Un montón de gas quiere ser mi psicólogo

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Cuando Petra decía que íbamos a entrar caminando hablaba en sentido literal.

Ella descolgó su mochila, rebuscó apresurada y sacó una bufanda roja, un poco maltratada por el viaje, era la bufanda que tenía anudada al cinturón cuando abandonamos el Triángulo. La colocó en el suelo que se parecía a un tablero de ajedrez y luego descolgó un pedazo de brazalete. Era de alpaca y tenía pequeñas gotas transparentes enredadas, como hierbas cubiertas de rocío matutino. Las pequeñas piedras o gotas eran casi invisibles, sólo se veían si una buena cantidad de luz las iluminaba. Petra desprendió una de las minúsculas piedras traslúcidas y la colocó al lado de la bufanda.

Todos rodeamos de cuclillas los objetos y la miramos atentamente.

—Muy bien —dijo señalando la pequeña gota trasparente y sólida, la sostuvo entre las yemas de sus dedos y la suspendió frente nuestras miradas— si tragas una de éstas canicas volverá tu cuerpo transparente como una brisa pero también tan escurridizo como ella, es sumamente volátil y peligroso. Lo creé yo en mi mundo, son artes no... legalizadas.

—Así que eres como una científica loca —dijo Miles observándola.

—Ese será tu nuevo sobrenombre, científica loca —decretó Sobe cruzándose de brazos satisfecho.

—Creí que eras una bruja —comentó Dante sin entender a lo que se referían como si la palabra sobrenombre no entrara en su vocabulario.

—¡Oigan chicos, no nos desviemos! —­ordenó Walton calmando la situación y Berenice asintió concordando con él.

—No soy ninguna de esas dos cosas —sentenció Petra un poco incómoda y vacilante, como si lo dudara— .Pero sí quiero ser científica... En fin, es casi ilegal y muy peligrosa. Puedes colarte en cualquier lado con esto pero si no estás atento puedes perder el control y que una corriente de aire te arrastre o bien podrías suspender fuera de la cúpula y cuando el efecto se acabe y te agarre la gravedad terminarás como una tortilla contra la grava. Así que la usaré yo. Ya la usé antes y puedo controlarme, al menos algo.

—¿Y la bufanda? —preguntó Miles—. ¿Irradia veneno? ¿Explota? ¿La tela te quema vivo?

—¿Porqué todas tus armas están camufladas como ropa? —preguntó Dante con curiosidad en los ojos.

Petra se encogió de hombros:

—Porque así a simple vista no parezco de amenaza, solo ven una chica con muchos brazaletes y ropa un poco vieja. Creen que soy una muchacha que no viste bien y se concentran en un oponente más peligroso. Es un buen camuflaje, además de que puedo llevar mis armas si me subo a un avión.

—Y la bufanda es una pasada —añadió Sobe—. La usamos una vez para asustar a Niseteocurra, ese tipo no nos dejaba hacer nada y cuando nos quitó nuestro juego de cartas entonces le hicimos creer que un clon malvado de él venía a hacer justicia.

—¿Crea clones? —preguntó Miles desconcertado y se bajó la capucha dejando al descubierto sus cabellos anaranjados.

—No, no —se apresuró a responder Petra—. Si te pones la bufanda puedes verte como la persona que quieras. Sólo tienes que rodear tu cuello con ella y pensar en esa persona. Uno de nosotros podrá usarla y entrar caminando, ese deberá ser el que se meta en la cúpula y hable con los demás, los persuada de escapar de allí o invente algún disparate de que atacarán... algo como eso para que bajen de la cúpula. Yo iré a su lado, en forma invisible, por si las cosas se complican.

—¿Y de quién se disfrazaría? —preguntó Sobe—. Digo, no conocemos muchas caras que ellos sí.

—De Pino —arriesgué a decir—. Si alguien que conozcamos puede entrar allí y no ser detenido es Pino.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora