III. Dadirucso no entraría en la lista de maravillas del mundo.

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Dormir en la casa de un desconocido ya es incomodo. Que la casa por dentro sea toda naranja y que el antiguo dueño haya sido ejecutado por el Orden era totalmente incomodo. Dante se movía por allí como caminando por un suelo cubierto de bombas. Miles tenía un semblante constipado, tantas cosas de ese color lo enfermaban. Pero no todo era naranja, sólo la sala de estar el comedor y la cocina (las habitaciones principales). Detrás del comedor había un pasillo que te conectaba con el resto de la casa. Allí las paredes eran pintadas de muchos colores. Los murales exhibían imágenes torvas de pájaros deformados, la ciudad de Salger con colores vívidos y no pálidos, vistas desde otros ojos, personas sonrientes y paisajes que no veías en esa ciudad.

—Ahora ya veo porque lo ejecutaron —dijo Sobe con un montón de sábanas naranjas en la mano, mientras habría una puerta buscando la habitación.

El pasillo era estrecho y conectaba con el baño en un extremo (ocupado por Camarón) y una habitación en el final derecho. No tenía ventanas y sólo se podía apreciar el mural si entrabas al pasillo, no se divisaba desde la sala principal, el comedor o la anaranjada cocina.

—¿Por qué? —pregunté pasando los dedos por la pintura, barriendo a surcos el polvo acumulado—. ¿Lo mataron por pintar?

—Lo mataron por hablar —señaló con el mentón el mural de paisajes que habían sido devastados por el Orden—. Hay muchas maneras de hablar y él eligió esta. Contó historias con su pintura, mostró cosas que se supone nadie debería saber. Quiso hacer su propia historia, pero ellos se encargaron de terminar el cuento.

—¡El papel higiénico también es naranja! —informó la voz ahogada de Camarón desde el baño.

Sobe se alejó por el pasillo y yo me quedé observando aquel mural, intentando de asimilar la idea. Por eso los pájaros eran tan desgarbados y los paisajes deformes, porque el pintor jamás había visto uno, eran como él suponía que se veían. Me imaginé al hombre pintando ese mural. No sé cuanto tiempo paso pero fue Sobre quién me arrancó de mi estupor.

—¿Me echas una mano? —pidió mientras arrastraba un colchón anaranjado lejos de la habitación.

Ambos lo deslizamos hasta la sala de estar y lo colocamos cerca del sillón. La casa estaba mal iluminada, una luz cobriza proyectaba sombras extrañas. Estábamos fatigados y habíamos encontrado un lugar donde ocultarnos por más extraño que fuera. Nos merecíamos un descanso. Apagamos la iluminación y nos recostamos agotados en la oscuridad.

Cameron y Dagna se acostaron en el sillón. Sobe, Dante y Miles tomaron una siesta en el colchón y yo amontoné unas mantas y me recosté en el suelo muy cerca de ellos. Próximo al pasillo donde el anterior dueño había pintado las imágenes, las contemplé, aunque no había luz, mientras escuchaba a Sobe hablar.

Les estaba dando una leve explicación de Dadirucso, el Faro, la Esfera de Palabras, los marcadores y La Fuente dónde eliges tu vida al azar. Hablaron sobre mundos, en especial ese y pasaron las horas, luego les conté toda la semana que había tenido con más detalle.

Crucé los brazos debajo de la cabeza, los párpados comenzaron a pesarme y entonces vino el golpe.

Fue un dolor lacerante en la sien, sentí que los ojos se me derretían y hundían y mi mente daba miles de vueltas dentro del cráneo rebotando brutalmente, algo así como recibir un beso húmedo de Leticia Montes. Leticia era una anciana de la edad jurásica que vivía en mi barrio, sólo dios sabía porque le crecía una finita barba en el mentón cuando en su cabeza lucía pelucas, a Leticia le gustaba el maquillaje en exceso, dar besos en la mejilla a los jóvenes y mojar sus labios antes de dar besos. Así de dasagradable fue la sensación.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora