Me contó su historia, una historia de amor imposible. Me dijo que hay muchos amores imposibles, algunos se enamoran eternamente de una persona sin tan solo conocerla. Me comentó que otros se enamoran en un segundo, Wat se enamoró de ella en un segundo. Habló mucho del amor como si fuera algo que no recordara y tratara de mantenerlo en la mente. Y luego me dijo su idea. Un pobre muchacho con la idea de una revolución. « ¿Por qué alguien pensaría en eso por primera vez en cientos de años?» le pregunté «Por algo más que una promesa» me contestó. Y entonces me contó de ella, la chica que amaba; aquel día en La Fuente cuando estaban a minutos de que le asignen sus destinos, ella le prometió que no importaba que vida le den lo esperaría y él prometió volver, le dijo que esa no sería la última vez que la vería. Es algo más fuerte que una promesa.

—¿Qué es?

—No sé —se encogió de hombros—. Pero dijo que volvería a Salger para verla feliz aunque le cueste la vida, eso no sólo se puede llamar promesa. Uno promete que se verán a la mañana siguiente o que no llegará tarde a un encuentro pero si se promete con la vida es mucho más que eso. Un juramento como ese no puede llamarse solo promesa, él haría lo que fuera por ella.

—¿Y cómo llamarías a lo que hizo ese día en La Fuente?

Berenice dudó unos instantes después de todo no conocía muchas palabras pero aun así dijo la indicada como si conociera todas las del mundo.

—Amor.

Pensé en ello. Y le hice una última pregunta antes de regresar.

—Berenice ¿Tú crees que mentimos?

—No lo creo, sé que mienten.

—¿Desde cuándo? —pregunté atónito deteniéndome súbitamente.

Una sensación incomoda se espació por mi pecho, me sentí como un timador que no merecía compartir aquel día con ella.

—Desde la primera vez que les hablé. Dijeron no recordar nada pero por una razón sabían que detrás de esa caja enorme se esconde una ciudad ¿Cómo sabrían eso si no recordaban nada? Además vestían raro y tienen libros con ilustraciones.

—Cómics —murmuré con una sonrisa.

Y ella me devolvió la sonrisa, su cabellera azabache se mecía con la imperceptible brisa, tenía un leve color en los labios que armonizaba con el entorno.

Estaba atardeciendo y decidimos volver, no encontramos ningún lago ni arroyo. Para entonces había vuelto sudado y más sucio de lo que estaba. Me recosté en las pieles sintiendo que mi cuerpo pesaba una tonelada, Berenice hizo lo mismo, recostando su cabeza junto a mí y Sobe se despertó balbuceando.

—¿Dónde estamos?

—En la casa deshabitada —respondí.

—Técnicamente ahora está habitada —comentó Petra recostándose también junto al fuego.

Estaba fatigado, los parpados me pesaban. Berenice se frotó somnolienta los ojos y recostó su cabeza sobre los brazos. Yo hice lo mismo. Ese día había sido ajetreado no quería pensar en monstruos de ojos rojos ni en Creadores o discursos de guerra a media noche. Despejé todo de mi cabeza, miré las vigas del techo y luego escuché el crepitar del fuego.

No supe cuando pero me quedé dormido.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora