II. Hay una primera vez para todo

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Me detuve un momento para planteármelo, esa chica era desconocida y podía traerme más problemas, después de todo la había encontrado en una estación de policías. Menuda delincuente. Mis hermanos desaparecieron y una extraña decía que sabía por qué razón no podían regresar, si mis padres la veían no estarían muy contentos. Aunque ellos no pensaban que habían desaparecido, creían que habían huido. Pero sinceramente no se me ocurría cómo podía empeorar la noche. No tenía nada que perder.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras de puntillas procurando hacer el menor ruido posible. Mis padres estaban en la sala tomando un café. Hicieron el café pero ninguno se dignó a probarlo. Solo podía ver a mi madre, tenía los ojos empapados de lágrimas, la punta de la nariz con un leve matiz rojo y el semblante alborotado.

-Hicimos mal en traerlos aquí -estrujó un pañuelo húmedo en sus manos.

Había estado llorando. Mi madre no era de las que lloraban, eran de las que reían.

-Deja de repetir eso -masculló la voz de mi padre.

-Es la verdad -susurró ella con un hilo de voz, no tenía fuerzas para decir más-. Narel tenía amigas allá, Eithan y Ryshia amaban Australia a ellos no les importó mucho porque son pequeños pero los más grandes... es nuestra culpa. Están solos en la nieve...

No quise escuchar más y subí las escaleras. Se encontraban solos pero no estaban en la nieve, esa idea me derrotó y por poco olvidé que la chica estaba esperando afuera. Necesitaba que entrara pero no podía pasar por el desván, la verían. Fui al cuarto de Eithan y Ryshia y saqué las sábanas de su cama dispuesto a hacerlas una soga. Entré a grandes zancadas en mi habitación con las sábanas en las manos y casi choqué con ella.

Se encontraba inspeccionando mis historietas con el ceño fruncido como si fuera la primera vez que viera una de ese tipo. Me dirigió una mirada rápida y al ver mi expresión perpleja las dejó rápidamente y jugueteando con sus dedos dijo:

-Lo lamento, pero es que afuera hace frío y eres muy lento. De verdad no fue mi intención. Estuve mal.

-¿Co-cómo subiste?

-Hay una enredadera seca incrustada a la pared -observó las cajas con aire de inspector-. Pero suponiendo que tienes todas tus cosas en cajas apuesto a que no lo sabías y que eres nuevo aquí. Ah, por cierto vine con un amigo, espero que no te importe. Está en tu baño.

Dijo señalando la puerta que conducía al pequeño cuarto donde se encontraba un minúsculo y personal baño. Como si su compañero hubiera estado esperando la señal salió del baño con el sonido del agua escurriéndose por el retrete.

-¿Q- qué? ¿Qué haces aquí? -pregunté azorado.

Ella revoloteó los ojos como si le diera dolor de cabeza.

-Te ayudo, tonto.

-¿Cómo escapaste de la policía?

-Pedí usar el baño -Se encogió de hombros-. Había una ventana y me fui.

No me la tragué pero de todos modos asentí.

-Que lindos -dijo el chico con una sonrisa burlona señalando mis lentes, le dio unos leves golpecitos al cristal y deambuló por la habitación como si buscara monedas.

Él adolescente tenía la misma edad que la muchacha o que yo. Era enjuto y largo, de cabellos secos, mal cortados y castaños como la corteza de un árbol que le raspaba los hombros. Los ojos azules, de un azul oscuro casi negro, y sus incontables pecas le resaltaban del rostro. Y es de la forma más bondadosa que puedo describirlo porque a pesar de aquellos rasgos no había nada de bonito en ese muchacho en comparación con su acompañante. Tenía una nariz chueca, ojos saltones y rasgos desgarbados incluso su andar era un tanto chueco. Arrastraba una pierna como si no fuera suya. Todo en él te obligaba a desviar la mirada. Estaba vestido con unos pantalones remendados, una remera de mangas largas y una chaqueta muy similar a las que vestían los aviadores antiguos.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora