II. Muchas despedidas en poco tiempo

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Estaba sentado en frente de la cabina de teléfono con Berenice a mi lado. En Cuba era de noche, las estrellas brillaban con fuerza, el aire olía a sal y la humedad hacía que la ropa se sintiera mojada. Algunos transeúntes caminaban de aquí para allá, los turistas tomaban fotos a cualquier cosa que les pareciera interesante y compraban en las tiendas como acaparadores compulsivos.

Sobe, Miles, Petra y Dagna habían ido por congrí para llevar, después de que Sobe insistió por media hora comprar un poco. Walton y Cameron esperaban fuera de la cabina, recostados sobre el escudo plástico, con las manos en los bolsillos mientras Dante hablaba nervioso y jugueteaba con las monedas escuchando la reprimenda de sus padres y contándole todo lo que había hecho en un fin de semana y a todas las clases que había faltado.

Berenice escuchaba atentamente mis palabras. Estaba sentada a mi izquierda, sobre el bordillo con las muñecas descansando sobre sus rodillas y las piernas extendidas. La luz de las farolas y los escaparates nos iluminaba como si fuera de día.

Comencé a explicarle por la desaparición de mis hermanos y escalé en mis desgracias cronológicamente, le hablé de La Sociedad, el Triángulo, Gartet, los trotamundos, Creadores y todo lo que había aprendido en el último mes. La idea de que Logum sólo sea un colonizador la enfureció, sus ojos relampaguearon airados pero no dijo nada. No me había dado cuenta de lo pálida que ella era, en el aire gris de Dadirucso se veía normal pero allí sentada en la calle, de noche, con su ropa negra, ojos profundos, sus cabellos azabaches y las mejillas hundidas parecía una versión de la hija de Drácula.

Estaba narrándole la parte de Babilon, como deseaba y a la vez no que ellos siguieran allí, estaba decidido a buscarlos. Mi destino no era participar en una guerra, mi destino era encontrarlos y volver a estar con ellos.

Dejé de lado las malas noticias y le hablé de todo lo encantador que tenía nuestro mundo y lo poco que sabía del Triángulo. De todos modos, había escuchado en la reunión del Consejo que las cosas cambiarían allí, uno de esos cambios serían la autorización para utilizar artes extrañas. Ella escuchó con atención, sin darme cuenta de un momento a otro le estaba pidiendo que viniera con nosotros.

Walton cruzó la calle ignorando los bocinazos.

—Bien —dijo cuando se acercó contando las monedas agrupadas en su mano—. Queda para una llamada, te toca viejo.

—¿Y Cam? —pregunté alzando la cabeza.

—Ya habló y yo también.

—Estoy seguro de que a Dante no lo regañaron lo suficiente...

Él negó con la cabeza.

—Al teléfono —ordenó señalando con el pulgar hacia atrás—, como tu mentor y guía digo que aunque sea lo difícil debes hablar con tu madre.

Me levanté del bordillo y agarré las monedas que vertió sobre mis manos en proceso de cicatrización o, como decía Sobe, en proceso de convertirse en pasas. Cam y Dante se aproximaron corriendo. Tenían las camisas remangadas por el calor tropical y la luz de la tienda más cercana los empapó. El ronroneó de las motocicletas y los automóviles abundaba en la calle además de las palabras y los gritos de vendedores ambulantes:

—¿Cómo te fue? —le pregunté intentando demorar el proceso.

—Bien, fue mejor de lo que imaginé —me respondió Dante, parecía más relajado—, sólo estoy castigado por dos años.

No parecía una broma y teniendo en cuenta que él nunca bromeaba me pregunté qué había imaginado que le harían.

—A mí no me castigaron —informó Camarón con una sonrisa triunfal.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora