10. Celos

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Me había servido un poco de vino en una copa y lo estaba tomando para aliviar el sentimiento de congojo que estaba teniendo. Mientras bebía, observé a Zoé conversar con mi hermano, algo inusualmente extraño. Él era mucho mayor que ella. 

Y mientras la observaba, nuestras miradas se cruzaron repentinamente.

Miré rápidamente a otro lado y sentí como la cara me ardía.

Sentí mucha vergüenza.

Y sin darme cuenta, ella ya se encontraba caminando en mi dirección. Me puse tan jodidamente nervioso, que me tragué el vino de un sorbo.

—¿Te pasa algo? —dijo sin titubear con el semblante serio.

—¿De qué hablas? —me hice el tonto.

—Estabas siendo muy inquisidor —repuso ella.

—¿Inquisidor? —pregunté sin mirarla fijamente.

—Sí —Zoé parecía muy seria—. Me incomodó para ser honesta y creo que a tu hermano también.

—¿Él se dio cuenta?

—A ver, estabas casi que repudiándonos con la mirada.

Me decidí a mirarla fijamente con amabilidad. No me había dado cuenta que los estaba mirando de esa forma.

—Lo siento.

—¿Y bien? —continuó ella.

—¿Qué pasa?

—¿Qué fue eso Noah?

Fruncí los labios y no dije nada.

—¿Estás celoso de tu hermano?

—A duras penas cruzas palabras conmigo y con él parecen tan...

—¿Cercanos?

—Sí.

—¿Estás celoso?

Ahora parecía que la situación le divertía.

—No —mentí.

—¿Y qué si fuera así? ¿Y qué si fuéramos tan cercanos? 

Su respuesta me agitó el corazón.

Pero antes de que pudiera contestarle con toda la rabia e indignación acumulada por años en su nombre, ver el rostro de Emma cruzar la puerta me confundió. Aquello terminó por sobresaltarme aún más.

Mierda.

De verdad había venido.

Zoé echó la mirada atrás para saber que había sido lo que me distrajo abruptamente.

—¿Es la chica que te llamó en el hospital? —preguntó. Su instinto era impecable.

—Discúlpame —le dije y la deje allí sola sin darle ninguna respuesta. 

Emma me buscaba entre la gente moviendo la cabeza y cuando me encontró no sonrió, tampoco parecía feliz, de hecho, se veía avergonzada.

—Emma...

—Hola —dijo—. Lamento mucho tu pérdida —agregó.

—Gracias —respondí—. No tenías que venir hasta aquí para decírmelo.

—No tenía, pero lo hice. Espero no te moleste —bajó la mirada arrepentida.

—Está bien —sonreí—. No te preocupes. Ya estás aquí, valoro mucho que hayas venido.

No sé si la extraña amabilidad que estaba tomando era porque fue una grata sorpresa, porque ella me gustaba,  porque valoraba su interés o porque la posibilidad de que Zoé estuviera teniendo un romance con mi hermano me alteraba mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.

¿Siquiera era eso posible? Durante todo este tiempo de ausencia ellos pudieron haber creado algún tipo de vínculo íntimo.

Demonios... sólo pensarlo me alteraba.

—¿Estás bien? —me interrumpió Emma que me contemplaba con preocupación.

—¿Qué?

—De repente parecías estar enfadado.

—Lo siento —me disculpé—. Recordé algo desagradable.

Emma sonrió tiernamente.

Ambos salimos al jardín y nos sentamos sobre el murito que había en la entrada. Ella estiró los pies y resopló de alivió. 

—Los autobuses son incómodos.

—Es un viaje largo.

—Debía hacerse —dijo—. No dejas a las personas que quieres enfrentarse solas a un momento tan cruel como este.

Y aprecié sus palabras, aunque mi cabeza estuviese en todas partes.

—¿Te sientes muy triste?

—Algo triste estoy —repuse.

—¿No hay nada que pueda hacer para ayudarte a sentirte mejor?

—No estoy seguro de eso —dije—. Pero estaré bien, la vida sigue.

—Sí —Emma echó una mirada al frente—. Sólo podré estar contigo esta noche, mañana debo regresar aún no termino los exámenes finales.

—Y debes hacerlo si quieres graduarte.

—¿Tú qué vas a hacer? —me preguntó—. Venir y estar aquí va a retrasar tu graduación.

—Eso ahora no me importa.

—¿Hay algo que te importe ahora?

Pensé en mi madre conectada a las máquinas y... en esa estúpida mujer que había vuelto a ver después de tantos años.

—No lo sé —dije.

Ella recostó su cabeza en mi hombro.

—Entiendo como te sientes.

Yo no estaba seguro de eso, pero no quise decirle nada.

—¿Qué crees que ocurre después de morir? —le pregunté y Emma puso su dedo en la boca y frunció las cejas. 

Se estaba concentrando para contestar.

—Me gusta pensar que el cielo existe —respondió finalmente—. Me gusta pensar que me reuniré con todos aquellos que quiero y partan antes de mí, y claro, estar allí, para quienes quiero y partan después de mí.

Su respuesta, aunque muy cristiana, también me pareció noble. Ella no quería que los lazos, los vínculos con los demás, sólo se rompieran al morir.

—¿Tú qué crees? —quiso saber ella.

—Que volvemos al lugar donde estábamos antes de nacer.

—¿Y dónde es eso?

—En ninguna parte. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Where stories live. Discover now