III. Lo que sucede en Salger no se queda en Salger

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 —¿Qué hace aquí? —pregunté confundido—. Se supone que una vez que sales de Salger no vuelves a entrar.

—Será mejor que le preguntemos —dijo Sobe sacándome las palabras de la mente.

Pero Petra nos interrumpió el paso.

—¡No podemos preguntarle puede que sea peligroso! Deberíamos seguirlo...

Se volteó y escudriñó fuera del callejón con agilidad. Pino dobló la esquina y se dirigió al lado opuesto de la calle Bor, hacía el sur de la ciudad. Petra aguardó unos segundos y salió sigilosa pero con naturalidad del callejón. Los seguimos cautelosos, guardando la distancia. Quería cruzar el portal de una vez pero no podía hacer como si nada hubiera pasado, además de que Petra lo había seguido sin esperar una respuesta de nuestra parte. Pino estaba allí en la ciudad y se suponía que no debería. Algo andaba mal.

—Sabía que tenía algo raro —susurró Petra casi reprendiéndose a ella misma—. Creí que lo había imaginado todo pero la primera vez que nos habló tenía ciento diecisiete palabras en su marcador y al día siguiente cuando se despidió de nosotros contaba con más de ciento veinte. Su marcador cambió varios números de un día para el otro.

Una sensación incomoda se revolvió en mi interior y un escalofrío me recorrió la nuca.

—¿Y eso? —preguntó Sobe obstinado—. Tal vez viste mal.

—No, casi nunca me equivoco. Además cuando nos fuimos del sector se lamentó por no robarnos unos cómics. Así los llamó: cómics. Nadie de este mundo sabe lo que son, incluso Berenice los llamó libros con ilustraciones.

Nadie dijo nada, la prueba de los cómics era irrefutable, sabía que eso era extraño pero no me imaginaba para qué. Tal vez Pino era un trotamundos que no era muy listo y había elegido un mundo desastroso para vivir, pero aun así eso no explicaba cómo se había metido dentro de la ciudad o como había cambiado los números de su marcador.

El cielo de Salger era siempre de noche, a la distancia no se notaba que estabas encerrado en una caja, incluso la puerta levadiza por dónde había entrado se veía cómo un horizonte oscuro y lejano.

Pino se adentró en el sur de la ciudad, descendiendo muchas más calles. Por ser una ciudad enorme era totalmente silenciosa, no se escuchaba nada más que pisadas, motores de autos, rechinidos de ruedas, bocinas aisladas y el rosar de nuestras áridas capas.

Pino se introdujo a sus anchas en un edificio que parecía abandonado. Tenía cinco pisos, la pintura se escamaba y las ventanas que no estaban rotas se encontraban tableadas. Nos agazapamos detrás de lo que parecía una cabina de teléfono, sólo que no tenía teléfono, albergaba una pantalla que exhibía un mapa de la ciudad de Salger como si alguien quisiese vacacionar por allí.

—¿No te quedaron unas de esas cuentas para transportarte? —preguntó Sobe a Petra.

—Las perdí en Panamá.

—Ah —recordó Sobe con una mueca—. Qué tiempos.

—Debemos entrar al edificio —advertí pensando en lo que él estaría haciendo allí y en si sería peligroso—. Si no es peligroso podrían atraparlo y la revolución terminaría antes de empezar. Podían quitarle información.

Sobe asintió entusiasmado, recuperando el interés que nunca tenía como si ese mundo se hubiese vuelto interesante de repente. Petra comprimió disgustada los labios. Cruzamos la desolada calle con el sonido de nuestros pies contra la grava delatando nuestros movimientos, empujamos la puerta y entramos al edificio.

Dentro había una sala amplia y completamente a oscuras. Parecía un salón de baile, el suelo era de cerámicos que dibujaban estrellas y estaba cubierto de polvo. Las huellas de Pino se dibujaban en la capa de suciedad. En el fondo de salón una amplia y descomunal escalera se abría de brazos para llevarnos a la sala superior. Un vitral se suspendía por encima del rellano y dibujaba, con sus cristales geométricos y coloridos, un hombre que se parecía a Eco y tenía unas extensas alas extendidas al igual que sus brazos. La escalera estaba forrada de terciopelo borgoña por donde se deslizaban voces del piso de arriba. Una imperceptible luz se filtraba por el vitral.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora