4. Irritable

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El camino hasta la casa de mis padres estuvo tranquilo. Tal vez, porque era tarde en la noche o porque yo y el pueblo habíamos cambiado, pero de pronto, me pareció particularmente despejado y solitario.

Respiré profundo y abrí la puerta de la casa con las llaves que aún conservaba y noté que ninguno de mis dos hermanos mayores había llegado aún. Eso me alivió un poco. Mientras subía al cuarto que estaba con mi nombre, los recuerdos se paseaban por donde mirara.

Los juegos, los golpes, los regaños, los desafíos, las discusiones, las maldiciones. En ese lugar había crecido, era el único lugar donde había vivido antes de marcharme. El único lugar que conocía íntimamente.

Los recuerdos se volcaban en mi mente como un torbellino y justo antes de subir el último escalón, recordé a la Zoé de 10 años de pie frente a mi sonriendo como solía hacerlo.

—¡Sube, sube! —me gritaba desde los más arriba—. ¡Vamos, deprisa, quiero verte saltar desde aquí como un super héroe!

Esa fue la primera vez que noté su sonrisa tan expresiva y transparenté. Recordé que fue precisamente ese día, entre la inocencia de una travesura, que me di cuenta lo mucho que me gustaba verla sonreír.

Mi yo del pasado, hacía cualquier cosa por verla reír.

—¿No tienes miedo? —me preguntó ese día hace tantos años cuando aún éramos unos pequeños.

—No —le había dicho—. No le tengo miedo a nada —había dicho la más joven y valiente versión de mí.

Pero justo antes de saltar desde el segundo piso mi madre nos había descubierto. Recuerdo que me lanzó una chancla que me golpeó justo en la cabeza. 

—¡Es que eres tonto! —me había regañado—. Te partirás la cabeza.

Zoé quién me había incitado a hacer un tontería solo se reía a carcajadas.

Recuerdo, además, haberme enfadado con ellas.

—Mamá —susurré con cierto desdén en el pecho al instante que volvía a la realidad. Era un sentimiento de tristeza que ensombrecía mi rostro y me irritaba los ojos.

Fue ese sentimiento el que me obligó a dejar la maleta allí en medio de las escaleras y a salir corriendo de la casa.

Una vez que estuve afuera, respiré profundo de nuevo. Caminé sin ningún rumbo mientras trataba de poner mis emociones en orden.

Miré hacia arriba y contemplé la noche. Estaba despejada y la luna creciente cóncava permanecía impasible en lo más alto del cielo. Se veía tan inalcanzable, tan eterna, como la vida que quería para mis padres.

No pude resistir y una diminuta e insignificante lágrima se había deslizado por mis mejillas sin permiso alguno. La tristeza estaba sobrepasándome sin control.

—¿Estás bien? —me preguntó la voz de una chica que me sobresalto.

—Pero que mierda —dije asustado sin pensarlo.

—Sí, parece que estás bien —dijo la chica con petulancia y continúo andando.

—Oye no se asusta así a la gente —le desafíe.

La chica tenía el cabello rubio y recogido con una coleta de caballo. Se veía más joven que yo, llevaba una chaqueta de cuero negra y unos pantalones deportivos negros con blanco. Estaba fumando y el humo del cigarrillo se extendía como un hilo de plata por el aire.

Me miró sin interés.

—Parecía que estabas a punto de romperte en lágrimas —dijo y se encogió de hombros.

—No es verdad.

Ella me miró fijamente con desafío.

—Lo que tu digas —dijo finalmente.

Era de verdad misteriosa.

—Y qué haces tan tarde en la noche caminando por ahí.

—Me gusta asustar a la gente —dijo con tono de burla—. ¿No te das cuenta?

Había algo tan irritante en ella.

—Que graciosa.

—¿Verdad que los soy? —y soltó una risita falsa—. Bueno, me voy. Adiós.

La chica tomó de nuevo su rumbo y desapareció con el cigarrillo en la boca. Sin embargo, me retuvo una extraña sensación de familiaridad allí en medio de la calle mientras el frío se colaba por mis brazos. Esos ojos y ese rostro los había visto antes. Era un pueblo pequeño, lo sé, prácticamente conoces a todas las familias allí y, aun así, no recordaba quién era esa irritante mujer. Era probable que nadie me conociera ya, y que yo ya no conociera a nadie.

Y así, en un parpadeo, la sensación de tristeza y melancolía habían desaparecido con la presencia de aquella tonta chica. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora