36. Precipitación

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Mientras avanzaba corriendo sentía el agua de la lluvia empaparme y sonreía. Sonreía, joder, de verdad sonreía como antes. Sonreía con tanta naturalidad y genuina alegría. Mientras avanzaba bajo la tormenta recuperaba aquella sensación perdida de mi infancia, esa paz, esa tranquilidad, ese goce, y esa emoción que me regocijaban mis inocentes aventuras al lado de Zoé cuando aún era un pequeño. 

Recordé su rostro sorprendido y su boca con la intención de decir algo justo cuando le confirmaba que no había olvidado nuestro beso esa tarde de lluvia. Sonreí de nuevo. No era que hubiese escapado justo cuando ella pensaba expresar algo, sólo no deseaba que se precipitará a decir nada. Quería dejarla masticar ese momento, recordarlo, ubicarla en ese instante cuando nos besamos bajo la lluvia.

Que reviviera todas esas sensaciones como yo lo hice. 

Ella no lo había olvidado y yo tampoco.

El haber corrido antes de que pudiera materializar su rechazo, era abrir una brecha entre lo que quiso decir y no dijo, provocaría que reflexionará más tiempo aquel momento, y en consecuencia le generaría una ambigüedad entre lo que sintió, lo que siente y lo que debía ser.

Lo sé, puedo sonar como un psicópata manipulador, pero deseaba que ella recuperará también la sensación de la que yo estaba gozando mientras atravesaba las calles del pueblo en plena tormenta, sin preocupación, sin ansiedad, sin angustia, sin la responsabilidad del deber ser, sin ese peso en los hombros por convertirnos en los adultos que todos deseaban que fuéramos.

Sonreí de nuevo.

Me detuve bajo la lluvia. Levanté la cara y sentí chocar con violencia las gotas en mi rostro. Sentí el agua mientras en mi mente escuchaba con claridad la melodía de Wherever You Will Go" de The Calling, que acompañaba ese momento como si se tratara del sountrack de una película.

Estaba completamente sumido en mi propia escena.

Abrí los ojos y contemplé el camino que había dejado atrás. Y sentí como el pequeño Noah que no odiaba el pueblo y amaba compartir con los demás me alcanzaba de nuevo. Ese chiquillo me sonreía y me daba las gracias.

Lo acepté con cariño y avancé rápido hasta la casa antes de que terminará con neumonía, pero antes de llegar, noté que los carros de mis hermanos estaban aparcados en frente. Las luces de la residencia estaban todas encendidas y podía ver las sombras de varias personas moverse al interior.

Me precipité a abrir la puerta, y entré de golpe. Todos los presentes se espantaron y clavaron sus miradas en mí... Toda la familia estaba allí de nuevo. Esparcidos por la sala, el comedor y la cocina, con los rostros constipados, irritados, hinchados y sin ningún atisbo de esperanza.

Antes de que pudieran decirme algo, yo ya lo había deducido.

—Noah... —mi hermana se levantó y se acercó con cautela.

—Te estuve llamando —intervino mi hermano y me tiró una toalla a las manos—. Necesitas sentarte...

—Es mamá... —susurré con una sensación de vacío en el pecho como si todos mis órganos hubiesen desaparecido. Deje de sentirme parte de mí, era como si me hubiese desconectado de la realidad repentinamente.

Toda la emoción, la paz, y la alegría se habían desvanecido.

Estaba destinado a vivir en la desdicha.

Cada buen momento, me lo arrebataba la realidad triste y desoladora que vivía ahora sin mis padres... 

Maldita sea. Mi mamá esta muerta. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora