6. Reencuentro

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Estaba sentado en la sala de espera. Tenía los audífonos puestos y el celular en la mano. Pasaba canciones sin elegir ninguna. Movía las piernas presas de la ansiedad. El doctor me había dicho que debía esperar para pasar a ver a mi madre.

Entró una llamada de Emma y la colgué.

—Lo lamento —me disculpe en voz baja. Y continúe pasando canciones.

Heaven de Bryan Adams empezó a sonar y deje que la melodía se pasear por mi cabeza. Era una canción apropiada para la sala de espera en un hospital donde diariamente muchas personas entran pero nunca más vuelven a salir.

Sí, era un pensamiento bastante deprimente.

—Ya puede pasar —me indicó el doctor.

Entré a la habitación y vi como mi madre estaba conectada a varios aparatos y me llamó especialmente la atención, el tubo que le permitía respirar.

—Se encuentra estable hasta el momento —dijo el doctor—. Pero tampoco puedo asegurar que aquello evolucione mejor.

Yo no dije nada.

El doctor continuaba hablando sin que yo se lo pidiera.

—Lamento mucho la situación de su familia y la pérdida de su padre —puso una de sus manos en mi hombro y luego se retiró.

Yo me acerqué al cuerpo apacible de mamá y sostuve sus manos ya arrugadas con el tiempo. La contemplé en silencio. Tenía los ojos cerrados, las arrugas en la comisura de sus labios. Noté de pronto el pasó del tiempo en su rostro. 

—Mamá te amo —dije después de estar en silencio un rato—. Sé que puede llegar a ser difícil para ti concebir la vida sin papá —trate de estar tranquilo, de trasmitirle paz—. Pero tus hijos no queremos perderte a ti también.

Callé y solté su mano con suavidad.

No resistí más tiempo allí y caminé a la salida.

—Noah...

En la puerta se encontraba Zoé con una mirada triste y los labios fruncidos. La podía reconocer. Aunque su altura fuera otra, aunque su rostro fuera más maduro, y su cabello estuviese más largo, ella era inolvidable para mí. 

—Hola Zoé.

Ella simplemente se abalanzó sobre mí sin decir nada más y me abrazó con tanta fuerza que yo sólo pude recostar mi cabeza sobre su hombro y llorar. Las lágrimas brotaban por si solas, con tanta furia. Con tanto enojo. Salían libremente después de estar reprimiéndolas por tanto tiempo.

Y qué importaba si era la primera vez que nos abrazábamos en más de siete años sin hablarnos. Estaba allí ahora y aunque se veía diferente yo no pude evitar romperme en mil pedazos como cuando era un niño.

—Lo siento mucho —dijo ella y sentí sus lagrimas caer sobre mi cabeza—. Lo siento tanto —ella lloraba también.

—No es tu culpa —susurré entre sollozos.

—Tu padre era un ser humano maravilloso.

—Lo era —dije entre lagrimas mientras recordaba todas las noches cuando me aconsejó que podía superar aquello que me atormentaba. Todas las veces que me alentó cuando la chica que me tenía entre los brazos me rompió el corazón.

—Y tu madre sobrevivirá.

Me separé de ella, y limpié mi rostro. No quería que continuara viéndome llorar. Odiaba sentirme tan jodidamente vulnerable.

—Eso es muy egoísta no crees —le dije.

—¿Egoísta? —preguntó ella.

—Sí, es pedirle a mi madre que continúe una vida sin su compañero. Sin la persona a la que amo toda la vida.

—Tiene otros grandes amores...

—No —la interrumpí—. Escasamente venimos a verla... ella estará sola. Lo estará. Queremos que viva sólo por nosotros. No por ella. Por evitar el sufrimiento que nos provocaría perderla junto a papá, no por ella... ¡maldición!

Zoé me sostuvo el rostro con ambas manos.

—Y no está mal ser egoísta de vez en cuando —sus manos se sentían cálidas y suaves—. Pero si es lo que crees, entonces lo mejor será que ella lo decida ¿verdad?

Sus ojos miel claros estaban irritados por el llanto, pero me miraban con ternura. Tenía la nariz colorada y se le notaba la tristeza y aún así, sonreía.

—Gracias —dije con sinceridad.

Ella no permitió que me fuera y ambos no sentamos junto a mi madre. Estuvimos recordando momentos que compartimos con mis padres. Momentos en los que ella y yo éramos inseparables y mis padres la trataban como si fuera parte de la familia.

Reímos y lloramos un poco en medio de las anécdotas.

—Ella sabe que la amas —dijo de pronto, justo en el momento que más arrepentido me sentía por todas las decisiones que había tomado mientras crecía. Decisiones que me habían alejado de ellos. 

—El amor deben ser más que palabras.

—Y por eso estás aquí, porque son más que palabras —Zoé sonrió con ternura.

Yo sonreí también.

Zoé había convertido la empatía en una cualidad sumamente hermosa que me hacía sentir querido y seguro. Me hacía sentir, como siempre me sentí cuando eramos amigos. 

—Zoé —pero antes de poder decirle lo que pensaba de nuestro reencuentro el celular nos interrumpió.

Emma estaba llamando de nuevo.

—No cuelgues —intervino antes de que yo pudiera hacerlo—. Asumo que ella debe estar sumamente preocupada por ti. No permitas que tu dolor la angustie mientras tú sólo la aíslas —me aconsejó aún sin saber nada de mí, sin saber nada de Emma, sin saber nada de la relación que yo tuviera con ella.

Y parecía saber de lo que hablaba a pesar de ello. 

Era tan madura, había crecido tanto, y yo me sentía aún tan diminuto a su lado. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora