30. Recuerdos

94 5 0
                                    



El cielo completamente negro se iluminaba a lo lejos tras cada relámpago y las gotas de lluvia caían con cada vez más insistencia. El rostro de Zoé continuaba fijo en el más allá mientras algunas gotas chocaban en su rostro y se deslizaban por las mejillas desde sus ojos.

Parecía que la verdadera tempestad que se avecinaba, estaba al interior de Zoé.

—Zoé ¿estás bien?

Ella siguió con la mirada en lo alto y me ignoró.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí?

—Lo recuerdo —susurré avergonzado—. El día de tu cumpleaños número quince.

—Ya ha pasado mucho tiempo.

—Yo aún lo recuerdo como algo reciente.

Ella sonrió con cierto desdén y bajó la cabeza.

—¿Recuerdas todo de ese día?

—Recuerdo todo de ese día —corroboré.

Ella giró la cabeza y me miró fijamente. Sus ojos miel se veían húmedos y cristalinos, destellaban en medio de la noche. Quería ver en su interior, la razón por la que parecía cargar alguna pena.

—¿Cambiarias algo de esa noche? —me preguntó y separó su mirada de la mía.

Recordé aquella noche al terminar la fiesta de quince años. Todos nuestros amigos se habían despedido de nosotros y yo era el último en irse. Después de nuestro intenso beso, nos daba vergüenza si quiera tocar nuestras manos.

Ese día Zoé tenía la mirada baja y el rostro colorado. Yo me sentía muy asustado y no era capaz de decirle nada. Sin embargo, antes de marcharme, mientras continuábamos en el portón de su puerta a la madrugada, yo me deje llevar.

Había tomado su barbilla y se la había levantado para que me mirara. Contemplé sus ojos miel, y la besé... de nuevo como había hecho horas antes.

A nuestros labios sólo les tomo unos segundos dejarse llevar también. Sin pudor se mordían, nuestras lenguas se buscaban. Era un beso lujurioso lleno de mucha pasión.

En medio del deseo nuestros cuerpos se habían balanceado hasta encontrar una pared. Mi cuerpo apretujaba el suyo. Y cómo olvidar el momento más intenso, cuando levanté una de sus piernas con mis manos colocándola alrededor de mi cintura. Abría los ojos de vez en cuando para ver su rostro para cerrarlos de nuevo al instante. Mis manos buscaban sus muslos y los recorrían hasta llegar al interior de sus piernas embriagados de un frenesí incontenible.

El beso era cada vez más descarado, mi boca ya no sólo buscaba la suya, sino que también aterrizaba en su cuello. Mientras con mi lengua acariciaba el contorno de su piel, la podía escuchar contener los gemidos con esfuerzo.

Para ese momento había perdido la noción del tiempo y concentraba toda la atención en mis manos que rosaban su ropa interior con vacilación.

Aquel recuerdo tan vivido, cada detalle volvía a mi cabeza como si sólo hubiesen pasado unos días. Podía sentir de nuevo mi miembro erecto rosarle la ingle y recuerdo volverme más intenso, más descarado, hasta permitirme con mis manos acariciar sus nalgas. Sin embargo, antes de que pudiéramos sobrepasar cualquier límite, ella jadeando me detuvo. Tenía el rostro colorado como un tomate quizás por la vergüenza o por el calor que expedían nuestros cuerpos tan pegados.

Avergonzados nos habíamos separado, y luego, simplemente nos habíamos despedido con un gesto.

Al menos por ese día, todo había terminado. Recuerdo haber vuelto a casa eufórico, emocionado, excitado y con el corazón latiéndome de una dicha que no había experimentado nunca. Esa misma noche, perdí la cuenta de cuantas veces me masturbe reviviendo el momento con la Zoé de quince años.

Esa fue la primera vez que tuve un acercamiento tan intimo con una mujer.

¿Cómo podía olvidarlo? ¿Cómo iba a querer cambiar algo?

—No lo sé —admití al cabo de un rato abochornado tras recordar como había terminado aquella noche.

—Ese día nos perdimos cuando pensábamos que nos encontrábamos —dijo ella con un hilo de voz que parecía más bien, un susurro latente.

—A veces lo que se quiere es más fuerte que lo que se debe —me defendí—. Así a veces, es el corazón.

Me dolía que pensara que esa fue la razón de habernos separado. La razón por la que habíamos dejado de ser los mejores amigos. La razón por la que no habíamos hablado en tanto tiempo. La razón por la qué un día decidí irme de este estúpido pueblo que como un hoyo negro, me absorbía de nuevo.

El amor nunca es la razón por la que alguien decide irse, pensé, pero no me atreví a decírselo.

—Y a veces lo que uno quiere no es necesariamente lo correcto —refutó ella con tristeza.

—A la mierda lo correcto.

—Lo correcto también puede darle alegrías al corazón Noah.

—¿A qué viene todo esto Zoé? —la desafié.

—No estoy segura —respondió y me dedicó una sonrisa tierna.

—Dudo mucho que la pena que veo en tus ojos sea por lo que sucedió esa noche.

—Lo siento —su gesto parecía avergonzado—. Tal vez es la melancolía que me produce recordar los viejos tiempos —ella me volvió a mirar con ternura—. Estar aquí contigo me trae buenos recuerdos de ti y de todos los demás.

—Tengo una pregunta...

—Claro, dime —cerró los ojos y me dedico una genuina sonrisa.

—¿Tú lo cambiarias todo?

—Quizás —respondió.

—¿Y por qué? —la desafié de nuevo—. Acabas de decir que tienes muy buenos recuerdos.

—Precisamente —puntualizó y volvió a mirar al cielo—... Porque después de ese día, esos recuerdos terminaron.

—Lo lamento —dije tajantemente y demostrando mi desacuerdo—. Pero la razón por la que...

Y antes de que pudiera decir algo más, la lluvia se había abalanzado sobre nosotros estrepitosamente. Instintivamente corrimos a la casa antes de quedar completamente empapados.

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Where stories live. Discover now