Los amigos de mis amigos son mis enemigos.

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Cuando me desperté estaba en un automóvil y el sol se ocultaba por el horizonte como si huyera de las nubes. Detrás de la ventanilla una ciudad exhibía sus últimas construcciones y daba paso a las hierbas del campo.

El cuerpo me dolía de una manera impensable, intenté moverme pero mis músculos me dijeron que no podía suministrándome lacerantes olas de dolor. Sentía como si me hubieran usado como saco de box. Jamás alguien me había hecho sufrir tanto a excepción de esa vez que Narel vendió todas mis figuras de acción de Marvel alegando que «estaba haciéndome un favor»

—Narel —Intenté decir con la boca apelmazada pero fue entonces cuando caí en la cuenta de que llevaba una mordaza.

Me quedé unos minutos medio inconsciente medio no, hasta que el campo se perdió, una ciudad se alzó y recobré fuerza. No sabía en qué momento habían aparecido aquellos rascacielos, estaba medio desorientado y me había desmayado, cada parpadear era como una siesta.

A mi lado se encontraba Petra completamente dormida y Sobe estaba despierto, en la otra ventanilla, tras el asiento de conductor con los ojos enrojecidos y las manos atadas detrás de su espalda. Su postura desgarbada se había hundido, parecía que no tenía huesos, sus gestos sin gracia no eran más que un mar de preocupación y desolación.

La cabina de adelante era separada por una ventanilla opaca y corrediza como si ese auto después de secuestrar personas ocupara medio tiempo siendo un taxi. Resguardado del otro lado de la ventanilla, en el volante, iba nada más y nada menos que el agente, los vidrios de la camioneta eran polarizados pero el aun así llevaba anteojos negros que ocultaban sus ojos pétreos. Afuera no había ni un atisbo de nieve o frío. Desesperado comprobé que era un templado atardecer de color rojizo, había transcurrido un día... o más y nos encontrábamos muy lejos de Grand Forks, adentrándonos en las afueras de otra ciudad.

Quise leer la hora de mi reloj digital pero mis manos estaban anudadas detrás de la espalda. Tenía las muñecas cortadas, al parecer me había revuelto en sueños, sangre seca cubría mis dedos.

Petra despertó sobresaltada y con los músculos crispados, emitió un leve gemido y se dio cuenta que sus manos estaban atadas. No le gustó mucho porque empezó a patear la ventanilla y sacudió su cabeza de una manera que se liberó de la mordaza como si no fuera más que un juego para ella. Tenía la cara perlada de sudor.

Yo también me encontraba muy acalorado pero no sólo por la situación sino porque ya no necesitaba con tanta urgencia mi ropa de invierno.

—¡Eh, tú! —chilló propinando una fuerte patada al cristal, el agente se volvió con el ceño fruncido.

—Vaya, te liberaste de la mordaza. No eres de por aquí ¿o sí? —Meneó su cabeza con una sonrisa como si recordara algo muy gracioso—. Hagamos un trato si te puedes liberar completamente tal vez no te mate ¿Va?

Petra intercambió unas miradas cómplices con Sobe. Él se había incorporado un poco al verla despertar como si tenerla a su lado lo aliviara de una manera implícita. Parecía más renovado y aligerado. Frunció el entrecejo preguntando algo y Petra asintió recuperando el aliento.

Ella se acomodó en el asiento e intentó correr mechones de su cabello color caramelo con el hombro. Después entornó los párpados como si fuera a dormirse de nuevo y aflojó su postura. Podía observar sus ojos moverse frenéticos detrás de ellos.

«¿Qué haces?» Quise preguntar pero sólo se oyó un:

—Gummfuummmoomtt.

Sobe se incorporó y comenzó a mover sus músculos crispados como si calentara para un maratón o despertara de una siesta. Ambos parecían cómplices de un plan que habían acordado con la mirada de manera tacita. Parecía que habían estado en tantas situaciones como esas que ya sabían cómo reaccionar.

—¿Sabes Tony? Me das dolor de cabeza —Le confesó Petra con una leve sonrisa en los labios.

—¿De verdad? —preguntó Tony—. Pues gracias, no era mi intención pero de todos modos me gusta hacerlo.

El agente continuó contemplando el tráfico como si le fuera la vida en ello. Luego se volteó levemente:

—Díganme por qué hay dos Abridores y un Cerrador merodeando solos. ¿Ya se disolvió el Triángulo? Creí que tardaría más en entrar el pánico por la guerra.

Sobe abrió los ojos como platos y preguntó algo como un desconcertado ¿Qué? pero con la mordaza sólo se escuchó un bufido ahogado. Estaba anonadado, su piel se tornó lívida como la de un cadáver pero Petra fingió no haberlos escuchado a ninguno de los dos, mantenía los ojos cerrados y se encontraba recostada sobre el asiento, tranquila y ajena a todo.

Ladeó su rostro hacia la ventanilla y esperó que pasaran unos minutos hasta que Sobe se tranquilizó, entonces adquirió nuevamente la misma postura vigilante. Al principio sus ojos escrutaban la nada como si pensara en millones de cosas o se hubiera quedado sin ninguna en que pensar, ella también parecía un poco agitada, pero no dejó que esa emoción la dominara. Tomó aliento y volvió a hablar.

—¿Te puedo confesar algo Tony?

De repente noté un movimiento en la inmóvil Petra. Estaba en una de sus muñecas. Su brazalete dorado se fundía como si tuviera vida propia y se desplazaba a sus muslos, reptando entre los pantalones remendados. La imagen me paralizó, sentí un frío recorriéndome la nuca. Estaba escéptico y reprimí el impulso de echarme hacia atrás, Narel tenía muchos brazaletes pero que recordara ninguno se había movido nunca. La serpiente dorada se detuvo vigilante en la rodilla de Petra con su aplanada cabeza y sus escamas doradas rígidas como si estuviera al tanto de una presa.

—¿Qué quieres confesarme Petra? —preguntó Tony alisando sus cabellos sedosos y ensortijados que volvieron exactamente a la misma posición que antes.

—Creo que La Sociedad hace mal en secuestrar Cerradores y convertirlos en entes patéticos.

—Para empezar —contestó cogiendo el volante con ambas manos—. Llámame Cerra, no Cerrador...

—Los dos nombres son igual de humillantes —Se excusó ella inclinándose hacia delante como si la conversación de repente se tornara interesante.

La serpiente se contorsionó en sus rodillas. Su cuerpo dorado comenzó a comprimirse y arrugarse como si no fuera más que un hilo de oro que debería enmadejarse. El brazalete se retorció encima de su muslo oprimiéndose cada vez más. Si antes me había parecido inesperado e inverosímil que la serpiente cobrara vida ahora me encontraba totalmente perplejo observando cómo se comprimía en una esfera de oro.

Traté de abrir la mente, nunca había visto accesorios vivos. Rogué que la ropa de ellos tampoco cobrara vida, no me encontraba de humor para ver a unos pantalones moverse de lugar.

—Te equivocas, La Sociedad es muy inteligente en restaurar Cerras y mandarlos a buscar Abridores o reclutar otros Cerras.

—Así llaman ahora a secuestrar ¿Reclutar? Vaya. Creo que nadie querría ser reclutado ¿O sí?

La serpiente se comprimió lo suficiente hasta que formó una bola totalmente redonda y dorada, parecía una moneda a excepción de que no tenía inscripciones y era mucho más voluminosa. Medía lo que una pelota de béisbol.

—En fin sólo decía que me parece tonto la idea de mandar a un adolescente de dieciséis años para un trabajo que por lo general hacen una docena de hombres adultos.

—¿Y por qué te parece tonto? —preguntó con una sonrisa en los labios, sus dientes parejos y blancos se asomaban a cada sonrisa, lo que sucedía muy a menudo y peinó con sus dedos nuevamente el desparejo cabello—. Después de todo yo no soy el que acaba de liberarse de una mordaza. No entiendo por qué te parece tonto ya que estoy ganando.

—Me parece tonto porque ni todos los lavados de cerebro del mundo podrían hacer a alguien inteligente y éste podría distraerse con una charla.

 Y atacó.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora