21. Postre

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Tomé las llaves del comedor y recorrí el pasillo hasta la puerta principal. Mi corazón estaba palpitando deprisa, ni siquiera entendía por qué iba tan rápido. Hace tiempo que parecía no entender ninguna de mis jodidas emociones. 

Tomé un bocanada de aire, abrí la puerta y cuando di un pasó afuera, la vi de pie avanzando hacia la puerta del otro lado de la calle. Sus ojos expresivos se abrieron avergonzados y me miraron inquietos. 

Se detuvo repentinamente. Su rostro se había puesto colorado, tanto los pómulos como la punta de sus orejas parecían de un rojo vivo como el de un chile maduro. Verme salir repentinamente de la casa parecía que la había sorprendido tanto como a mí verla allí.

 Nos quedamos quietos mirándonos a los ojos, ella al otro lado del jardín y yo en el portón de la casa. El viento frío resoplaba y nos alborotaba un poco el cabello. Era como si el clima estuviese atento a nuestro próximo movimiento. 

—Emma... —arrastre las letras una sobre las otras como atropelladas. 

—Hola —dijo tímidamente y avanzó con paso vacilante.

La distancia entre nosotros se iba acortando. 

—Pensé que vendrías el fin de semana —pero me salió como si su presencia fuera impertinente. 

—Terminé antes y no pude aguantarme las ganas de visitarte —se detuvo a varios metros de mí—. Pero si interrumpo en tus asuntos, puedo volver a casa —se veía inquieta está vez y empezó a buscar algo entre sus bolsillos. Sacó el móvil y lo desbloqueó—. Si me voy ahora podré tomar el autobús de las diez de la noche.

Ella bajó el celular y levantó la mirada. Nos quedamos mirando sin movernos y ella arrepentida dio media vuelta para irse ante mi incomodo silencio. 

—¿Dónde puedo tomar un taxi? —preguntó dándome la espalda.

—¿De qué hablas? —me apresuré a alcanzarla.

—Debo regresar de inmediato a la terminal de autobuses si quiero llegar a la última ruta —miró a ambos lados de la calle buscando un taxi.

—Emma espera... —tuve que correr. 

—No importa, no debí venir.

La había alcanzado y la tomé de la mano. Detuve que siguiera caminado en el camino contrario al mío. Ella giró la cabeza para mirarme. Se veía bastante consternada. Y entonces, simplemente la abracé en una muestra de mi sincera disculpa.

Nuestros cuerpos se tocaron y ella instintivamente me rodeo con sus brazos aliviada. 

La tensión y la incomodidad habían desaparecido tras el gesto de cariño. 

—Está bien. Entremos —le susurré con amabilidad—,  lo que iba a hacer puede esperar —le sonreí débilmente. 

—¿Estás seguro? Te ves muy bien arreglado —apuntó.

Yo sonreí con suficiencia esta vez.

Me hizo sentir extrañamente atractivo.

—Gracias —le dije—. Había quedado de verme con Zoé —mentirle no tenía ningún sentido—. Pero ella lo entenderá si no voy. Mañana me disculparé. 

—Lo lamento —Emma fue quien se disculpó, aunque cuando la escuché no sonaba en realidad muy arrepentida.

Seguramente pudiera estar sintiendo un poco de celos. Desde el día del funeral se había comportado reacia a mi interacción con Zoé. 

—Muchas personas en la Universidad me están preguntando cuándo volverás —dijo en cuanto descargó su maletín en la sala de la vieja casa de mis padres.

—No estoy muy seguro de eso.

—Pensé que odiabas este lugar.

—Lo odio —admití—. Sin embargo, mi mamá sigue en el hospital y no tengo pensado dejarla sola.

Emma se acercó a mi y me miró con dulzura.

—Ella va a recuperarse.

Sin esfuerzo alguno ella me daba la esperanza que Zoé en el hospital no quiso darme. Para Emma brindarme apoyo significaba alimentar mis esperanzas, mientras que, para Zoé, era su compañía casi incondicional en el hospital.

Cada uno a su manera, intentaba ayudarme a enfrentar la angustia ante la posibilidad de perder a mi madre.

¿Pero por qué las estaba comparando?

Que putas te pasa Noah pensé enfadado.

—¿Volviste a pensar en algo que te molesta? —me preguntó Emma que me observaba con detenimiento.

No pude evitar reírme.

—Soy muy distraído.

—Sí, bastante diría yo.

Me separé de Emma y ella se quedó allí en la sala.

—¿Qué quieres cenar? —le pregunté desde la cocina, pero Emma no respondió.

Me giré para ver que estaba haciendo y estaba allí, de pie en medio de los muebles donde tuvimos sexo virtual, mordiéndose sutilmente unos de sus dedos.

—¿Emma qué pasa?

—No lo sé —respondió con una risa torcida—. Pero me apetece mucho saltarme la cena e ir directamente por el postre...

Su mirada era como de una depredadora sexual que estuvo mucho tiempo encerrada. Y aquella mirada me intimido como nunca lo había hecho. 

Estoy completamente seguro de haberme puesto rojo como un tomate.

—Pero no tengo nada dulce aquí —dije nervioso.

Ella se echó a reír.

—Claro que sí —avanzó lentamente a donde estaba en la cocina—. Pero tendrás que sacarlo de entre tus pantalones... 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Where stories live. Discover now