III. La seguridad viene por separado.

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 Dentro, la casa era más oscura que la noche, las tinieblas se amontonaban espesas y macizas en las esquinas de las habitaciones. Por suerte no había nadie allí, se encontraba todo deshabitado y el único ruido que se lograba oír eran nuestros pasos.

El suelo estaba pulido y era traslúcido, muy similar a espejos congelados porque reflejaba todo lo que caminaba en el pero parecía mantener astillas dentro, estas brillaban sin intensidad como estrellas opacas. Los pilares estaban construidos de oro negro y el techo, muy por encima de nosotros, estaba revestido de piedras preciosas y coloridas. Las paredes eran de latón dorado y terso, todo en la casa estaba construido de cristales finos o metales caros. Los muebles estaban trabajados con filamentos de plata u otros metales y algunos de los pilares estaban construidos de mármol cincelado o piedras preciosas.

Me pregunté cuánto les había hecho gastar el decorador de interiores.

Sobe se arrojó de bruces al suelo.

—¿Esto es de diamante? —preguntó incrédulo y Berenice y Petra le chitaron—. ¡Podría ser millonario con tan sólo un pedazo! ¡Podría comprarme una isla!

A Miles pareció gustarle la idea, se puso de cuclillas y examinó el suelo mientras el resto de la unidad merodeaba vigilante por el recinto.

—Podría teñirme permanentemente el cabello.

—No necesitas un diamante para hacer eso.

—Tú tampoco necesitas ser millonario para vivir en una isla, puedes vivir en el Triángulo.

—Aléjate de mi baldosa, vaquero.

Continuaron farfullando uno con el otro mientras yo me encontraba totalmente alerta y con anguis al asecho, buscando detrás de los cojines bordados del sillón, como si la esfera pudiera estar ahí. Dante escudriñó los adornos encima de una chimenea. Parecía ser una sala de estar común, tal vez ni siquiera para los dueños de la casa.

—Me recuerda a mí casa —exclamó Dante dando un respingo—. No me pregunten por qué pero me recuerda a la casa de mis padres adoptivos.

—Estoy seguro que no se parece mucho —le respondí contemplando las lozas de diamante.

—Si esta mansión es igual a tu casa no te importaría presentarme a algunas de tus hermanas ¿o sí? —preguntó Sobe incorporándose del suelo—. Tal vez no posea fortunas como ellas pero muchos afirmaran que tengo un corazón de oro.

—¡Que no tengo hermanas! —insitió Dante.

—No por ahora, no sabes que pueden estar haciendo tus padres cuando no estás...

—Shh —lo chitó Petra.

Nos fuimos de allí y caminamos a través de habitaciones donde las almohadas estaban forradas de seda y por dentro tenía plumas coloridas como si fueran de pavo real. ¿Cómo lo sabía? Porque atravesamos cada cama, almohadón y almohada que encontramos allí con la esperanza de que tuviera la esfera en un lugar no muy importante, para que nadie la encuentrara. Después de destripar una cama matrimonial Berenice cogió un puñado de plumas esmeraldas y coloridas y se las guardó en el bolsillo.

Avanzamos por pasillos desolados que desembocaban a salas de estar idénticas a la anterior o simplemente exhibían cuadros aterradores. Si no fuera por los cuadros hubiese creído que andaba en círculos. Pinturas de personas famélicas gritando de dolor y angustia, dibujos de paisajes en llamas o animales degollados vertiendo su sangre a un río escarlata. No podía arrancarme de la cabeza a Logum pidiendo decoración de villano amador de la sangre fresca por eBay.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora