15. Al amanecer

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<< El pasado puede doler, pero yo creo que puedes huir de él, o aprender de él >>
Rafiki, El Rey León

Amelia abría los ojos y sentía que todo daba vueltas, había algo en su mente que no podía borrar... Los labios de Luisita, ¿Había sido todo un sueño? ¿Aquello era real? ¿Se habían besado? Y no solo eso... ¿Había confesado al fin a la rubia sus sentimientos? Por un momento se llenó de miedos de nuevo, como la noche anterior, pero por otro lado no podía evitar estar feliz pensando en ella.

Tras la orden de Silvia de que fuese a despertar a Amelia, Luisita iba con decisión pero a la vez llena de dudas a hacerlo, primero pasó por la habitación donde ella dormía y cogió algo de ropa limpia. La rubia se dio una ducha rápida y tras vestirse se acercó a la habitación de Amelia, intentando no hacer demasiado ruido. Al llegar se la encontró tumbada en la cama plácidamente, y para su sorpresa se encontró sus ojos abiertos, Amelia enfocaba con esos preciosos faros a la nada, ¿Quién pudiera tener el don meterse en su mente para adivinar sus pensamientos?

- ¡Buenos días! - Decía Luisita con timidez pero sin dejar de sonreír.

- Buenos días - Amelia no podía evitar devolverle la sonrisa al verla, sentía cierto malestar en el cuerpo, pero ver a Luisita tan cerca definitivamente se sentía como un regalo - ¡Qué bien huele!

- Silvia está preparando el desayuno... ¿Cómo estas?

- Resacosa... Me duele la cabeza... Aunque deberíamos aprovechar para ir a la playa que mañana ya volvemos a Madrid...

- Claro... - Las dos se quedaron en silencio por un momento - Bueno, te dejo despertarte tranquila y eso... - Se daba la vuelta para salir de la habitación.

- Supongo que noches de desenfreno mañanas de ibuprofeno... - Decía Amelia, y Luisita recordaba que Silvia había dicho lo mismo y se reía.

- Miraré si tengo alguno para darte. - Agarraba el pomo de la puerta.

- Espera, Luisita... - Decía cuando veía que la rubia se iba, Luisita se daba la vuelta y la miraba - ¿Tu cómo estás? - Al ver qué se preocupaba por ella Luisita sonrió como una tonta. Luego se fijó en sus margaritas, esparcidas por la mesilla de Amelia, y sonrió aún con más intensidad, si es que era posible.

- También tengo resaca... - Se agarraba la cabeza y las dos se reían.

- No recuerdo haber bebido tanto...

- Es que cuando llevas unas cuantas copas ya no te das cuenta de lo que te metes en el cuerpo - Dijo Luisita con inocencia y luego pensó que aquello podía sonar mal.

- Me refería a que creo que nunca en mi vida había bebido tanto... Mis padres no bebían casi y mi infancia no fue precisamente de botellón... Más bien me la pase en estudios de grabación... - Luisita centró la mirada en ella, prestándole atención - La verdad es que Luisita, desde que me contaste lo de tu familia yo... Me siento afortunada de haber crecido con una familia unida que sí me apoyó siempre... - La rubia agachó la cabeza - No quería hacerte daño con esto, perdona...

- No pasa nada... No sabía que tu familia estaba tan unida... Supongo que yo pasé tan joven a ser la oveja negra que ya ni recuerdo esa sensación de familia feliz... - Se sinceraba - Aunque me hubiera gustado sentirlo...

- No eres la oveja negra, eres la multicolor... - Luisita intentaba reírse con su ingenioso comentario pero no le salía, estaba recordando cosas que aún dolían - Algún día tendrás tu familia unida...

- ¿Por qué estás tan segura? - Se sorprendió.

- Porque te lo mereces... Tengo la teoría de que las personas que terminan buscando su felicidad más allá de esas personas establecidas que nos impone la vida tienen dos opciones...

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