Un montículo de tierra me persigue a muerte.

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A las primeras horas de la mañana siguiente me despertó Berenice sacudiéndome el hombro. Creí que todo había sido un sueño y continuaba en mi casa. Me pregunté por qué estaba sobre paja. Luego los recuerdos del día anterior acudieron a mi mente.

—¿Qué? ¿Eh? —fue lo primero que dije y me restregué cansado los ojos. Había soñado con serpientes doradas que se comprimían, una fotografía y una charla frente a cientos de personas.

Nos saludó con la mano e indicó que la sigamos. Agradecí espabilarme rápido y no llegar a murmurarle a Berenice «Cinco minutos más, mamá». Ella tenía la misma capa que el día anterior, su cabello ensortijado lo cargaba en una coleta despeinada. La palidez de su piel se veía irreal en ese lugar como si fuera una estrella plateada hundida en un abismo negro.

Sobe estaba desperezándose y Petra se quitaba la hierba seca de la ropa y el cabello. Yo seguí a Berenice. Fuera de la casa el cielo se había despejado y en su lugar había unos desgarrones de nubes perdidos por el horizonte, que tapaban la luz del sol como el vendaje a una herida. El suelo estaba cubierto de charcas y las cosechas de milagro se veían igual que ayer, solo tenían una capa de gotas que le daba un resplandor grisáceo.

Hacía frío y la remera de pijama no ayudaba mucho. Entré a la casa seguido por Petra y Sobe, la chimenea metálica remediaba la temperatura. Sentando en la mesa estaba Wat Tyler, con él su semblante matutino aún más torvo que el nocturno, tenía unas oscuras ojeras debajo de los ojos y estaba bebiendo algo que parecía café vertido en un cuenco.

Sobe me dio un codazo al ver la expresión de cansancio de Wat. Al cabo de unos segundos Berenice nos había dispuesto cuencos de madera llenos de algún caldo que no se veía muy bien. Estaba seguro de que si mi madre viera aquel intento de comida me habría obligado a tragar pasto antes de que me meta eso en la boca. Aun así estaba hambriento y me lo engullí en unos minutos.

Después del desayuno en silencio, Wat se levantó de la mesa, besó en la frente a Berenice y se marchó al campo sin más.

—¿Más? —preguntó Berenice con las mejillas rojas como manzanas.

—Sí, por favor.

—Aunque no parece —convino Petra—, sabe delicioso.

—Lo preparó Wat anoche.

—¿Está envenenado? —bromeó Sobe mientras recibía una nueva porción.

—No, sólo escupió en el —respondió Berenice con una sonrisa radiante en el rostro.

A nosotros no nos causó tanta gracia pero ella rió alegre como si jamás hubiese gastado tan bien unas palabras.

—Bromeo —aclaró y se sentó en el primer peldaño de la escalera que llevaba al piso superior. Colocó sus brazos sobre las rodillas y esperó a que termináramos.

Estaba vestida con unos pantalones holgados y una fina camisa de lana. Se había quitado la capa y la había doblado sobre la mesa. Nos observó unos segundos y dijo:

—Sólo estoy feliz porque dentro de unos días volveré a Salger y veré a mi familia. Quiero ver a mi hermana y mi papá. Me pregunto si habrán dejado mi habitación como estaba —sacudió la cabeza como si quisiera alejar ese pensamiento—. Después de que coman cámbiense. Le preparé ropa en el piso de arriba. Están vestidos raro ¿Sabían? Partiremos para el sector deforestación. No está lejos de la ciudad, se ubica detrás, muy al norte. Nosotros estamos en el sur. Nos tomará unas horas rodearla, ir nos tomará medio día, rodearla hasta el norte medio más.

—¿Quieres decir que tenemos que atravesar todo el ancho Salger por fuera y alejarnos unos kilómetros para estar en el sector deforestación?

—Si vamos bien llegaremos al anochecer. Para rodear la ciudad tendremos que introducirnos en un bosque, es muy peligroso. Sólo síganme y no se alejen de mí, escuchen lo que escuchen. Les explicaré más después.

Dicho eso se marchó por donde había salido Wat, parándose en el marco y saludándonos levemente con la mano.

—Vaya, bosque peligroso. Suena aterrador —dijo Petra tomando a pequeños sorbos el caldo cuando Berenice se marcho.

—Más bien suena a una película de fantasía, el bosque siniestro —convine.

—A mí me suena a criaturas de este mundo —dijo Sobe sorbiendo ruidosamente el caldo de Wat—. No se imaginarán los bichos raros que vi en mundos más extraños que este, por bichos como esos existe La Sociedad. Siempre tienen miedo de que uno se cuele al nuestro.

De repente el nombre de La Sociedad me sonó extraño, como una preocupación que había olvidado y de repente volviera. Se me revolvió el estómago y mi apetito se esfumó por unos segundos al recordar los rayos paralizantes y lacerantes.

—¿Qué encontraste? ¿Cuál fue el bicho más raro de todos? —pregunté prestando mi atención a Sobe y jugueteando con las esquinas del mantel.

Él llevó la mirada al cuenco y entrecerró los ojos como si leyera una lista extensamente larga.

—Petra —respondió y se escudó con las manos mientras ella procuraba golpearlo en el brazo—. Era broma, era broma, tú eres la segunda peor.

Sobe rio y ella reprimió la sonrisa.

—Una vez —comenzó Sobe el relato—, fuimos a un mundo donde sólo había desiertos rojos. Caminamos por días en un calor abrasador y no nos íbamos porque estábamos escapando de La Sociedad. Queríamos encontrar otro portal pero al parecer habíamos caído en un lugar vacío porque llevábamos días y no lo hallábamos. A la segunda semana la arena alrededor de nuestro campamento comenzó a moverse. Entonces una criatura de dos metros de alto y color escarlata como la arena se levantó contra nosotros, dientes puntiagudos, garras afiladas, ojos absolutamente rojos. Era enorme, cerca de su cuello tenía otras dos cabezas, parecidas a las de un reptil, las engullía y liberaba en su propia carne, a su antojo. Sacaba piernas y luego las ocultaba como si nunca las hubiese tenido.

Haciendo una demostración de su relato enterró su brazo izquierdo en la manga de la chaqueta de aviador.

—Empezó a atacarnos y cuando queríamos escapar una de las tres cabezas nos interfería el paso. Sandra tuvo la idea de mojar a esa cosa rara. Como si fuera mitad arena, mitad carne y huesos. Gastamos toda el agua que teníamos pero no destruimos a ese monstruo sólo se convirtió en un montículo de arena roja que ya no lastimaba tanto. Recuerdo que Tony sugirió que nos fuéramos.

—Vaya, no querría toparme con eso.

—Yo sí —respondió Sobe sin titubeos —antes de toparme con Petra.

Subimos a la habitación de arriba y pude ver una cama matrimonial, baúles y repisas con estatuillas de madera colocadas a modo de adornos, además de la despensa. Había desde caballos levantando galope hasta pequeñas personas y animales que nunca había visto, me tranquilizó no ver una estatuilla de un monstruo de arena. Al menos en aquel mundo no había de esos.

Cogí la ropa que estaba tendida sobre la cama y Sobe eligió un par plegado en la silla. Petra se fue a un rincón y nos amenazó de muerte por si nos volteábamos.

La ropa que me dieron era una remera extensa que me pasaba las caderas y era muy liviana por lo que la metí dentro del pantalón, un jubón azul y desgastado y una chaqueta de lana marrón forrada de lino. Me coloqué las botas de cuero y supuse que ya no tendría que usar las de caña alta, aunque me seguían pareciendo útiles. No tenía un espejo pero sin duda me vería como un campesino de la época medieval porque así se veían Petra y Sobe.

—Oh, Sobe te ves guapísimo —exclamó Petra.

—Gracias —respondió él alisando los pliegues de su ropa—, se nota que tienes buen gusto.

—También se nota que no entiendes mi sarcasmo —respondió su amiga.

Él iba vestido igual a mí pero de negro y tonos verdes. Yo de azul y marrón. Petra llevaba un vestido que le iba hasta los tobillos de un amarillo pálido y había escondido su cabello en un pañuelo roído y gris. Las motas grises de sus ojos le resaltaron como nubes después de una tormenta.

Junté toda mi antigua ropa y fui a guardarla en la mochila que estaba en la estancia de abajo. Me recordé que debería hacer todo este lío o jamás podría ir al Triángulo para conseguir los mapas y recuperar a mis hermanos. 

Sólo un día de viaje hacia el sector deforestación.

 Suspiré.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora