18. Videollamada

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Asomé la cabeza por la venta y contemplé la luna en cuarto creciente. Había perdido la cuenta de las noches que llevaba en la vieja casa de mis padres. Seguía aquí por mi madre, con la esperanza de que se recuperaría y con el peso de la ausencia de mi padre recorrer cada pasillo de mi antiguo hogar.

Estaba haciendo frío y los pensamientos tristes se apoderaban de mí. Las noches siempre eran las más difíciles.

Puse la tetera con la esperanza de que la bebida aliviaría un poco mi angustia. Mientras esperaba que el té se cocinara le escribí un texto a Emma y no precisamente porque me hiciera particularmente falta, sino, porque deseaba sentir un poco de compañía.

Era un sentimiento egoísta el que albergaba en medio de la soledad y el aburrimiento, buscaba con seguridad a la persona que estuviese más dispuesta a pasar el rato conmigo.

No eran los lazos los que me llamaban, no era el fuerte vínculo que construíamos acostándonos frecuentemente, era la necesidad de escapar de la soledad.

Aquella reflexión me hizo reconsiderarlo, pero ya era demasiado tarde. Había enviado el mensaje y su número apareció en la pantalla en seguida.

—Lo lamento.

—Sólo estaba estudiando un rato —dijo—. ¿Estás bien?

—Un poco triste.

—¿Recuerdas como aliviamos la tristeza?

—No estás aquí.

—Algo podemos hacer.

—¿Qué?

—Activa la cámara, quiero verte.

Cambiamos la llamada a modo videollamada. Emma sonreía, tenía el cabello alborotado y estaba usando un camisón como pijama.

—Que guapa —le dije.

Ella empezó a reír.

—Tú también lo estás.

Blanqueé los ojos.

—¿Qué haces?

—Preparo té.

—Eso es muy aburrido.

—No lo hago para divertirme —contesté riendo. 

—Bueno, quizás podamos hacer algo más para divertirnos —Emma puso esa mirada lasciva que siempre ponía cuando estaba caliente y yo no pude evitar emocionarme.

Empezó a desabrochar lentamente su camisón y me dejo entre ver sus enormes senos redondos, apreciaba apenas visible uno de sus pezones colorados. 

—¿Que te parece? —me preguntó con una voz tan sexy que era inevitable desear abrirle el camisón y comerle las tetas. 

—No se ve nada —alegué.

Ella sonrió. Abrió el camisón y me dejo ver sus senos en su máximo esplendor. Suavemente empezó a acariciarse las tetas y a mirar directamente a la cámara con una mirada morbosa. Se podían ver sus pezones endurecidos y su respiración agitada. 

—¿Te gustan? —susurró.

Yo asentí con la cabeza, y me senté en el sillón de la sala. No pude evitar excitarme al verla desnudarse frente a la cámara. Se había quedado en unas tangas negra que la hacían ver muy sensual y seguía incitándome con un tono de voz delicado. 

Empezaba a sentir los bóxers muy ajustados.

—Quiero verlo —pidió mientras se relamía los labios—. ¿Sabes cuánto me gusta tu verga? —susurró.

Escucharla hablar de forma tan vulgar me ponía aún más caliente.

Sumiso, obedecí. Me bajé los pantalones y le dejé ver mi monumental erección.

—Deseo sentirlo dentro de mi —decía mientras pasaba sus manos entre las piernas, acariciando sus muslos y rosándose el sexo—. Tengo tantas ganas de sentirlo de nuevo... —sus dedos acariciaban suavemente su vagina—. Tantas ganas de que me lo metas... 

—Quiero follarte Emma —susurré mientras me agarraba el miembro completamente entregado a la excitación. Yo no podía ser tan delicado como ella, tenía un fuerte deseo latente que me hacía ver desesperado.

De verdad quería tenerla en casa, ponerla contra el sillón, abrir sus piernas y metérsela sin miramientos, sin mimos, sólo metérsela en ese instante, metérsela hasta oírla gemir fuertemente.

—No te detengas Noah —gemía mientras se masturbaba.

Y yo sólo continuaba tocándome en medio de la sala. 

Los gemidos de Emma hacían eco en la soledad de la casa, no había mesura alguna. Estábamos gimiendo en coro; el sonido de mi mano frotar mi miembro rápidamente también parecía retumbar en medio de todo.

Emma cerró los ojos e introdujo dos de sus dedos hasta el fondo, la humedad de su sexo se podía apreciar en la pantalla del celular. Le recorría por entre las piernas.

Ella era tan jodidamente sexy...

Estaba a punto de venirme cuando escuché repentinamente un golpe que parecía provenir de la calle y al mismo tiempo, la tetera empezó a chillar. No había nada sospechoso, solo un recipiente hirviendo sobre la estufa. 

—¡Qué carajos!—grité aterrado.

El improvisto sonido me había hecho brincar de la silla asustado y me obligó a detenerme justo en el momento que estaba por terminar. Todo se me bajó al instante.  

—¿Qué pasó? —Emma también se había sobresaltado por el sonido y mi reacción.

Los dos nos quedamos mirando abochornados a través de la cámara.

—Nada, el té está listo —dije avergonzado.

Ambos nos sonrojamos y luego empezamos a reír.

—¿Puedo ir a verte el fin de semana? —propuso—. Prometo que será sólo un ratito... 

—Es una buena idea —contesté con una sonrisa.

Ella era una buena chica, después de todo. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora