11. Recamara

187 11 3
                                    


La luna casi que no se veía de lo lejos que se encontraba de nosotros. Debía estar bastante tarde y yo continuaba con Emma sentados en el jardín. Ella estaba tratando de distraerme de la tristeza y yo estaba feliz de que lo intentara.

Era la primera vez que teníamos esa clase de conversaciones triviales sin ningún propósito más que hablar y hablar.

—Noah —nos interrumpió Zoé que estaba de pie a un lado de nosotros—. Ya me voy —dijo y nos dedicó una sonrisa.

Yo me levanté de inmediato para despedirme.

—Gracias por venir Zoé —dije—. Mi hermano debe estar feliz por tu visita —complementé con sarcasmo.

Ella se echó a reír en una carcajada.

—Siempre he admirado tu imaginación —y se fijó en Emma que nos contemplaba desde el suelo—. Quizás esa es la razón por lo que se quiere dedicar a la escritura ¿verdad? —le dijo.

—Sí, es verdad —corroboró la chica que nos miraba sentada en el jardín.

Yo fruncí el ceño.

¿Estaba jugando conmigo?

Zoé me abrazó.

—Te veo después —dijo mientras continuábamos abrazados—. Estaré para ti en caso de que me necesites.

Y se marchó.

—Es hermosa ¿verdad? —repuso Emma en cuanto volví a sentarme—. ¿Te gusta? —quiso saber.

—Parece que tiene algo con mi hermano.

—¿¡Qué!? —Emma parecía emocionada—. ¿En serio?

—Es lo que creo.

—Igual eso no responde lo que te pregunte.

—No, no me gusta —dije.

Aunque no estaba muy convencido de mi propia respuesta. Pero cualquiera que fuera el caso, Zoé y yo, ya habíamos tenido la oportunidad de estar juntos y lo arruiné. Me rompió el corazón y todo acabó con una distancia de más de siete años.

—Bueno, no importa —continuó Emma dando por hecho que le mentía—. ¿Cómo te sientes?

—No estoy seguro —respondí—. Es como si no sintiera nada en absoluto.

Emma se levantó de un brinco y me tomó de la mano.

—Averigüémoslo.

—¿Cómo?

—Sólo hay un par de cosas que pueden aliviar el dolor.

—De qué hablas Emma...

Entonces, me dirigió por toda la casa arrastrándome de la mano.

Subimos las escaleras.

—¿Cuál es tu cuarto?

—Aquel —señalé la habitación que estaba al fondo a la izquierda junto al baño.

Ambos caminamos deprisa y entramos a mi recámara.

Ella cerró la puerta y sonrió con picardía, en sus ojos había una llama encendida.

—Emma... —quise detenerla. No me parecía algo apropiado.

—Shhh... —me calló poniendo sus dedos en mis labios—. Sólo averigüemos si no sientes nada.

Mordió mis labios mientras sus manos desabrochaban mi pantalón de dril. Ella misma lo desabotonó y lo bajó de un tirón junto a mis pantaloncillos.

—Esta es la mejor forma que conozco de olvidarlo todo por un rato.

Yo cerré los ojos mientras sus manos acariciaban mis testículos y me masturbaban.

Estábamos de pie junto a la cama. Era la primera vez que hacía algo parecido en mi vieja habitación y en pleno funeral.

Era un puto enfermo.

—¿Sigues sin sentir nada? —me preguntó aún con sus manos acariciando mi pene en un ritmo regular pero lento.

—Sigo sin sentir nada —mentí excitado.

Quería que continuara.

Emma se arrodilló y empezó a lamer sutilmente mi miembro.

—¿Y ahora? —quiso saber.

—Nada —respondí y sujeté su cabeza con mis manos.

Y mientras ella me hacía sexo oral y con una de sus manos me masturbaba, yo pensaba que tenía razón.

Estaba sintiendo su boca, la saliva empaparme todo el glande, podía sentir sus caricias en mis piernas y glúteos, podía sentir su agitación y arcadas, podía sentir el calor que expedía todo su cuerpo.

Sentía... sentía todo. 

Estaba sintiendo un placer incomparable, tanto, que me había olvidado por completo la razón por la que había vuelto al pueblo, sólo podía disfrutar de la lengua de Emma rodeando todo el tronco de mi sexo. La agarré fuerte del cabello y gemí sin control... 

Yo simplemente, en ese momento, me olvidé por completo de cómo se sentía estar triste. 

La Insoportable Existencial del Amor (+18)Where stories live. Discover now