Justicia divina: Nos roban cuando intentamos robar una esfera.

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Hay dos cosas que debes hacer para no perder la cabeza, te las diría pero si las supiera no hubiera perdido la cabeza.

Los camiones levantaron grandes velocidades y atravesaron el claro como flechas explosivas, nosotros los seguíamos a distancia. El aire me zumbaba en los oídos. Ir tan rápido me provocaba vértigo, era nuevo en ese modo de trasporte, bueno era nuevo en todo eso.

Si hubiera habido rocas en el claro habría terminado en el suelo rápidamente, pero solo había hierbas que eran barridas por las ruedas. Berenice se encontraba pálida a mi derecha, aferrándose de los comandos con firmeza, estaba montando su propia motocicleta y mantenía un aspecto lívido como si fuera a morir en ese mismo instante. Walton iba adelante comandando con resolución. Sobe avanzaba a mi izquierda, meneando levemente la cabeza como si escuchara una canción en su mente y Petra cerraba la marcha muy silenciosa.

Vi unas siluetas despedidas de los camiones que rodaron en el suelo cuando la velocidad aumentaba. Los pilotos se habían hecho a un lado.

Detrás, cerca del bosque, se podía divisar una fina franja oscura, hendida y cambiante que eran las personas a pie, llevaban antorchas y el fuego se advertía como luciérnagas diminutas en la distancia, eran miles de personas listas para jugar su vida. La idea me animó y aterró a la vez. Un estruendo me obligó a mirar hacia adelante.

La caja de metal que ocultaba Salger se alzaba imponente como una montaña sin final que se esfumaba en lo oscuro del firmamento. El primer camión había colisionado, se escuchó un rechinido de metal, el fuego se propagó. De lejos se veía esponjoso, llamas redondas que florecían a la distancia como un pedazo de algodón.

La explosión era enorme y aun así no había abarcado ni la mitad del muro, los demás camiones se perdieron en las flamas y el estruendo fue estridente. El metal crujió como si el muro chillara de agonía, se escuchó un aullido grave al rasgar el aire y caer una parte de la estructura. Una nube de polvo y ceniza se levantó en las llamas que se extinguían al no tener nada que consumir. Una columna de humo negro como la noche y acre como el metal, se propagó con velocidad, filtrándose entre los pastizales. Nos estábamos aproximando, sentía cómo me internaba en un aire de calor opresivo, denso y sin oxígeno. Estábamos a unos metros de la nube de humo y cenizas chispeantes que suspendían los aires como nieve de fuego.

Era una locura, ni siquiera se podía ver si el muro se había abollado, cedido o si había dejado pedazos de metal en el suelo. Podíamos chocar con la pared y terminar como picadillo o atravesarla normalmente. Acaricié con el pulgar a anguis el anillo de Eco, él me dijo que pelearíamos por nobleza, no sé por qué lo hacían mis amigos pero yo sí sabía por qué lo hacía.

«Narel, esto es por ustedes»

Y nos internamos en la nube de polvo. No podía ver a mis amigos pero si escuchar el zumbido silencioso de sus motores, el oxígeno se me escapó de los pulmones como si me lo hubieran arrebatado de un zarpazo abrasador. De repente un pedazo de metal, del tamaño de una cama, apareció enterrado en la tierra, viré hacia la izquierda rápidamente levantando una estela de cenizas y por poco choqué con Sobe.

—¡Jonás! ¡Cuidado! —me gritó.

—¡Lo siento!

—¡No, cuidado!

—¡Dije que lo siento!

Volví tenso la vista hacia adelante y descubrí a qué se refería. Un vasto pedazo de metal, extenso como una cancha de futbol, se extendía hacia nosotros casi fundido y arqueado en un costado. Tenía forma de media luna y fulguraba al rojo vivo. ¿Lo peor de todo? Que era tan grueso y robusto que estaba tres metros por encima del suelo, no podíamos saltarlo y mucho menos vadearlo. La silueta de Walton apareció en mi campo de visión, elevó un brazo oscuro y cubierto de cenizas.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora