II. Lo que sucede en Salger no se queda en Salger

476 87 31
                                    


 Nos alejamos de esa zona sin ser vistos, chorreando aguas negras. Cerca de las fábricas estaba construida una villa de casas que daban pena, la casa donde encontré a Eco habría sido una mansión en comparación a esas. Las construcciones estaban apiladas y apiñadas unas contra otras. Entre ellas había estrechos pasillos con suelos de lodo resbaladizo. Sogas de tender ropa se entretejían por encima de nuestras cabezas como telarañas. No era un barrio donde te gustaría vivir, si encontraba un cadáver en el final de una esquina no me hubiera sorprendido mucho.

—Será mejor que nos cubramos, necesitamos algo que nos tape un poco, y lo necesitamos por muchas razones —anunció Sobe ajetreado mientras avanzábamos.

—¿Porque nadie quiere verte a la cara es una de ellas? —preguntó Petra sonriendo y sacudiendo lodo de sus botas.

—No, porque tienen fotos mías de pequeño —dijo fulminándola con la mirada a modo de «Te perdono sólo por esta vez»—, nos vieron arrojarnos al río, esos soldados seguramente están buscándonos y no tenemos marcadores. Será fácil rastrillar con ese dato —añadió elevando su antebrazo como si quisiera que lo atrapen en ese mismo instante.

Ambos enmudecimos, eso era cierto.

—Si quieren hablar aguántese, si no queda de otra entonces susurren —aconsejó—. El portal está en un restaurante, se llama «Letras»

—Irónico —convino Petra.

—Letras está en el sector alto de la ciudad, en una calle llamada Bor. Yo nunca estuve aquí, no sé muy bien cómo salir.

—Siempre hay un contratiempo —lamenté.

—¿Sabes que sería un contratiempo? —preguntó Petra entretenida—. Que en Cuba nos esté esperando Tony.

Sobe iba adelanté murmurando algo de que no bromee con eso cuando tropezó con un hilo que atravesaba todo el pasillo, cayó de bruces a suelo, me resbalé, caí encima de él y Petra me siguió. Unos niños se asomaron a la ventana más cercana y estallaron en risas, en menos de unos segundos llamaron a más de sus amigos, mientras nosotros intentábamos pararnos perplejos de la sorpresa.

—¡Malditos niños, ya verán cuando los agarre! —amenazó Sobe empujándonos a manotazos.

Petra se quitó como pudo el lodo del cabello, se paró muy formal, examinó de donde provenían las risas y entró en la casa de los niños con la cabeza en alto mientras Sobe y yo nos incorporábamos. No la detuve porque los niños no parecían ser el tipo de personas que se impresionen porque un extraño entre a su casa, es más la puerta no tenía cerraduras y estaba hecha de varillas de metal y cable. Los niños se sorprendieron menguando las risas y abandonando la ventana para encontrarse con Petra. Después de unos minutos volvió a salir. Llevaba tres capas largas con capuchas en sus manos y una sonrisa en el rostro.

—¿Les robaste? —pregunté agarrando una capa, la tela era áspera pero no estaba húmeda y cubierta de lodo.

—No, me la dieron los niños.

—Dime que los zurraste —dijo Sobe con un brillo de esperanza en los ojos.

—¡No los zurre! Sólo supuse que los niños hacían estas travesuras porque estaban seguros de que nadie se molestaría en explicarle a su madre qué hacían, porque nadie gastaría palabras en eso. Pero cuando vieron que yo lo haría negociamos un acuerdo. Tres capas e información de cómo llegar a la calle Bor por mi silencio.

—Eres sensacional —le dije.

Ella se puso la capa satisfecha consigo misma y dio un giro agarrando los bordes, sus ojos policromos resaltaban como faroles entre el lodo seco que tenía pegado en las mejillas.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora