II. Dadirucso no entraría en la lista de maravillas del mundo

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Caminamos hasta la villa donde habíamos caído en la trampa de los niños, esta vez cayendo a propósito. Sobe iba primero, buscó con sus ojos el hilo y para nuestro alivio los niños no habían aprendido la lección. Una cuerda parda y embarrada se camuflaba a la perfección entre el lodo y tal vez algo más de la misma consistencia.

Sobe se arrojó de bruces al suelo, Dagna lo siguió y Camarón se embarró con gusto. Pero Dante permaneció con semblante constipado, mirándonos indeciso mientras Miles amagaba a arrojarle una bola de barro y reía cuando su amigo intentaba esquivarlo. Éramos muchos así que no había necesidad de ensuciarme, ya teníamos cuatro personas sucias. Dagna se incorporó y al vernos limpios frunció el ceño descontenta y nos fulminó con la mirada.

Los niños se asomaron por un portal que se asemejaba a una ventana dispuestos a echarse unas buenas risas pero tenían una excelente memoria y cuando nos vieron se dieron la media vuelta sin largar si quiera una sonrisa. Además de su excelente memoria también eran muy listos. Dante le quitó a Camarón lodo de la mejilla y lo olió con desconfianza mientras Sobe y yo abríamos la puerta de varillas de metal y cable y entrabamos a la casa.

Las paredes estaban hechas de concreto y se encontraban carcomidas con pintura desconchada en los bordes. La casa no estaba bien iluminada pero nada en Salger lo estaba. Una puerta se cerró en la otra habitación y seguimos el sonido adentrándonos en un estrecho pasillo sumido en oscuridad.

Sobe quiso abrir la puerta pero estaba trancada.

—La cerraron —dije.

Se volteó y puso los ojos en blanco como Petra.

—Jo, tus comentarios son muy inteligentes, me pregunto cómo haces esas deducciones tan rápido.

Me encogí de hombros y Sobe derribó las bisagras de la puerta de una patada con su pierna buena. Los niños estaban sentados en la cama, con figurillas de acción en la mano y una falsa expresión desconcertada que daba pena.

—Muy bien, muy bien. Ya saben el trato —dijo cruzándose de brazos—. Denme seis capas, de diferentes colores y ropa también. Si es necesario róbensela a sus vecinos y no le diremos a su madre lo que hicieron. Además tal vez le demos un cuchillo o alguna otra recompensa, si hacen lo que le dijimos rápido, muy rápido.

Los niños se intercambiaron miradas, uno arqueó las cejas interesado en el trato, el otro frunció el ceño con miedo y comprimió preocupado los labios. Su amigo le contestó alzando el hombro desinteresado y como respuesta obtuvo el esbozo de una sonrisa. Ambos partieron lejos de la habitación. Fue la discusión más silenciosa y breve que había visto en mi vida.

—¿Y bien?

—Creo que aceptaron —dije sentándome en la cama—. Ahora a esperar. Oye ¿de verdad les darás otra cosa?

Sobe asintió y descolgó de su cinturón del Triángulo un cuchillo con el metal negro pulido. Era el mismo metal que había visto en los cuchillos de Walton. Brillaba con un fulgor opaco frente a la luz, casi gélido, parecía oscuridad derretida, como una perla negra y afilada lista para ser empuñada. Sentí que un frío denso se abría paso en mi pecho y me trituraba el corazón, los dedos me cosquillearon como si estuvieran paralizados y me obligué a apartar la vista.

—Le daré esto —dijo Sobe volteándolo entre sus manos—. Es metal de otro mundo. Se llama invicta es extraído de las minas de Fortem en el mundo de Orud. Es un metal extraño, te causa sensaciones raras cuando lo ves pero es muy resistente mucho más que el metal del que están hechos algunos meteoros en nuestro mundo. Esto puede perforar cualquier cosa, las leyendas incluso dicen que perforan el alma y su hoja te lastima por dentro.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora