18. Dicen que lo mejor de las cenas es el postre

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<< El amor es un humo hecho con el vapor de los suspiros >>
William Shakespeare


Amelia y Luisita se bajaban del coche de Silvia con nerviosismo. La pelirroja no había dudado a la hora de dejárselo, pese a que eso significase estar a solas con Pepa y no tener escapatoria. El acercamiento entre la psicóloga y la cantante se había enfriado mucho desde que Pepa había hablado con su ex, y durante la comida de aquel día ni siquiera habían hablado.

Luisita y Amelia se habían dedicado tímidas miradas, aún sintiéndose algo avergonzadas de lo que sus amigas habían visto. Luisita intentaba llevarlo de la manera más natural, pero Amelia aún sentía su piel erizada al recordar las caricias de la rubia y de vez en cuando no podía evitar sonrojarse.

Silvia se había metido en su habitación después de comer asegurando estar muy cansada, y no había salido ni a despedirse de las chicas.  Pepa, tras despedirse de ellas, estaba mirando las redes sociales intentando distraerse, pero la verdad es que quería hablar con Silvia y esperaba ansiosa que su puerta se abriese. Dudó varias veces si ser ella misma la que girase aquel pomo para entrar en su búsqueda, pero no quería cruzar el umbral del respeto.

El padre de Amelia, Tomás, tenía una casa en Valencia, relativamente cerca de la de su hija. El camino fue bastante silencioso, se dedicaron a escuchar música. Amelia no sabía cuanto tiempo hacía que no cenaba con su padre a solas, y Luisita pensaba en qué decirle a una persona de la que no sabes muchas cosas, y del que además sabía que provocaba los nervios de Amelia.

- ¿Algún consejo? - Preguntó la rubia cuando Amelia estaba levantando el dedo para pulsar el timbre.

- ¿Consejo? - Se extrañó la morena.

- Para causar una buena impresión, no sé, esto es nuevo para mí... - Se encogía de hombros.

- Solo tienes que ser tú... - Amelia acortó la distancia entre sus labios y la besó con ternura - Le vas a encantar... - Amelia la miraba como quien ve su mayor deseo convertido en realidad.

- ¡Ay Amelia! - Luisita se mordía el labio mientras movía nerviosa la cabeza. - Es que me dices unas cosas...

- Guapa... - Atrapaba de nuevo sus labios, ver a Luisita nerviosa e inexperta en algo le hacía sentir algo menos pequeña, ya que para ella, lo de estar con una chica, era toda una novedad - Eres preciosa...

- Y tu más... - Agarraba sus mejillas con cuidado mientras sentía que empezaba a perderse en aquellos labios que la atrapaban. - Llama al timbre, que si no... 

- Si no... - Arqueaba una ceja.

- Es que me pasaría el día besándote Amelia... - Confesaba la rubia, que de nuevo rozaba sus labios con calma.

- No eres la única Luisita... - Sonreía de lado y la rubia pensó que hasta el norte podría perderse al ver esos ojos color miel que eran de otro mundo.

Luisita se sintió mucho más tranquila mientras tomaba aire para afrontar este gran paso, que más que un paso, se sentía como un gran salto al vacío. Al entrar allí, tras saludar con timidez, Luisita no pudo evitar dirigir la mirada a unas fotos colocadas estratégicamente a los lados de la televisión, en casi todas aparecía Amelia.

 Ver a esa pequeña de rizos alocados, que en cada lugar al que iba lo hacía con su micrófono de mano, despertó mucha dulzura en la rubia. Ver sus fotos con premios, discos de oro e incluso alguna en un concierto, la hizo sentir orgullo. Ella reconocía más de una de esas imágenes, durante algún tiempo incluso había tenido esos posters en sus paredes, y ahora estaba allí, con ella, y con su padre, aún le sorprendía la situación.

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