Después de la nada viene todo

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Tuve el sueño más irónico del mundo. Estaba viendo algo que pasó.

Era Wat Tyler, pero no tenía diecinueve años, tenía doce o tal vez trece. Estaba solo en la gris granja donde lo había encontrado. Su cabello no estaba cortado al rape, le crecía enroscado y dorado como un niño, era enclenque y estaba llorando. Lloraba en la entrada de la casa. No tenía una cicatriz que le recorría la cara hasta la espalda, todavía no se la había hecho, estaba solo y seguramente continuaría así hasta que enviaran unos años después a Berenice. Lo vi llorar toda una tarde, pequeño, indefenso y completa, profunda y llanamente solo.

Después lo vi hablando con el caballo de Berenice: Luna, pero para entonces era de él. Estaba cepillándolo. Tenía unos quince años, la cicatriz parecía nueva y cocida por el mismo, un amasijo de carne rojiza e irritada, sus ojos eran dos iris vacíos a punto de llenarse con odio. Pero aun así procuraba pasar con positivismo la tarde cepillando a Luna mientras le contaba un chiste:

—Este lo invente yo. Dos amigos. «Oye Brite me prestas dinero» «Bueno, pero con la condición de que no te lo quedes mucho tiempo» «Ah, de eso no te preocupes en una hora ya no lo tengo» —rio de su propia broma—. Aquí va otro, este no es mío me lo contó mi papá hace mucho. ¿Listo? Es una pareja la que está hablando. La chica dice «Mi amor estoy embarazada ¿Qué te gustaría que fuese?» Y él le dice «una broma» ¡Ja! Una broma ¿Entendiste? Es un patán.

Volvió a reír de su propio chiste y escudriñó el rostro del caballo como si esperara que riera también.

La imagen se esfumó y entonces vi a mi madre sentada en una mesa bebiendo café, tenía una mirada turbada, unas profundas ojeras de desvelo y los ojos inyectados en sangre. Era la casa de mis abuelos, en Sídney, perameció así por unos minutos.

Me dolió verla, quería apartar la mirada pero no podía, supongo que venía con el pak maldición de Gartet ver todo el momento, de principio a fin. Luego el sueño cambió y vi a un niño en el patio trasero del Triángulo. Habían montado un podio allí y un escenario cerca del laberinto de arbustos, había varias sillas en torno y un micrófono en el centro del escenario. El aire olía a sal y frutas tropicales. El niño subió al escenario por la escalera que tenía escondida en la punta, él era pequeño también de estatura así que tuvo que ponerse de puntillas para hablar.

—I-M-P-E-R-F-E-C-C-I-Ó-N —deletreó y sonrió orgulloso de su gran trabajo.

Las sillas estaban casi vacías con adolescentes aburridos o dormidos pero aun así aplaudieron despertando al público dormido.

—Muy bien, Oliver —dijo una voz que narraba la competencia.

Todo se esfumó y una oscuridad densa e implacable me rodeó. No había nada que mirar, ni nada que sentir salvo el sonido sibilante del viento en mis oídos. No sabía si estaba cayendo o subiendo, elevándome a la nada misma, no había diferencia. Una voz que ya conocía dijo:

«Ahora si es una guerra»

La imagen de Wat con una véngala roja como la sangre llenó mi cabeza. Apareció nítida como una pintura que había sido trazada con cada esbozo de luz, con cada chispa flotando en el aire. La visión se colmó de manchas luminosas. El sol me encandiló, luego me vi a mi mismo enseñándole a nadar a Eithan. Estaba flotando en el lago fresco, el aire era puro y reía a la vez que me mantenía a flote.

—Anda, voy a estar aquí cuando lo hagas.

Él saltó, las aguas se agitaron al recibirlo, emergió con sus dorados cabellos pegados a la frente, chapoteando y riendo sin saber si debería divertirse o sentir pánico. Lo agarré en mis brazos y lo colgué a mi espalda como si fuera una mochila. Él me rodeó el cuello.

—¡Estoy nadando, Jo! —gritó en mi oído y tuve que reprimir el impulso de bajarlo de mi espalda.

—Claro que lo haces, todo es difícil hasta que lo intentas.

Narel se encontraba en la orilla tomando sol, me escuchó, bajó sus lentes negros hasta la punta de su nariz y dijo:

—¿Difícil hasta que lo intentas? No es aplicable a tu relación amorosa, supongo.

—No la escuches Eithan el sol le quemó el cerebro. El verano pasado.

—Es verdad —contestó ella—, el sol puede ser muy ardiente. Tú no lo entenderías Jo, ardiente no es una palabra que conozcas.

—Lamentablemente no porque vivo con una adolescente con poca gracia como tú.

—¡Allá voy! —aulló Ryshia arrojándose como una bomba y comprimiendo sus rodillas contra el pecho.

Se tiró al agua y nos salpicó como si fuera lo más malévolo que hubiera hecho en su vida.

—¡Me estás mojando en un lago! —exclamé como si estuviese horrorizado— ¡Eres terrible, ven aquí!

Arremetí contra Ryshia mientras ella chillaba, reía y nadaba lejos de mí. Sus dorados cabellos los tenía comprimidos en una trenza. Eithan cabalgaba en mi espalda con un puño al aire y me decía que la atrapara. Yo estaba riendo. Reía mucho.

Entonces llego la hora de despertar.   

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora