Nos tomamos unas pequeñas vacaciones con gastos pagados

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Nos quedamos un mes en Dadirucso, después de todo teníamos alojamiento y comida gratis, además de que había muchas cosas por hacer.

Después de dos días de cuidados me dejaron salir de la cabaña o algo como eso, en realidad me escapé mientras Dagna le enseñaba a Cam lecciones de karate y había decidido hacer una demostración con Dante. El pobre chico terminó tirado en el suelo, gritando de dolor y acusándola de haberle roto una pierna. Aproveché la confusión para salir por la ventana.

Deambulé por las cabañas y fui a la plaza central. El enorme árbol plantado en el medio de la plaza había sido usado como enfermería. Las camillas estaban apostadas alrededor de los braseros y sobre las raíces. Algunas personas tostaban carne preparándose para la cena, el aire olía a fruta fresca y carne asada con miel. Una mujer me preguntó si había venido por un vendaje nuevo y le dije que estaba bien pero ella insistió en cambiármelo.

-¿Quién te vendo así? Niño, parece que no tienes dedos, ni siquiera puedes agarrar algo con eso. No, no, deja que te ayude con esto -Su voz sonaba ronca pero cálida como dos piedras que se raspan para encender fuego.

Me llevó dentro del gran árbol donde habíamos tenido la reunión con Prunus, Pino, Roble, Álamo y Fresno. Habían quitado la mesa y colocado camillas improvisadas, las repisas estaban cubiertas de medicamentos, algodón o alcohol higiénico y bebible. Las personas hablaban de cualquier cosa pero hablaban. Un murmullo amigable se esparcía por el ambiente.

La mujer de tez pálida me indicó sentarme en una camilla, se arrimó para sí un taburete, quitó las vendas y dejó al descubierto mis manos. Estaban totalmente rojas y llenas de costras cada vez que movía los dedos o los flexionaban las costras se partían y segregaban una sangre amarillenta. No fue la imagen más linda del mundo pero intenté no demostrar que me dolía horrores porque había heridas peores en la sala. Luego insistió que iba a desinfectarlo con alcohol, retrocedí con una sonrisa incómoda y negué decidido, meneando la cabeza.

-Muy amable señora pero estoy bien...

-Ni lo digas niño, necesitas una buena lavada, esa carne herida huele como mi abuelo.

-Seguramente su abuelo huele exquisito.

-El lleva muerto siete años -respondió con poca paciencia y me retuvo con mano férrea pero con una sonrisa cálida como una madre que se preocupa por su hijo o un sicópata que quiere ver tu dolor-. Ahora quédate quieto.

Lamentablemente tenía más fuerza que yo y sumergió mis manos en un cuenco con tónicos y alcohol medicinal. El dolor hizo que me arrepienta haberme escabullido por la ventana. Luego de la tortura me dijo que no había sido nada como si de verdad no hubiera sido nada, me mordí la lengua para no ser grosero. Ella me vendó de manera que tuviera los dedos separados como un guante y no una manopla y luego se marchó con una sonrisa cordial.

Abeto transcurrió rengueando a mi lado y abrió enormemente los ojos al verme. Tenía la pierna vendada y andaba con muletas. Estaba vestido con unos pantalones verde olivo, una camisa naranja con mangas amarillas y puños turquesa. Sus botas eran rojas como las sirenas de una ambulancia.

-¡Jonás, qué gusto verte! ¡Estás despierto! Mírate nada más, esas manos, auch.

-Las cicatrices le gustan a las chicas -dije encogiéndome de hombros con una sonrisa.

-No pudiste haberlo dicho mejor. Es más, estaba caminando por aquí y entonces vi a un tipo que me dijo...

El problema antes era que no podían hablar, el problema ahora es hacer callar a personas como Abeto. Me hizo un resumen de sus días en la enfermería que duró tres horas, indagó de lo que sucedería después en la Ciudad Plantación, lanzó pensamientos, hipótesis y pensamientos e hipótesis de otros.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora