46. Cementerio

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A pesar del largo trayecto a pie hasta el cementerio, Mai y yo no cruzamos más palabras. Sólo caminé detrás de ella a pesar de que todo volvía como un remolino que trataba de absorberme y desmoronar todo en mi interior.

Aguanté todo el camino hasta allí sin desmoronarme. Sin decir nada. Lo hice, porque mientras caminaba, a pesar de todas las emociones que llegaban en ese momento, y la abrumadora realidad de la que pretendía huir, sentía una inusual seguridad.

Una inusual seguridad que me daba el saber que Mai estaba allí conmigo, acompañándome.

—No sabes dónde está —dijo—, pero yo sí.

—¿Por qué hacemos esto?

—Porque es ahora el hogar de tu mamá —dijo con cierta tristeza en la voz—. Y aunque no nos guste, todos morimos. Y cuando morimos, esperamos poder saber que las personas que amamos van a estar bien sin nosotros.

—Yo no estoy listo para esto —dije evitando atragantarme con mi propia voz.

Mai se giró para verme a la cara, me tomó de la mano y me guío hasta la lápida donde yacía mi madre enterrada.

—Aquí está —dijo.

Y ya no pude oponer más resistencia en cuanto leí el nombre de mi madre en la lápida.
Allí estaba ella, debajo de toda esa tierra, descansando por toda la eternidad. 

Las lágrimas cayeron sin ningún permiso. 

"Aquí descansa una madre, una amiga, una hija, un ser vivo impecable. Amor, compasión y valentía son las palabras que describirán por siempre a esta mujer", decía el epitafio de la tumba. 

Mis ojos parecían una catarata que se chocaban con mis mejillas. No pude sostener mi propio peso y me dejé caer de rodillas. Me quedé allí, inmóvil, en medio de un cementerio, donde yacía el cuerpo de mi madre mientras lo sentía absolutamente todo.

Mai se arrodilló detrás de mi y puso una de sus manos sobre mi hombro.

—Noah lo siento mucho —su voz era dulce, apacible, baja—. Pero es muy importante que puedas despedirte de tu mamá, y aún más importante, que reconozcas ahora este cementerio como parte de tu vida —yo sólo la escuchaba sin decir nada con los dedos clavados en la tierra—. Los cementerios son el rincón al que se viene a sentir, a pensar, a evaluar, a dialogar de alguna manera. A embeberse de pasado para sentirse más fuerte para el futuro.

—Más fuerte para el futuro... —repetí sus palabras con tristeza.

—Y es la fuerza que necesitas para seguir adelante.

—Gracias Mai.

Ella no dijo nada, sólo apretó mi hombro con delicadeza y yo, simplemente, me desmoroné allí. No podía evitar llorar como un niño pequeño, clavé la cabeza en el suelo y deje que todo fluyera.

Mai no decía nada, sólo estaba allí, detrás de mí, acompañándome en mi dolor en silencio y sin juzgarme. Algo, que nunca pensé recibiría de ella.

No sé cuanto tiempo estuve acurrucado llorando, pero con cada resoplido helado del viento, la intensidad del dolor iba disminuyendo. Iba fluyendo el dolor y el llanto se iba apaciguando.

—Perdóname mamá —susurré finalmente con la voz congestionada—. No fui el hijo que merecías. Perdón por no darte la prioridad que siempre mereciste. Perdón por estar sintiendo arrepentimiento en tu muerte y no en tu vida.

Levanté la cabeza y contemplé la lápida.

—Perdón porque hay mucho amor que no pude darte porque no fui capaz de hacerlo. Me avergüenza haber sido el hijo que fui. Ni siquiera pude estar en tu funeral, ni en tu entierro... siempre llego tarde, porque me pongo por delante de todo.

Empuñé las manos y golpeé el suelo.

—Espero estés ahora con papá, espero se hayan reencontrado los dos y estén disfrutando de la paz —miré al cielo nocturno sin estrellas y exclamé—. Un día nos reuniremos de nuevo.

Sentí dos brazos sujetarme por la espalda.

Me abrazaban y se sentí la calidez de la compasión. 

Cerró los ojos. 

—¿Ya podemos irnos? —pregunté. 

Mai me soltó y se levantó.

—Si no tienes nada más que decirle, podemos irnos —susurró, parecía constipada.

Me giré para verla, y tenía los ojos irritados e hinchados, como si hubiese llorado también.

—Comprendí lo que dijiste —ella me tendió la mano y me ayudó a levantarme—. Podré volver si tengo más cosas por decirle.

—Ella siempre va a escuchar. 

—Es tonto pensar así ¿verdad?

—Algunas cosas es mejor sólo pensarlas y ya —dijo ella con contundencia. 

—Seguro —dije aún con cierto desdén. 

Mai sonrió con dulzura, algo que no había visto nunca y me estremeció el corazón. Fue un gesto tan genuino que pude sentirlo, y agradecí a la vida, que, en este intenso momento, estuviera ella allí conmigo.

Volvimos por donde habíamos llegado, sin decirnos nada, sólo uno al lado del otro, caminando en silencio. 

—¿Tú estás bien Mai?

—Qué dices....

—Pareces triste —aseguré.

—Claro que lo estoy —respondió con frialdad—. Pero no creas que es por ti. Es por tu mamá —Mai miró al cielo con seriedad—. Era una excelente persona.

Yo sonreí por lo bajo.

—Sí, era la mejor mamá del mundo.

Mai asintió con la cabeza y sonrió con dulzura de nuevo. 

—Gracias por hacer esto —le dije. 

—Estaba aburrida de verte autocompadecerte —y me guiñó un ojo. 

Me eche a reír. 

Lo había visto, había visto su empatía. Esa misma que su hermana manifestaba sin problema, esa empatía de las que carecen tantas personas. Ella también la poseía, y fue algo que me sorprendió, pero que admiré de verdad.

Mai no era sólo esa persona frívola que parecía ser siempre.

Esa noche había cambiado algo en la forma que la percibía y estaba feliz con eso. 


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Notas del autor:

Les recomiendo leer y escuchar la canción de este capítulo. Puede cambiar mucho la forma en que sientes algunos eventos que pueden resultar dolorosos. Recuerda, todos tenemos la capacidad de superar todo aquello que nos hace daño. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora