II. Me despido de un amigo.

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Sobe y Petra compartieron una y se repartieron turnos. Ella conduciría a la ida y él a la vuelta. Monté la motocicleta y en el espejo parabrisas se dibujó un mapa de dónde nos encontrábamos, allí estaban los árboles de alrededor, la empalizada, el secuoya e incluso la motocicleta de Petra a mi lado. Giré la manija del acelerador y la pantalla indicó la velocidad más recomendable teniendo en cuenta la sinuosidad del suelo. Volteé hacia el bosque y escudriñé la periferia pero no encontré a Escarlata.

Nunca antes había montado una motocicleta y mucho menos una de seis ruedas pero deduje que sería lo mismo que andar en bicicleta. Una vez más no tenía razón, pero me las empeñé para que fuera recto, era parecido a aferrarse a la proa de un barco que se bambolea en una tormenta. Sobe dijo que me resultaba tan fácil, o no tan difícil, porque la máquina hacía todo el trabajo.

Berenice estaba sentada detrás mío con los brazos alrededor de mi cintura, su pecho chocó con mi espalda y apoyó su barbilla en mi clavícula. Sentí como sus músculos se crispaban y suspiró resignada. Me volteé hacia ella y sonrió. Procuraba no actuar recelosa. Actuaba muy bien.

«Intenta no matarnos» me dijo en clave Morse, apretando más y menos su agarré como si fueran intervalos acústicos.

—Lo intentaré —prometí y ella frunció el ceño descifrando si hablaba en serio o si sólo era una broma.

Anduvimos por el camino que había abierto Petra el día anterior, las plantas continuaban igual de carbonizadas y las ruedas levantaron una estela de cenizas al pasar. El viento sacudía nuestros cabellos y silbaba en mis oídos como si corriera carreras a nuestra par.

«Lamento haber desconfiado de ti» dijo Berenice después de un momento «Y en los demás, aunque sé que mienten» «Sólo es que ya olvidé como tratar a las personas, bueno supongo que nunca lo supe»

Sentí pena por Berenice, ni siquiera podía decirme que no sabía hablar con las personas, debía hacerlo en clave como si ella fuera una máquina. Tal vez el marcador de su brazo cumplía esa función, convertir a la persona en un robot porque ¿cómo sabes si alguien tiene sentimientos si no puede contártelos? Si no le dejan decir lo que siente...

Pensé en lo que me dijo. Yo tampoco tenía muchos amigos antes de esto, ni siquiera «amigotes» o un contacto en Skype. Petra sí sabía tratar a las personas, a excepción que no las miraba a los ojos cuando hablaba, pero era una costumbre que estaba erradicando. Sobe había conocido tantos mundos y tanta gente y perdido a muchos más, que en algunas ocasiones parecía un aventurero loco que ni se molestaba en tratar con gente; era sarcástico, irónico y actuaba como si todo lo aburriera y le dieran igual los resultados.

—Supongo —le dije al rato—, supongo que nadie nunca lo sabe con exactitud.

Al cabo de una hora llegamos al lugar donde yo había desaparecido. Todavía estaban las ramas quemadas y desquebrajadas del fuego que habían encendido a la noche, podía verse a través de un círculo oscuro trazado en el suelo. La motocicleta se apagó emitiendo un ronroneó.

—Es aquí donde me topé con el arbusto, eso me llevó a su casa —dije poniéndome de pie y sacándome el casco. Berenice se sacó el suyo y su melena ensortijada salió vertiéndose por sus hombros como si tuviera vida propia.

—Vaya entonces tenemos que buscar un arbusto en medio de un bosque de arbustos y llegaremos —dijo Sobe con sarcasmo—. Fácil ¿Por casualidad el arbusto no está al lado de un árbol o sí? Porque si es así creo que sé dónde se encuentra Eco.

—Muy gracioso, Sobe —lo reprendió Petra con la mirada, descendiendo de la motocicleta y examinando la densidad de árboles y matorrales.

—La anterior vez que me topé con esa especie de seto era como una pared y tan largo que estuve horas caminando y no llegué a su fin. Del otro lado estaba su casa —expliqué a la vez que me acercaba a la espesura del bosque y corría algunas matas.

Las malas acciones de Jonás Brown [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora