54. Desprevenida

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<< Sabes que estás enamorado cuando no quieres acostarte porque la realidad es por fin mejor que tus sueños >>
Dr. Seuss

El amanecer llegó, pero Luisita y Amelia solo se dieron cuenta porque el sol atravesaba la ventana e iluminaba la habitación, sus cuerpos doloridos y desnudos se rozaban en silencio tendidos sobre la cama. El colchón se había quedado mudo después de tanto ruido y ajetreo, pero esas dos mujeres parecían haber tomado en esa cena algo más que vino y cerveza, algo que les había dado fuerzas para unirse en el jacuzzi y seguir dando rienda suelta a sus deseos y sus lujuriosas necesidades muchas horas después de aquel primer encuentro.

 El colchón se había quedado mudo después de tanto ruido y ajetreo, pero esas dos mujeres parecían haber tomado en esa cena algo más que vino y cerveza, algo que les había dado fuerzas para unirse en el jacuzzi y seguir dando rienda suelta a sus d...

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Amelia apretaba las arrugadas sábanas con una mano mientras con la otra arañaba la espalda de Luisita. La rubia, tumbada al lado de la morena, acariciaba su intimidad sin cesar, quería saciar por completo su necesidad de sentirla, algo que parecía infinito. Los gemidos que antes resonaban en las paredes ahora se escuchaban mucho más calmados, hasta sus voces habían perdido el aliento poco a poco en cada uno de sus acercamientos.

La mano de Amelia abandonó la espalda de Luisita sintiendo al pasar por su piel como sus poros se erizaban, recorrió su cuerpo muy despacio hasta adentrarse de nuevo en esa cueva cálida de la que ya era dueña, esa que no había dejado de emanar humedad en ningún momento.

Sus roces ya no eran sutiles, la vergüenza había desaparecido y lo único que querían era complacerse una y otra vez, parecían ir a desgastarse por completo, no podían separarse, pero tampoco querían hacerlo, simplemente disfrutaban una y otra vez de la otra, perdiendo la cuenta de las veces que el clímax había poseído sus cuerpos.

- ¡Joder Luisi! - Gritaba la morena sintiendo su cuerpo contraerse de nuevo y una corriente de descargas recorrer cada centímetro de su piel.

- Ven - Pidió la rubia mordiendo su cuello y acelerando el ritmo de sus embestidas.

- ¡Y tú conmigo! - Replicó la morena tocando con más rapidez su intimidad.

Se miraron por un instante, sus ojos desprendían fuego y aún así, en medio de aquel infierno ellas solo podían sentirse amadas y deseadas como nunca. Un nuevo orgasmo hacía sus cuerpos estremecerse sobre la cama, sus piernas estaban rígidas, sus bocas hinchadas y enrojecidas del contacto, la piel de ambas estaba llena de marcas, pero sus ganas parecían no tener fin. Sus manos no podían dejar de tocarse y sus cuerpos tenían una necesidad primitiva que no cesaba.

- Eres preciosa - Susurró la rubia acariciando la cara de la morena para después besar con ternura sus labios al ver cómo la morena se ruborizaba al escucharla.

Las dos se abrazaban ahora en silencio, la sonrisa no había desaparecido de sus rostros desde que sus labios se habían encontrado. Parecían estar viviendo un sueño del que no querían despertar, después de tanto tiempo se tenían, y estaban aprovechando cada segundo al máximo, intentando alargar la intensidad, deseando que no terminase nunca, para no tener que dejar de soñar despiertas.

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