Capítulo 53: La manzana

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No quería volver a ningún picnic con estos chicos. Me insistieron tanto que terminé jugando béisbol con ellos y me había caído tantas veces, que mis jeans y mi camiseta eran un desastre marrón y verde.

Ahora estaba sentada en el mantel a cuadros donde habíamos comido antes, apoyada de un árbol. Mi prima y Anthony estaban tomándose fotos cerca de un pequeño lago que había en el parque. Bryan había aprovechado el lugar y la luz natural para hacer un blog. La cosa es que nos había convencido de salir en el video, así que se había pasado el día grabándonos. Eso sí que le dije que debía cortar las partes en las que me caía.

Mía estaba con él, sentados en unos bancos no muy lejos hablándole a la cámara. A ella se le daba muy natural, la verdad.

Mis ojos fueron a Levi, estaba acostado a mi lado, con las manos bajo su cabeza y lentes de sol puestos. No podía verle los ojos, pero seguro estaban cerrados, porque sino se percataría de que lo estaba mirando.

Sus labios se movían mínimamente, como si estuviera mordiente levemente la piel dentro de estos, y su pecho subía y bajaba relajado. Sus rodillas, que estaban flexionadas, se balanceaban de un lado a otro.

—¿Cómo sigue tu rodilla?

Me espanté y miré al frente al escucharlo. Él sacó una de sus manos detrás de su cabeza y se subió los lentes hasta dejarlos su cabello.

Yo me miré la rodilla, aunque por el pantalón no podía ver más que dónde se había ensuciado cuando me había caído por no sé cuantas veces.

—Solo arde un poco. Seguro me lo guayé. Los deportes nunca han sido lo mío.

—Con el surf no te está yendo nada mal.

Lo miré desde arriba.

—Es que no eres tan mal profesor como Bryan. Me explico todo mal ese tarado.

—No soy tan mal profesor, dices. —El se rió.

Yo puse los ojos en blanco.

—No voy a alabarte por hacer bien tu trabajo. —Tomé una manzana del cesto y le di una mordida.

—Alabanza solo a Dios, pero si me dices lo bueno que soy como profesor tampoco me quejo.

Él se enderezó, apoyando ambas manos en el suelo se acercó hasta quedar a la altura de mi mano, que iba a mi boca con la manzana en ella. Me miró y dijo:

—¿Puedo morder? —Sus ojos viajaron de la manzana a mi rostro y espero a que contestara.

—Hay más manzanas ahí. —Apunté hacia el cesto. La cosa es que estaba desesperada porque se alejara un poco.

El negó.

—Quiero de esta.

Como no tenía pensado moverse yo acerqué la manzana a su boca y él mordió, para después volver a acostarse en la misma posición y ponerse los lentes de sol en los ojos.

Santo Dios.

Hasta que el verano nos vuelva a juntar Where stories live. Discover now