II. Mi cabeza no tiene devoluciones

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Mis pisadas resonaron en la calle como gritos de alarma y Sobe se apostó a mi lado empuñando una daga, no parecía interesado en usarla, tal vez sabía que no le serviría de mucho. Gastonia podía utilizarla como escarbadientes.

El monstruo se encontraba aporreando el edificio, escudriñando frenético los huecos que antes eran ventanas y había roto con sus tenazas. Sus brazos de hombre se veían diminutos frente a las pinzas, tenía los puños tan comprimidos que se le habían tornado grises.

—¡Oye Sirenita! —gritó Sobe y corrió hacia la calzada de enfrente mientras la criatura se daba vuelta con su pecho agitado.

Caminó con sus patas delgadas y duras hacia Sobe, el hombre tenía una sonrisa maliciosa y sin dientes. Su cabello graso, por el hombro, lo hacía parecer un vagabundo montano en un cangrejo gigante. La idea me sacó una sonrisa pero se vio más como una mueca de pánico. Antes de que se precipite totalmente hacia Sobe aúlle con todas mis fuerzas:

—¡Eh tú, aquí! —grité mientras me alejaba del edificio y de Sobe. El monstruo volteó levemente pero volvió a concentrar su atención en él—. Maldición —murmuré.

Vi por encima de los edificios, las siluetas de Dagna y Miles estaban apostándose en la azotea y apuntando a los primeros faroles de la calle mientras la criatura quería apresar a Sobe con unas de sus tenazas. Las abría cerca de él y las cerraba emitiendo un chasquido atronador. Arremetió contra Sobe y él retrocedió amenazándolo con la punta de su cuchillo pero no parecía atormentar mucho a la bestia.

Corrí hacia el monstruo, rasgué con anguis una de sus piernas y me hice a un lado instantáneamente antes de recibir un puñetazo humano en la cara. El hombre comprimió sus labios como si no le diera más que un disgusto y me dio la espalda otra vez. Concentrando su intención en la primera persona que le había plantado cara.

—Em, Jo... —dijo Sobe tragando saliva.

—¡Anda, mírame! —exigí, no era una de las peticiones más sensatas que había hecho en mi vida pero Sobe no podría distraerlo por mucho tiempo.

Como última alternativa me arranqué el casco y lo arrojé al suelo dejando que choqué contra la grava.

—¡Oye, araña! —grité detrás de su espalda a la vez que Dagna y Miles disparaban a los faroles una calle arriba, los estallidos de los cristales sonaron lejanos, alcé mi voz para que no lo notara—. ¿No estabas buscando un rostro familiar?

El hombre, la parte humana, entornó la mirada, sus ojos negros como la obsidiana brillaron con avidez y una sonrisa vacía se dibujó en su rostro.

—Jonás Brown —dijo emitiendo una risa perversa.

No esperaba que me contestara. Me quedé completamente congelado con la boca tan abierta como si estuviera a punto de tragarme a esa cosa de seis metros de un bocado.

—¿No esperabas que contestara, cierto? —me preguntó al reparar en mi expresión. Se volteó completamente y se inclinó sobre mí como si estuviese inspeccionando una colonia de hormigas demasiado diminutas.

El monstruo movía sus tenazas negras como otro par de manos.

—De hecho, no —respondí con honestidad—. Pero no importa, no tendrás tiempo suficiente de decir otra palabra antes de que acabe contigo.

Ni siquiera yo me tragaba aquello.

El corte que había hecho en su pierna estaba humeando, rezumando a borbotones una sangre espesa y negra como el carbón, pero al no ser una herida letal no lo convertía en un puñado de cenizas. El hombre rio ante mí y curvó su espalda al cielo enviando su carcajada a la oscuridad del firmamento. Su voz sonaba casi normal si sacabas la parte de su cuerpo que crecía bajo el torso humano.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora