Un baño de comida con descuento

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Típico.

Había sentido que iba a morir en esa noche al menos una docena de veces, todo por la famosa y glamorosa esfera de palabras, que parecía una baratija que se regala en una venta de garaje por menos de un centavo. Era un pisapapeles, un adorno feo, una esfera de nieve mal hecha todo menos un artículo creado por un gobierno extraño para someter esclavos.

Cuando regresamos corriendo a la recamara de guerra y estábamos a punto de abrir la puerta de hierro bruñido, unas explosiones detonaron en la parte delantera del edificio, no lo suficientemente fuertes para hacer temblar todo pero si para que nos aturdiera y que la luz del techo titilara alarmada. Petra estaba casi visible, de colores pálidos y borrosos como detrás de una niebla, su cabello se movía ingrávido y tenía las manos cubriéndole los oídos. Yo hice lo mismo, una luz se filtró por las pequeñas ventanas circulares.

—¿Qué fue eso? —pregunté descubriendo mis oídos.

Petra parecía turbada y desconcertada.

—No sé, esa explosión no fue del muro este, sucedió afuera con los soldados. Mejor apresúrate en abrir esa puerta —me urgió levantando una mano brumosa y uniforme.

Desplegué a anguis que se extendió emitiendo un chasquido metálico y despidió un aura oscura que acrecentó las sombras del lugar. Utilicé la espada como una palanca para abrir la puerta que no tenía cerraduras. La esfera de palabras o la baratija de garaje estaba tirada en un rincón cubierto de polvo. Al ver el palacio revestido de piedras preciosas, los muros de oro y mármol, había esperado al menos un puñado de rayos láser, una contraseña o embrujo, algo por el estilo, al menos me hubiera conformado con una cámara empapelada de dólares.

La esfera era de plástico y despedía un fulgor verdoso al igual que el faro, titilaba como una estrella desolada y abandonada en el fondo de la habitación que era totalmente de metal y estrecha, sin nada más que una capa de polvo esparciéndose como hierba seca. No era grande, cabía perfectamente en la palma calcinada de Pino. La esfera despedía un débil fulgor que empapaba mis dedos raquíticos con una tonalidad verdosa como si fueran los de un cadáver. Agarré la esfera y miré conmocionado a Petra, esperando una respuesta:

—La tenemos —dijo encogiéndose de hombros—. Ahora vámonos, creo que ya casi pasaron diez minutos.

No podía creer que la tuviésemos pero eso todavía no era todo, teníamos que llevarla al Faro y por lo que había escuchado alguien llamado Gastonia, mitad humano mitad algo más, nos estaba esperando en la ciudad. Intenté alejar ese pensamiento de la cabeza.

Descendí corriendo las escaleras de jade a toda velocidad, atravesé los pasillos retorcidos y oscuros y avancé hacia las escaleras que parecían una serpiente. Las subí como un relámpago y me detuve de súbito cuando entré en el comedor, todavía con el banquete humeante y desprendiendo olores sabrosos. Me deslicé por la pista de baile mientras la unidad se volteaba sorprendida y elevé la esfera en mis manos:

—¿Alguien pidió una esfera para llevar?

Escarlata corrió a mis pies con mucha más velocidad y agilidad que cualquier animal. Trepó sobre mi pierna y caminó por mi brazo alzado como si no fuera más que un árbol. Se detuvo en el extremo e inspeccionó la esfera con aire crítico y sus ojos rojos fulgurantes y entornados.

—¡Grandioso! —gritó Walton acercándose hacia mí con una sonrisa radiante pero aun así se veía incómodo como si nunca hubiera esperado que la consiguiéramos— ¡Sabía que lo lograrías! ¿Escuchaste la reunión? —preguntó repentinamente interesado.

Miles carraspeó y cruzó sus brazos detrás de la espalda, Sobe rodó los ojos:

—Ya, ya te debo dinero.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora