XXXVIII - Lakewood

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Narrado por Terry

Despierto escuchando la risa y los gritos de alegría de una multitud de niños, de seguro todos corren hacia la chimenea.

- ¿Terry estás despierto? –

- Sí Pecas-

- Ven, no te pierdas esto-

- Ya salgo, adelántate - aún no puedo salir... mi amigo amaneció al pie del cañón, por la falta de la ya acostumbrada actividad nocturna. Al rato salgo y Candy me llama.

- Aquí ven - cuando llego la visión es hermosa, 25 niños jugando con sus regalos y otros aún abriéndolos, mientras sonríen y comparten entre ellos sus juguetes, definitivamente valió la pena el susto que me llevé en el tren, cuando un montón de esos regalos me cayeron encima a las 3 a.m. La abrazo por la espalda - Terry, no podemos- me dice con un puchero. Es un abrazo inocente pero comprendo que para la hermana Laine y la Señorita Pony, que nunca se casaron, es todo un acto impropio, así que la suelto a regañadientes.

- Pecas de haber sabido comprábamos más obsequios, aunque para traerlos tuviéramos que pagar por el tren completo- me sonríe, está verdaderamente emocionada viendo a los niños tan felices.

- Terry, hubieron varias navidades en que mis hermanos y yo no recibíamos ningún regalo, la Señorita Pony y la Hermana María, nos regalaban bufandas tejidas por ellas, para que tuviéramos al menos un regalo, una vez vi a la Señorita Pony desarmar uno de sus chales para tener suficiente lana- le tomo la mano y la aprieto fuerte, ella me sonríe triste - aunque nunca nos faltó amor, ni hermanos con quien jugar, así que siguen siendo recuerdos muy felices -

- Candy a mi me pasó todo lo contrario, tenía muchas cosas materiales que nunca me dieron felicidad, hubiera cambiado todas esas cosas por un poquito de amor, así que irónicamente tienes mejores recuerdos que yo, que sí tuve padres, siéntete dichosa - ella me acaricia el rostro y me mira con sus ojos llorosos.

- Te prometo mi amor, que borraré con besos cada uno de esos tristes momentos – tomo la mano que me acaricia el rostro.

- Eres un sueño hecho realidad - ella sonríe - ahora alistémonos que hay una carrera que voy a ganarte-

- Eso es lo que crees - me reta.

Desayunamos delicioso, huevos de gallina de corral, queso hecho en casa y vegetales de la huerta, cosas que difícilmente podrías comer en Nueva York.

- Terry, vamos a la colina - me toma de la mano y subimos hasta un gran árbol - Cuanto he soñado estar aquí contigo, el día que viniste casi nos encontramos, toque la taza de té donde habías tomado y aún estaba tibia - abro los ojos asombrado.

- ¿Qué dices Pecas? -

- Te lo conté en una carta -

- Pues deberás contármelo mi amor porque esa carta nunca la leí – de seguro fue una de las cartas robadas.

- Claro, te contaré- me narra como estuvimos a punto de encontrarnos ese día y no lo puedo creer.

- Pecas que cruel ha sido el destino con nosotros y más contigo, porque la despedida del barco y la que me acabas de contar nunca la conocí hasta hoy -

- Eso ya no importa, aquí estamos juntos- la abrazo y con mi dedo índice le recorro la espalda, ella gime suave.

- ¿Qué pasa? ¿Te gusta? - ella asiente y la abrazo más fuerte para que ponga su cabeza sobre mi pecho. Así que suspira y va metiendo suavemente sus manos dentro de mi camisa, instantáneamente me recorre un escalofrío, se siente reconfortante, sublime. Beso su cabeza, nos quedamos así un rato, disfrutándonos. De repente un animalito salta del árbol y cae encima de Candy.

El apartamentoWhere stories live. Discover now