Sobe engaña a una persona misteriosa

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 Las personas nos miraban con ceño fruncido. Tres adolescentes húmedos por aguas negras, cubiertos de hollín, con lodo, capas y ropas que parecían salidas de una película de Robin Hood  no pintan muy bien en una calle poblada y calurosa donde abundaban palmeras y turistas con sus cámaras. Ah, cierto y la chica estaba descalza con los pies casi quemados.

Recordé que a inicio de la semana Sobe y Petra me habían parecido unos vagabundos desaliñados y harapientos. Ahora con el hollín, el lodo, el cansancio y los regueros de aguas toxicas yo me veía igual que ellos o tal vez peor.

 Nos encontrábamos a unas cuadras de la costa. La ciudad contaba con calles laberínticas, algunas estrechas, otras amplias. Albergaba algunos edificios desperdigados a lo largo del territorio, la mayoría se veían como si estuviese en un lugar que se había atascado en el tiempo. Tenían un aspecto antiguo y estaban modelados. Pero también contaba con edificios alargados y de cristal que sobresalían del resto. Caminamos unas manzanas y fruimos acercándonos a la zona de puertos y desembarcaderos.

Sobe buscó una cabina telefónica, intercambiamos mis monedas de Australia con un nativo y pudimos hacer una llamada a unos contactos que él conocía. Él no había explicado mucho y nosotros no preguntamos, nos recuperábamos de haber pasado de un pasaje a otro de una manera tan rápida. Pero Sobe parecía más que acostumbrado.

—¿Quiénes son tus contactos? —preguntó Petra mientras él marcaba los números.

 Estaba muy seria y pálida desde la explosión, después de todo había soportado dos, hace menos de diez minutos. Mi pulso temblaba un poco, lo reprimí apretando los puños e imaginándome que Pino se había rostizado de pies a cabeza. Tal vez incluso habíamos volado el restaurante completo. Incluyendo esa odiosa cola de caballo.

—Es la hermanastra de un Abridor —respondió apoyándose en la pared y colocándose el teléfono en la cavidad entre su cuello y el hombro—. Sabe de la existencia del Triángulo, cómo llegar, los secretos de los portales, conoce a La Sociedad pero es una persona normal, ella tiene una red de negocios muy extraños...

Se enderezó como si lo hubieran pinchado con un alfiler y se cernió frente al teléfono.

—Hola —humedeció los labios—. Quería llegar a dónde el ojo no ve —respondió enigmático y aguardó a que contesten su clave—. Sí, soy William Payne, sólo dígale eso y ella entenderá. Somos tres —respondió luego con naturalidad—, mientras más urgente llegues mejor. Estamos en La Habana, calle 19, a dos cuadras de la costa. No, no te preocupes por eso, somos dos Cerras y un Abridor. Sí.

Colgó.

—¿Dos Cerras? —Pregunté con el ceño fruncido—. Tal vez te mareaste con todo el rollo de que hace diez minutos estábamos escapando de rayos mortales en la calle Bor pero sólo hay un Cerrador y soy yo.

«Y Pino había dicho que yo no era un Cerra» recordé pero preferí omitir el comentario. No quería darme más problemas, además no podía fiarme de lo que decía Pin, era un embustero y un traidor.

—Oye —dijo Sobe con una sonrisa nerviosa señalando al teléfono tras su espalda—, esta chica lleva muchos al Triángulo a lo largo del año y por un buen precio, pero sólo los lleva si hay menos o igual números de Abridores que Cerradores. Tiene miedo de que abramos los portales del camino. Jamás nos alcanzaría hasta allá de saber que somos dos Abridores y un Cerra. Es eso o ir nadando.

Asentí a intervalos, no podía refutar aquello.

Salimos de la cabina y caminamos calle abajo hasta donde terminaban las tiendas y el suelo se extinguía dando comienzo al mar. Había un bordillo de concreto resbaladizo e impregnado de humedad que separaba el océano atlántico de la calle. El mar se zambullía unos metros debajo del bordillo y sus olas golpeaban los cimientos como si quisieran derrumbarlo. Sobe se fue a buscar a la persona con la cual se había contactado por teléfono. Dijo que se manejaba bien en el ambiente, que le sería fácil y todo eso. Prometió que regresaría en unos minutos y nos rogó que no nos moviéramos de lugar porque no estaba de ánimos para buscarnos a lo largo de toda la ciudad.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora