Un día en el Triángulo

689 91 30
                                    


  No había pasado siquiera media hora cuando un adolescente de piel tostada, cabellos tan pulcramente peinados que harían a Tony morirse de envidia, ojos pardos, hombros anchos y sonrisa carismática se acercó hacia nosotros. Tenía unos diecisiete años y parecía que había pasado la mitad de su vida en un gimnasio tomando esteroides y levantando pesas.

  Nos habíamos sentado debajo de un árbol mientras los chicos del Triángulo nos observaban desde lejos creyendo que eran discretos. Nos examinaban atónitos, miraban inquietos y susurraban frenéticos. Pero no sabían que yo también los observaba a ellos.

  Los adolescentes del Triángulo venían de todas partes del mundo, no tenía que ser muy listo para notar eso, había diversidad de rasgos y colores. Incluso algunos hablaban otros idiomas o una mezcla de ambos. Y todos estaban vestidos de uniforme. Sentía que me había metido en un mundo más extraño que Dadirucso.

  Me concentré nuevamente en el calibre 42. Quería saber cómo funcionaba porque lo había desenfundado cuando me amenazaron en la costa pero no tenía en mente usarlo porque ni siquiera sabía manejarlo.

 —Me siento desnuda —dijo Petra acariciando sus muñecas que ahora me parecían más delgadas que antes, era raro verla así como si de repente le hubiera cambiado el color del cabello.

  Sonreí pensando que Sobe hubiera hecho un comentario sarcástico al escuchar sus palabras. Me compadecí por ella, aunque fingía que no extrañaba su antiguo mundo siempre atesoraba los brazaletes, lo único que tenía para recordarlo y ahora se los habían quitado porque la consideraban una especie de hechicera peligrosa.

  Busqué en mi mochila y encontré la remera que me pareció más apropiada. Era de un gris extraño, casi verdoso con algunos hilos azules, como la mezcla policroma de sus ojos. La rasgué, esculpí y di forma al jirón de tela. Me acerqué hacia ella y comencé a atárselo en la muñeca.

  —Toma, te lo regalo, tal vez no es un brazalete mágico —dije encogiéndome de hombros—. Pero de todos modos es tuyo.

  Su rostro se iluminó de sorpresa y felicidad como si jamás hubiera imaginado que algo así pudiera suceder. Una amplia sonrisa muda se dibujó en sus labios.

  —Es el mejor brazalete que jamás tuve —dijo en un susurro un tanto anonadado—. Gracias Qué.

 —De nada, Cleo.

  —Qué —susurró nuevamente—, nunca nos tatuamos.

  Sonreí recordando aquella noche en cómo para disipar la tensión habíamos inventado aquel disparate. Busqué en mi mente alguna otra promesa boba que me hiciera olvidar todo.

 —Ya se me ocurrirá algo —dije en un murmullo.

 —Lamento que hayas sido tratado con agresividad en el Triángulo, por lo general siempre son corteses, ya sabes, para que estés tranquilo, ya que todos llegan aquí perdiendo algo y les quieren dar una sorpresa grata después de que La Sociedad los haya golpeado. Aunque tú no tuviste ese lujo por venir con nosotros... por cómo somos.

  —No tienes la culpa por hacer... lo que haces.

  —Artes extrañas —me recordó Petra comprimiendo los labios y asintiendo—. Aunque en tu mundo le llaman magia... no, espera, creo que los trotadores también le dicen artes extrañas —se encogió de hombros. 

—¿Qué es exactamente? —pregunté.

—Las artes extrañas son un poder que habita en todos los mundos y pueden ser empleadas por la persona que tiene la fuerza suficiente para soportarlas. Es como la luz y la oscuridad, no importa a qué mundo vayas habrá oscuridad y luz, me refiero a destellos u oscuridad, no al bien o al mal, aunque esas dos cosas también están en todos los mundos.  En fin, del mismo modo las artes extrañas están en todos los pasajes, aunque cada nativo la llama diferente. En este mundo recibe el nombre de magia. La magia puede ser invocada a través del lenguaje sagrado, tienes que combinar las palabras precisas con los movimientos adecuados para dejarla fluir, para llamarla. Es una fuerza.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora