35. (Llovizna)

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Zoé caminaba a mi lado como era costumbre cuando salíamos del colegio. Recorríamos el pueblo de sur a norte para llegar a nuestras casas. Y lo hacíamos juntos, lo habíamos hecho así desde que teníamos memoria. Ella y yo, siempre juntos. Pero está vez, no caminábamos como solíamos hacerlo, entre risas y conversaciones. Íbamos en completo silencio, ella tenía sus dedos entrelazados y la mirada gacha. No me había mirado a la cara ni una sola vez, y parecía abochornada.

Por otro lado, yo no era capaz de hacer nada tampoco, a ratos la miraba y luego volvía a bajar la mirada a mis zapatos. Avergonzado. Le había confesado lo que sentía en su cumpleaños y ella, ella... ella me había correspondido. ¡Nos besamos! ¡Maldita sea nos habíamos besado! Y no fue cualquier beso... fue un beso lleno de pasión, deseo e intensidad.

¿Por qué no podía si quiera decirle algo?

Mientras caminábamos uno al lado del otro, de pronto, se había agarrado a llover. En cuanto sentimos el agua chocar con nuestros cuerpos, nos miramos a los ojos y sonreímos. La lluvia había rotó con el hipnotismo de la vergüenza.

Nuestros rostros habían cambiado al mismo tiempo que la lluvia empapaba todo nuestro uniforme. Ella sonreía y me contagiaba. Empezó a correr para sentir el agua en su cuerpo y yo la seguí. Era como si la lluvia fuera una presencia más que nos protegía. Un tercero que nos apoyaba. Que nos recordaba quienes eramos y por qué estábamos allí. 

Entonces, Zoé se detuvo repentinamente y levantó la cabeza al cielo.

—Así debe sentirse la libertad —dijo.

Yo la escuché y recordé que era esa tierna profundidad suya la que me encantaba.

—¿No eres libre?

—A veces creo que no lo soy —respondió. 

—Cuando yo te veo, no veo a una persona a la que se le hayan cortado las alás.

—¿Entonces qué ves?

—Veo a una persona que siempre fluye con libertad. 

Ella sonrío. 

Yo sonreí también. 

—Zoé —le susurre con mucho miedo.

Ella giró su cabeza para verme mientras ambos nos quedábamos de pie a unas calles de su casa con la lluvia cayendo con más fuerza sobre nuestras cabezas.

—Dime... —susurró ella con ternura.

—¿Estás así por lo que pasó en tu cumpleaños? —le pregunté.

—Podría decirse —susurró ella. 

—¿Crees que estuvo mal? —pregunté mientras las gotas de agua se deslizaban por mi cara. 

—No tengo una respuesta aún para eso —respondió con tanta madurez que me sorprendió.

Ella siempre estaba un paso delante de mí. Era más madura, más sensata, más tranquila, más comprensiva... Zoé era todo lo que yo nunca podría ser.

—¿Algún día sabrás esa respuesta?

—Algún día sabré esa respuesta —confirmó y bajó la cabeza otra vez abochornada.

Yo instintivamente me acerqué y levanté su barbilla delicadamente con mis dedos, obligándola a mirarme a los ojos de nuevo.

—Mientras encuentras la respuesta a eso...

Zoé me miró con los ojos consternados, llenos de un sentimiento que no podía identificar pero que creía eran culpa. Así que no pude continuar con lo que tenía en mente, no quería alimentar ese sentimiento de arrepentimiento o duda en su interior, así que bajé mis manos resignado pero ella... la sujetó justo cuando la retiraba.

—Puedes hacerlo —dijo.

Sonreí, no pude evitar sentir la emoción de sus palabras y la besé... 

Sus labios tocaron los míos y pude sentir su calor en medio del agua que recorría nuestros rostros. Mi lengua y su lengua danzaron en un baile de seducción bajo la lluvia, mis manos tomaron su cintura y la empujaron a mi delgado cuerpo para sentir todo el calor de su cuerpo. Deseaba sentir el fuego que parecía encenderse en nuestras venas cuando estábamos tan cerca. 

Nos dimos un beso tan largo, que sólo nos pudimos detener en el momento que nos habíamos quedado sin aire. Sólo dejamos de besarnos, para volver a respirar.

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Where stories live. Discover now